Íñigo López de Mendoza,
Marqués de Santillana
Un noble entre las armas y las letras
Íñigo López de Mendoza, más conocido como el Marqués de Santillana, fue uno de los grandes personajes del siglo XV en Castilla. Nacido en una familia noble muy influyente, supo moverse con soltura tanto en el mundo de la política como en el de la cultura. Representa perfectamente esa combinación tan interesante entre el guerrero y el hombre de letras.
Participó activamente en los asuntos del reino durante el reinado de Juan II, con quien mantuvo una estrecha relación. De hecho, fue precisamente el rey quien le concedió los títulos de marqués de Santillana y conde del Real de Manzanares en 1445, tras la batalla de Olmedo, donde luchó a su lado. A partir de ahí, comenzó una relación muy especial entre los Mendoza y la Sierra de Guadarrama, especialmente con Manzanares el Real, que pasó a ser un punto clave de su señorío.
Este lugar no solo tuvo importancia política y territorial. Fue también un espacio de inspiración literaria. En el Castillo Viejo de Manzanares el Real, el Marqués escribió algunas de sus famosas Serranillas, unos poemas breves y delicados que relatan encuentros entre caballeros y pastoras en parajes naturales. La belleza de la zona —La Pedriza, el entorno del río Manzanares y los paisajes montañosos— le sirvieron de escenario y musa para dar forma a estos versos, que mezclan la tradición lírica castellana con influencias provenzales y francesas.
Aunque el Castillo Nuevo de Manzanares el Real fue construido más adelante por su hijo, Diego Hurtado de Mendoza, la huella del Marqués de Santillana está en el origen mismo de esta presencia familiar. Hoy, este castillo —también conocido como el Castillo de los Mendoza— es uno de los mejores ejemplos de arquitectura militar castellana del siglo XV y un símbolo del legado de esta poderosa familia.
Pero si algo definía al Marqués era su amor por la cultura. Heredó de su padre la pasión por la poesía, y a lo largo de su vida reunió una de las bibliotecas más importantes de su época. Fue un gran admirador de los clásicos grecolatinos y también de los grandes poetas italianos como Dante, Petrarca y Boccaccio. Durante su estancia en la corte de Alfonso V de Aragón, entró en contacto con la tradición poética catalana, valenciana y provenzal, lo que enriqueció aún más su obra.
Además de poeta, fue un gran defensor del saber y del humanismo. Promovió la traducción de obras clásicas al castellano y apoyó los estudios literarios y filosóficos. Tenía claro que la cultura debía estar al alcance de todos, no solo de unos pocos eruditos.
Su producción literaria es muy variada. Escribió poesía alegórica, como la Comedieta de Ponza, donde relata la derrota del rey Alfonso V en la batalla naval del mismo nombre. También abordó temas más reflexivos y morales en obras como el Diálogo de Bías contra Fortuna o el Doctrinal de privados. Y como ya hemos mencionado, sus Serranillas siguen siendo sus composiciones más conocidas y apreciadas.
En prosa, destaca su Carta-proemio, una introducción dirigida al Condestable de Portugal en la que recopila parte de su obra poética y ofrece interesantes comentarios sobre la literatura de su tiempo. Además, se le atribuye una recopilación de dichos populares bajo el simpático título de Refranes que dicen las viejas tras el fuego, una pequeña joya del saber popular.
Hoy, al recorrer la Ruta Complutense del Camino de Santiago, es fácil imaginar al Marqués de Santillana cabalgando por estos mismos paisajes, entre libros, versos y decisiones políticas. Su vida y su obra siguen muy presentes en lugares como Manzanares el Real, donde la historia y la poesía se dan la mano. Fue, sin duda, un hombre adelantado a su tiempo, que supo unir el poder de la espada con la fuerza de la palabra.