1.- El simplismo del reduccionismo personal del homo economicus que trata de homogeneizar la conducta de todos los agentes.

NUEVOS PRINCIPIOS ECONÓMICOS[1]

1.- El simplismo del reduccionismo personal del homo economicus que trata de homogeneizar la conducta de todos los agentes.

Una vez que se había profundizado en los dos primeros capítulos  en la inabarcable heterogeneidad interconectada del factor productivo Tierra, así como en la del Trabajo humano ayudado por la riqueza de la variedad -también complementaria- de los instrumentos de Capital, hemos investigado en el capítulo anterior la  abierta complejidad de la persona humana –tanto en sí misma como en sus relaciones sociales-  así como en la flexibilidad de las alternativas de su conducta libre. Todo ello se integra en la variable dinámica temporal siempre presente en la actividad económica y  tiene repercusión directa sobre los patrones de conducta de la actividad económica y sobre algunas aproximaciones y aplicaciones  metodológicas de la teoría. Trataré de demostrar en estos apartados cómo aquellas teorías simplificadoras y reductivas  que no tienen en cuenta la riqueza de la multiplicidad interactuante de la realidad económica facilitan que se cometan errores teóricos que acaban siempre en equivocaciones prácticas de aplicación de la teoría aún más graves.

La toma de conciencia del hecho de que el reduccionismo que sufre la economía representa el principal obstáculo para que entren en la disciplina nuevas ideas y nuevos enfoques acaba representando, de hecho, una peligrosa forma de proteccionismo no sólo frente a la crítica que surge de los hechos, sino también frente a cualquier innovación  que provenga de las otras ciencias sociales.[2]

El presupuesto básico que se aplica con profusión en los razonamientos microeconómicos o macroeconómicos y en los modelos predictivos de resultados es el del paradigma del homo economicus. Éste resulta ser por definición un maximizador racional y egoísta de riqueza neta buscando siempre beneficios o rentas. 

Pues bien, cabe resaltar ahora cómo ese modelo de conducta que habitualmente sigue utilizando ampliamente  la teoría contemporánea de la economía política -clásica y neoclásica- resulta ser una reducción[3] que provoca errores teóricos y prácticos y una  caricatura hipersimplificada[4] de aquella riqueza de contenidos que, según hemos analizado,  tiene la conducta humana en la vida real y que nunca está predeterminada ni sigue patrones unidireccionales. 

La toma en consideración de que una comprensión adecuada del moderno proceso económico exige la superación del carácter reduccionista de gran parte de la teoría contemporánea, la cual, precisamente por estar construida sobre una visión distorsionada de la acción humana y de aquello que, motivadamente, se halla en su base, parece no estar en grado de ser relevante para los nuevos problemas que preocupan a nuestras sociedades (desde la degradación medioambiental al aumento sistemático de las desigualdades sociales; desde el sentido de inseguridad que acompaña al aumento de la riqueza a la pérdida de sentido de las relaciones interpersonales; y así sucesivamente).[5]

Frente a ese modelo simplista, frío y egoísta del homo economicus -y en ese dualismo radical inconcebible[6]– se encuentra el modelo del altruista y solidario. Este otro  modelo es el predominante en la ciencia política según el cual todo funcionario al servicio del Estado actúa siempre de acuerdo con el interés general o el interés público buscando el bien colectivo[7]. Es el modelo que Buchanan y Brennan[8] llaman del “déspota benevolente”.

Si bien no estoy de acuerdo con estos dos autores –tal y como razonaré más adelante- en que el homo economicus sea el patrón estándar[9] de conducta humana aplicable con generalidad en economía, sí que coincido plenamente con ellos en el argumento de simetría[10] según el cual debemos aplicar un mismo modelo[11] de conducta humana en todas las ocasiones y circunstancias. Es decir, no podemos seccionar las pautas de actuación según que las personas actúen en el ámbito privado de la economía libre  o en el ámbito público[12] por ejemplo.  Más bien parece lógico pensar que una misma persona -con toda su posible grandeza y también con toda su también posible miseria- actuará con patrones simétricos en todos y cada uno de los lugares en los que desarrolle su actividad.

Sobre bases metodológicas elementales parecería que el mismo modelo de comportamiento humano debería ser aplicado a diferentes instituciones o conjuntos de reglas. (…)

Si se supone que un individuo en el contexto del mercado ejerce los poderes que posee ‑dentro de los límites de las reglas del mercado‑ para maximizar su renta neta, entonces se tiene que suponer también que un individuo en un contexto o escenario político ejerce sus poderes ‑dentro de las reglas de la política‑ de idéntica forma. (…)

Esta clase de enfoque podría llegar a sugerir que los individuos asumen papeles que son institucional‑dependientes, que en política, por ejemplo, las personas asumen un papel como de “hombre de Estado”, mientras que en el mercado asumen papeles de “buscadores de beneficios o ventajas”.

 

Tanto en el ámbito público como en el ámbito de las relaciones privadas las personas aciertan y sus decisiones pueden ser muy favorables y exitosas desde el punto de vista socioeconómico, pero se equivocan y se pueden corromper igualmente en cualquiera de esos dos contextos. Las repercusiones positivas o negativas sobre los demás y sobre el conjunto social serán mayores cuanto mayores sean sus responsabilidades, poderes y competencias. Si el egoísmo -cerrado siempre en sí mismo-  hace su aparición en numerosas ocasiones en el ámbito empresarial y familiar por ejemplo, también lo hace –en ocasiones con más virulencia- en el campo de las administraciones públicas. Tal y como señala la teoría de la elección pública y la teoría de la burocracia, las notas disonantes y más estridentes de la armonía económico-social provienen en muchas ocasiones de la intervención desmesurada, homogénea y monopolizante del Estado. Parece claro y consistente que es preciso descubrir –aunque sea a tientas y con aproximaciones teóricas interdisciplinares sucesivas y coherentes- un cierto paradigma realista del comportamiento humano en libertad responsable que sea aplicable a todos los ámbitos en los que se vaya manifestando.

Desde hace ya algún tiempo, viene observándose un creciente interés por parte de los economistas en lo que respecta al problema relativo a los presupuestos antropológicos[13] del discursos económico, un discurso que todavía está dominado, de un lado, por una concepción un tanto limitada del bienestar personal así como del bien público, y, del otro lado, por la incapacidad de atribuir relevancia teórica al hecho de que existen en el hombre sentimientos morales (en el sentido empleado por Adam Smith) o bien disposiciones que van más allá del cálculo del interés personal.[14]

Según hemos ido argumentando con anterioridad –especialmente en el capítulo anterior- ese paradigma en ningún caso estará próximo al del homo economicus[15] si queremos acertar en los diagnósticos. Incluso para aquellos economistas que están empeñados en construir una ciencia del comportamiento de carácter positivo y con capacidad predictiva a futuro -ya sea en un contexto político-administrativo  o en uno privado de mercado libre o más o menos regulado- se necesita un paradigma de la conducta humana coherente y consistente con su naturaleza entitativa. En este sentido y como indican los resultados de tantas investigaciones, el homo economicus, como modelo explicativo para toda clase de propósitos, tropieza con muchas dificultades metodológicas teóricas y prácticas.

Operar con hombres abstractos que, a modo de marionetas, se deben guiar por la búsqueda ilustrada del mayor beneficio posible, es el origen de los errores más graves, y a veces incluso funestos, de la economía clásica[16].

Los seres humanos que actúan en las interrelaciones económicas cotidianas no son unos meros optantes que eligen  fríamente sus alternativas maximizando una única variable matematizable.[17]   Esas simplificaciones economicistas de la persona humana -que dan por supuesto que opta continuamente sin más y de forma unidireccional- acaban en graves errores prácticos porque así se acaba seccionando la capacidad de invención y de interdependencia imaginativa que se potencian con la contemplación que hace posible la  reflexión. Con esos criterios teóricos simplistas del homo economicus optante estandarizado -y que maximiza unilateralmente- es imposible conseguir en la práctica la eliminación de la pobreza y el engrandecimiento de la riqueza material y espiritual.

Porque si  hay algo que es patente a estas alturas de la investigación en el presente trabajo -y especialmente en este capítulo-  es que las decisiones económicas en libertad actúan siempre a través de la grandeza original de cada persona concreta y singular con todas sus irrepetibles circunstancias y desde su interioridad inabarcable. Sólo es posible entender la sincronía de la coordinación espontánea de las interacciones económicas si se confía en la capacidad que todos tenemos de responder libremente de forma positiva en cada circunstancia novedosa desde ese recinto personal siempre insustituible. El libre mercado aparece entonces como un  armónico esfuerzo convergente de muchos pocos que unipersonalmente se pronuncian en actos continuados de valoración personal subjetiva. Esas  respuestas positivas y libres de los ciudadanos que se difunden en todo el ámbito de su actuación personal –también en su actuación pública- es lo que coordina el sistema dotándolo de estabilidad predecible en cierto modo.  Y esa coordinación interactiva personal incrementa notablemente la productividad difundiéndola por todo el ecosistema económico. Aunque es prácticamente imposible medirla -tal  y como se ha dicho- sí que podemos afirmar que los tramos decrecientes de las curvas de costes totales, medios y marginales se amplían significativamente gracias a esa productividad incrementada. 

[1] Este ensayo breve corresponde al capítulo III del libro “Redes de expansión microeconómica”,
pendiente de publicar en esta misma editorial.
[2] Zamagni, Stefano, Heterogeneidad motivacional y comportamiento económico. Inst. de Investigaciones Económicas y Sociales «Francisco de Vitoria» (Madrid: Unión Editorial, 2006), p. 8
[3] La toma de conciencia del hecho de que el reduccionismo que sufre la economía representa el principal obstáculo para que entren en la disciplina nuevas ideas y nuevos enfoques acaba representando, de hecho, una peligrosa forma de proteccionismo no sólo frente a la crítica que surge de los hechos, sino también frente a cualquier innovación  que provenga de las otras ciencias sociales. Zamagni, Stefano, Heterogeneidad motivacional y comportamiento económico. Inst. de Investigaciones Económicas y Sociales «Francisco de Vitoria» (Madrid: Unión Editorial, 2006), p. 8
[4] La tesis que me propongo defender en este escrito es que lo que últimamente se encuentra en el origen del reduccionismo económico no es tanto el compromiso de comportamiento autointeresado por parte del sujeto económico ni tampoco el uso predominante, en la elaboración teórica, del paradigma de la racionalidad instrumental. Más bien, el verdadero factor limitador está en el empleo, a menudo acrítico, del individualismo axiológico, es decir, de la concepción filosófica según la cual en la base del actuar económico existiría un individuo que no tendría otras determinaciones que las –bien conocida-  del homo oeconomicus. La propuesta que presento, por tanto, es la de sustituir la noción de individuo por la de persona y, en consecuencia, la de pasar de una prospectiva individualista a una prospectiva relacional. Como escribe Pareyson (1995): «el hombre es una relación; no es que esté en relación, ni que tenga una relación, sino que es una relación, más exactamente una relación con el ser (ontológico), una relación con el otro». Zamagni, Stefano, Heterogeneidad motivacional y comportamiento económico. Inst. de Investigaciones Económicas y Sociales «Francisco de Vitoria» (Madrid: Unión Editorial, 2006), pp. 8-9.
[5] Zamagni, Stefano, Heterogeneidad motivacional y comportamiento económico. Inst. de Investigaciones Económicas y Sociales «Francisco de Vitoria» (Madrid: Unión Editorial, 2006), pp. 7-8.
[6] Paralelamente, la igualdad equivale al individualismo radical, el cual se corresponde, como es obvio, con el colectivismo radical. La consideración colectiva uniforme de la sociedad y la consideración de cada hombre como un individuo aislado se reclaman. Es el famoso binomio individuo-Estado, cuya base es la teoría del origen contractual de la sociedad. Esta teoría es un mero equívoco. El hombre es social por naturaleza. Sin sociedad no hay posibilidad de vínculo contractual.  Llano.C, Pérez López J.A., Gilder G., Polo L., La vertiente humana del trabajo en la empresa (Madrid: Ediciones Rialp, 1990), p. 78.
[7] Hasta los comienzos del siglo XIX prevalece en la cultura occidental, una línea de pensamiento que concibe el mercado como la institución capaz de conciliar la satisfacción del interés individual y la persecución del bien común. A partir de dicho periodo, por la influencia decisiva ejercida, por un lado, por el utilitarismo de Bentham, y por otro lado, por la Ilustración francesa, toma cuerpo en el discurso económico la antropología hiper-minimalista del homo oeconomicus y con ésta la metodología del atomismo social. La noción de mercado que se impone de este modo es la del mercado como mecanismo asignativo que puede ser estudiado in vacuo, es decir, prescindiendo del tipo de sociedad en que se halla inmerso. Así ha podido suceder que el mercado se convirtiera, incluso en el nivel de la cultura popular, en el lugar idea-típico en el que no hay lugar para la libre expresión de sentimientos morales ni, sobre todo, para la afirmación del valor de vínculo en combinación con los valores de uso y de intercambio. La visión caricaturesca de la naturaleza humana que tal pensamiento ha transmitido ha acabado forzando al economista a elegir entre un planteamiento holístico (o comunitarista) y uno individualista (o liberatorio) –ambos inadecuados, por razones diversas)- como si no existiese otra alternativa posible. Zamagni, Stefano, Heterogeneidad motivacional y comportamiento económico. Inst. de Investigaciones Económicas y Sociales «Francisco de Vitoria» (Madrid: Unión Editorial, 2006), pp. 66-67.
[8] El homo economicus, el maximizador racional y egoísta de la teoría económica contemporánea, es, creemos, el modelo de comportamiento humano apropiado para los trabajos que pretendan evaluar las distintas clases de instituciones en un orden social. El rasgo central del modelo del homo economicus, en este contexto, es el supuesto de ubicuidad del conflicto entre los agentes de la interacción social. Este supuesto, bajo el que subyace el escepticismo hacia la posesión de poderes, es lo que caracteriza nuestra actitud ‑y la de los economistas clásicos‑ en el diseño de instituciones. Este escepticismo significa que no se puede dar por supuesto que el ejercicio de los poderes discrecionales poseídos por los agentes políticos en cualquier régimen institucional particular serán ejercidos en el interés de los demás, a menos que exista una serie de restricciones en la estructura institucional que aseguran ese efecto. En este sentido, nuestro  modelo se encuentra a una gran distancia del modelo hasta ahora predominante en la ciencia política y que hemos llamado del «déspota bueno o benevolente», en el que se supone que la persecución del bien común o interés público es la cosa más natural del mundo. Buchanan y Brennan. La razón de las normas. Economía política constitucional (Madrid: Unión Editorial, 1987), p. 103
[9] Nuestra razón última en defensa del homo economicus es por lo menos tan vieja como Thomas Hobbes. Esta argumentación se basa en la idea de que cuando muchas personas están implicadas en una interacción social, el estrecho empeño egoísta de un grupo de personas inducirá a las demás a hacer otro tanto, aunque solo sea como un medio de protegerse a si mismos contra los miembros de ese grupo. Como decía Hobbes: «Aunque los perversos fueran menos en número que los justos, puesto que no podemos distinguirlos, es necesario recelar, ser cautos, anticiparse, conquistar, defenderse siempre hasta del más honesto y justo».Buchanan y Brennan, La razón de las normas. . Economía política constitucional (Madrid: Unión Editorial, 1987), p 98
[10] El argumento de simetría sugiere solamente que cualquiera que sea la hipótesis de comportamiento usada, ese modelo tiene que aplicarse a todas las instituciones. El argumento insiste en que es ilegítimo restringir el homo economicus al terreno de los comportamientos de mercado y emplear modelos claramente diferentes en situaciones distintas al del mercado, sin una explicación coherente de cómo tiene lugar ese cambio en la conducta. Buchanan y Brenan,La razón de las normas. Economía política constitucional (Madrid: Unión Editorial, 1987), p.89
[11] El argumento de simetría puede parecer elemental y evidente, pero su aceptación seguramente es mucho más fácil para aquellos economistas que ya utilizan la conducta homo economicus en sus propios análisis en los mercados. En sentido general, el argumento de simetría no trata de establecer el homo economicus como un modelo apropiado de comportamiento humano. Pueden introducirse modelos alternativos. Buchanan y Brennan, La razón de las normas. Economía política constitucional (Madrid: Unión Editorial, 1987), p. 89
Este procedimiento no descarta, naturalmente, la posibilidad de que el comportamiento real de instituciones diferentes sea diferente. Lo que excluye es la introducción de conductas diferentes como supuesto analítico. Si los comportamientos reales difieren, ello será atribuible a las diferencias en las reglas, (…)Buchanan y Brennan, La razón de las normas. Economía política constitucional (Madrid: Unión Editorial, 1987), p.88
[12] Si, por ejemplo, usáramos diferentes supuestos de conducta en el mercado y en el contexto político, no habría modo de aislar los efectos de cambiar las instituciones de los efectos de cambiar los supuestos de comportamiento. De ahí que insistamos en que mantener un modelo de conducta invariable en las instituciones no es otra cosa que aplicar la cláusula «ceteris paribus» al enfocar el tema en cuestión. Buchanan y Brennan, La razón de las normas. . Economía política constitucional (Madrid: Unión Editorial, 1987), p. 87
[13] Conviene resaltar la indisociabilidad de la economía con la antropología y con la ética. No estoy diciendo que la economía y el mercado necesiten y deban tener una superestructura ética y antropológica superpuesta sino mucho más: que la misma economía es ética y antropología y el mercado es, en sí mismo y por definición, ético y manifestación antropológica.
[14] Zamagni, Stefano, Heterogeneidad motivacional y comportamiento económico. Inst. de Investigaciones Económicas y Sociales «Francisco de Vitoria» (Madrid: Unión Editorial, 2006), p. 7.
[15] El hecho es que personas con disposiciones virtuosas, actuando en contextos institucionales en los que las reglas del juego son forjadas a partir de la presunción del comportamiento autointeresado (y racional), tienden a obtener resultados superiores respecto a los obtenidos por sujetos movidos por disposiciones egocéntricas. Un claro ejemplo: piénsese en las múltiples situaciones descritas por el dilema del prisionero. Si juegan sujetos no virtuosos –en sentido especificado supra- el equilibrio al que llegan es siempre un resultado suboptimal. Si en cambio quienes juegan son sujetos que atribuyen un valor intrínseco, es decir, no solo instrumental, a lo que hacen, el mismo juego conduce a la solución óptima. Generalizando, el hecho es que el sujeto virtuoso que opera en un mercado que se rige por el solo principio del intercambio de equivalentes «florece» porque hace lo que el mercado premia y valora, incluso si el motivo por el que lo hace no es la consecución del premio. En este sentido, el premio refuerza la disposición interior, porque hace menos «costoso» el ejercicio de la virtud. Zamagni, Stefano, Heterogeneidad motivacional y comportamiento económico. Inst. de Investigaciones Económicas y Sociales «Francisco de Vitoria» (Madrid: Unión Editorial, 2006), pp. 71-72.
[16] Von Böhm-Bawerk, Eugen. Ensayos de Teoría Económica, V. I, La Teoría Económica.,  Friedrich A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad.  El orden político de una sociedad libre, V. 3, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982, p. 146.
[17] El gran crac se produce cuando aparece y se impone la racionalización con las ciencias físicas para explicar todo con sistemas fisicomatemáticos calculadores. El método cartesiano fue el gran iniciador de esa tendencia simplificadora de la realidad humana.