1.- La riqueza inabarcable de la persona humana en el centro de la actividad microeconómica. – PERSONA Y PATRIMONIO

PERSONA HUMANA Y PATRIMONIO PERSONAL[1]

1.- La riqueza inabarcable de la persona humana en el centro de la actividad microeconómica.

Para seguir investigando sobre la variedad complementaria en competencia dinámica que es el objeto e hilo conductor de este ensayo económico, conviene recordar de nuevo que –tal y como se estudió en el primer apartado de este trabajo de investigación- la problemática del valor[2] se encuentra en el centro de toda explicación y comprensión de la actividad económica. Si la economía es la ciencia del valor[3], a éste habrá que referirse siempre en todo análisis fundamental. Por ello, y dado que el valor[4] económico[5] lo hemos definido como una relación real de conveniencia última, complementaria, concreta y futura de los  bienes  valorados a los  objetivos –también complementarios, presentes y futuros-   de los  usuarios finales, en economía –que muchos autores definieron como la ciencia de la riqueza[6]– todo gira en torno a la persona humana. La economía, o es humana o no es economía. Y si es humana quiere decir que la economía es libre. Podemos decir que la economía es la Ciencia del valor porque siempre valoramos en libertad[7] desde el interior de nuestra propia subjetividad no aleatoria. Por lo tanto, si bien la economía necesita tratar con las realidades materiales en las que se asientan las valoraciones y, en consecuencia, necesita conocimientos de las ciencias de la naturaleza, lo definitivo y fundamental no son esas realidades en sí mismas consideradas, sino en cuanto que  pueden servir al hombre y por lo tanto son capaces de ser estimadas.  Se estudia todo en cuanto que vale, en cuanto que puede llegar a valer. El punto de vista desde el que la economía estudia esas realidades es el punto de vista de su valor[8].

Pero precisamente porque el valor económico hace referencia siempre a la persona humana[9] concreta  y sin parangón -y con todo su universo de preferencias subjetivas y de objetivos de vida entrelazados- la economía debe tratar de conocer esos fines preferentes[10] y el orden[11] de su importancia circunstancial así como las leyes que rigen su actuación. Las disciplinas económicas necesitan imperiosamente  conocer la naturaleza humana con toda la variedad de su riqueza. Y  no pueden por lo tanto  recetar soluciones y estrategias estereotipadas en masa[12] porque cada uno actúa y demanda según su diferenciada situación y tiene que estar siempre abierto a lo inesperado[13].

Si cuanto existe en el universo (hidrógeno, oxígeno, piedras o gatos) es susceptible de ser identificado, clasificado, y su naturaleza examinada, entonces también lo puede ser el hombre. Los seres humanos también han de tener una naturaleza específica con propiedades investigables y de las que obtener conocimiento. Los seres humanos son seres únicos en el universo en el sentido de que pueden estudiarse a sí mismos[14], además del mundo que les rodea, y de hecho lo hacen, en el intento de hacerse una idea de qué objetivos deben buscar y qué medios pueden emplear para alcanzarlos[15]

Ello nos conduce a la necesi­dad de información sobre las ciencias englobadas en las humanidades. Al ejercer una función de mediación entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas el arte[16] de la economía no pretende conocer directamente las cosas tal como son en sí, sino su capacidad de relación humana, es decir, su capacidad de servir siendo útiles a los usuarios finales. La economía, al estudiar el valor económico lo que intenta es entresacar la «vocación» humana que tiene esa realidad material.

Por eso decíamos que en la economía real la norma es la lógica que nos marcan los apremios de la naturaleza humana y que, en consecuencia esa norma marca las dosis, combinaciones, formas, calidades y medidas de los distintos bienes y servicios. Desde el punto de vista económico toda la riqueza de la variedad  del mundo mineral, vegetal y animal que hemos analizado con anterioridad remite a la persona[17] en toda su dimensión polifacética cambiante y en donde en su unidad orgánica integral[18] el todo no es igual a la suma de sus partes[19]. Toda aquella realidad externa a su propia persona sólo es valorada en tanto en cuanto sirve a los sujetos que las valoran y estiman en cada circunstancia. A esa variedad intrínseca de la realidad hay que añadir ahora la capacidad de metaforización[20] que tienen los sentidos[21], la imaginación y la inteligencia humana. Porque continuamente cada persona está ideando e imaginando y usando palabras con sentido distinto del que tienen propiamente, pero que guarda con éste una relación descubierta por la imaginación. En economía, por lo tanto, se estudia todo el universo exterior en su relación y capacidad de aproximación al cumplimiento de los fines[22] y preferencias humanas subjetivas que actúan desde el santuario de la conciencia[23] personal que unifica tanta variedad en cada circunstancia concreta. Luego, en conclusión, la economía es humana por su finalidad.

No sólo es humana la economía por su fin. También lo es porque –tal y como se ha analizado en el capítulo anterior- el medio principal del que necesita servirse para realizar la tarea transformadora de descubrir, producir  e incrementar el valor económico es el trabajo humano con toda la riqueza de su variedad complementada y la de las herramientas que utiliza. Son los trabajadores los que adecuan con inteligencia[24] los distintos medios de producción en cada etapa productiva al objeto de producir los bienes y servicios de primer orden con aquellas  dosis, combinaciones, formas, calidades y proporciones que la naturaleza humana demanda. La producción de bienes y servicios a lo largo de toda la historia ha sido un continuo tratar de cumplimentar los requerimientos[25] y apremios de esa naturaleza humana que, aun cambiante, sigue siendo idéntica en lo sustancial. Y hay que reconocer que –al menos en los países desarrollados- se ha conseguido satisfacer cada vez más sofisticadamente todos y cada uno de los apremios humanos.

Por ello nuestra ciencia no se puede englobar entre la ciencias de la naturaleza –ello sería depauperarla- sino que hay que situarla sin complejos entre las ciencias humanas[26]. Las ciencias sociales y las humanidades son su lugar. Sólo allí es donde se encuentra cómoda y sólo desde allí  puede ejercer su influjo beneficioso sobre las demás y sobre todo lo demás. Luego la economía no es una ciencia mecánica[27] y determinista[28], sino una ciencia social en la que interviene decisivamente toda la compleja riqueza orgánica[29], unitaria y original de la inteligencia,[30] imaginación, del sueño y de los sueños, de los instintos,  del amor,[31] de la  memoria[32], creatividad[33] y libertad[34] humanas. Y la naturaleza humana es la que es. El cuerpo humano es el que es con toda su complejidad y misterio en el aparato circulatorio, en el respiratorio, en los tejidos musculares, en el sistema óseo, en las neuronas cerebrales, en el oído, en el tacto…. Misterio y complejidad interdependiente en toda su unidad orgánica[35].  Y qué decir del  alma humana, el espíritu humano es también el que es, con su psicología, con sus pasiones, con sus hábitos buenos y malos, con sus sincronías, con sus respuestas ante los incentivos y ante las dificultades. En cada ser humano, además,  está como concentrado todo el pasado, todo el presente y todo el futuro[36]. Con todo ese bagaje y desde la soledad relacional de su interior[37] y desde su conciencia se enfrenta a lo inesperado[38].

Hay dos mundos dentro del mundo de los hombres: el que vive el cuerpo, el mundo de la necesidad biológica, el mundo que transforma todo en subsistencia, en permanencia, lo más firme posible, dentro de la naturaleza, y el que vive la mente, el mundo que levanta, sobre la simple presencia de las cosas y los hombres, una luminosa y complicada constelación de deseos y sueños, de interpretaciones y sistemas conceptuales[39].

Si en el capítulo primero concluíamos que la realidad material natural tiene como característica fundante la unidad en la multiplicidad de su variedad complementaria -siempre cambiante, interactiva, interdependiente  e inabarcable- corresponde ahora sacar las consecuencias que tiene el hecho de la riqueza interdependiente, interactiva e inabarcable –y además en libertad- del protagonista fundamental de la actividad económica que no es otro que la persona humana en toda su dimensión multifacética integral[40]. Como ya dijimos, ello da lugar consecuentemente a que sobre el complejo sistema dinámico de la economía real se estén ejerciendo continuamente influjos engarzados a través de las valoraciones[41] heterogéneas[42] que cotidianamente hacen miles de millones de personas distribuidas por toda la geografía y que siempre están –cada una de ellas- en circunstancias singulares cambiantes. Los efectos que producen cada una de las decisiones que los agentes económicos van tomando se difunden por todo el sistema microeconómico en ondas y oleadas expansivas que tienen sus epicentros en cada uno de los innumerables puntos neurálgicos y circunstanciales de la riqueza insustituible de cada persona concreta y singular.

[1] Este ensayo breve corresponde a una parte del  capítulo III del libro “Redes de expansión microeconómica”, pendiente de publicar en esta misma editorial.
[2] Ricardo, al referirse al contenido de su teoría del valor, afirmaba: «Es una doctrina de la mayor importancia en economía política y de ninguna otra fuente proceden tantos errores y tantas diferencias de opinión como de las ideas vagas que se conectan con la palabra valor». Ricardo, Principios de Economía Política y Tributación, Ayuso, Madrid 1973.
La problemática del valor tiene repercusiones prácticas impor­tantes en todo el ámbito del actuar económico. No es una cuestión meramente nominalista; no es algo puramente especulativo. El pro­blema del valor afecta necesariamente a la conducta humana e impli­ca incluso el problema de la felicidad del hombre y, por consiguien­te, el de la sociedad.
La teoría del valor ocupaba entre los clásicos un lugar prominen­te y tanto sus aciertos como sus errores tuvieron una influencia defi­nitiva sobre la actividad económica práctica. Hoy en día apenas se reflexiona sobre estos problemas. Es más fácil encontrar filósofos que se inmiscuyan en el campo eco­nómico -a veces con notable ingenuidad- que economistas que estudien los problemas básicos de su materia con cierta perspectiva filosófica.
[3] Los problemas del valor son el eje central de los problemas económicos porque indican los «para qués» de la investigación econó­mica y nos muestran cuáles son los objetivos que pretendemos alcan­zar.
[4] Una consecuencia negativa derivada del hecho de enmarcar la economía en el contexto exclu­sivo de las ciencias de la naturaleza es considerar la problemática del valor económico como absurda, como irrelevante, «metafísica» en sentido peyorativo.
[5] De antigua anomalía califica Böhm-Bawerk el que «los autores no se preocupasen de investigar las maravillosamente sutiles compli­caciones de la formación del valor; que debiera ser misión y orgullo de nuestra ciencia desembrollar, lejos de lo cual se adoptaba ante ellas una necia presunción o una actitud negativa todavía más necia, en aquello en que las cosas no se ajustaban a la presunción estableci­da» Böhm-Bawerk, Capital e Interés, FCE, México 1986, p. 517.
Creo que es un error que en nuestra ciencia se hayan dejado las reflexiones en torno a la teoría del valor arrin­conadas, como si ese tipo de conocimiento no fuese otra cosa que un simple embellecimiento poco importante. Este tipo de indagacio­nes se consideran algo poco esencial para el economista, algo obsole­to y supuestamente superado.
El economista «científico» tiende a colocarse fuera del alcance del «vulgo», refugiándose en el ámbito de las abstracciones, donde los modelos, las ecuaciones y la compleja terminología especializada conforman un medio de comunicación con patente exclusiva para expertos y, a la vez, representan un muro infranqueable contra los embates del mundo exterior. Este tipo de ciencia económica intenta revestirse con el positivismo del paradigma científico de la naturaleza inanimada, alejando cualquier atisbo de consideración ético-filosófi­ca para mostrar la posibilidad de un tratamiento meramente neutral y descriptivo.
[6] Durante siglos el criterio de la riqueza y sus variaciones cuantitativas y desplazamientos ha estado en la base del pensamiento económico. No por casualidad Adam Smith titula su magna obra  como Investigación acerca de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. De hecho, ya en la época del esplendor del pensamiento griego, Aristóteles la definió como «Ciencia de la riqueza«. Todos los economistas Clásicos explícita o implícitamente aceptarían definiciones con esta característica; en especial J. B. Say y J. S. Mill. Say manifestaba que «la Economía Política enseña cómo se forman, distribuyen y consumen  las riquezas que satisfacen las necesidades de las sociedades». John Neville Keynes, que conocía la aportación marginalista y la tendencia creciente a definir nuestra disciplina en términos de medios a fines nos dice: «…En trabajos sobre Economía política el término económico es generalmente empleado simplemente como un adjetivo correspondiente al sustantivo riqueza. Por un hecho económico se entiende, en consecuencia, cualquier hecho relativo a los fenómenos de la riqueza  Por actividades económicas se hace referencia a aquellas actividades humanas que se dirigen a la creación, apropiación y acumulación de riqueza; y por costumbres e instituciones económicas, a las costumbres e instituciones de la sociedad humana con respecto a la riqueza». En España parece ser que este concepto de la Economía fue introducido por el economista asturiano A. Flórez Estrada (1765-1853) contemporáneo por tanto de Say. El inconveniente fundamental de este tipo de definiciones reside en la falta de precisión explicativa del vocablo fundamental de «riqueza». Si la Economía es la ciencia de la riqueza tenemos que explicar qué entendemos por riqueza.
[7] En toda valoración real siempre interviene la libertad con todo lo que ello conlleva. José Antonio Marina define la inteligencia humana como una inteligencia animal transfigurada por la libertad.
[8] En mi opinión, la ciencia económica, para salir de sus crisis, tiene que volver a reflexionar sobre sus principios fundamentales, sobre sus fines. El valor económico tiene que incorporarse de nuevo al puesto que le corresponde. La economía tiene que hacerse más hu­mana, incluir al hombre como objeto de estudio.
[9] Esto comenzó a producirse precisamente mientras la economía se constituía como una ciencia libre de orientaciones de valor, como ciencia que, para hacer suyo el estatuto epistemológico de las ciencias naturales, sobre todo de la física, había debido declarar como externo a su alcance cognoscitivo el mundo de la vida. En particular, se trata de evitar que se cometa hoy un nuevo delito: que la investigación económica acabe por destruir, sobre todo entre los jóvenes, la esperanza en una transformación del régimen intelectual, una transformación que ponga al centro del discurso la persona humana. Zamagni, Stefano, Heterogeneidad motivacional y comportamiento económico. Inst. de Investigaciones Económicas y Sociales «Francisco de Vitoria» (Madrid: Unión Editorial, 2006), p. 12.
[10] Los fines últimos humanos tienen que estar presentes a lo largo de todo el proceso productivo si queremos que tal proceso sea positivo en términos económicos. Si nos olvidamos del extremo final de la relación del valor, lo podemos convertir en antieconómico. La producción, en cuanto elaboración del hombre, ha de revertir sobre el individuo y, en cierto sentido, debe prever una planificación al prever un futuro de necesidades posibles:
«Se puede planear por anticipación cuando el plan se dirige hacia determinado fin (como la ganancia), pero no se puede planear con anticipación cuando no se sabe la finalidad perseguida». Hicks, Valor y Capital, FCE, México 1974, p. 275.
En este sentido es preciso medir el desarrollo de un país por el nivel de realización de sus gentes como hombres y por el grado de humanización de sus condiciones materiales. La realidad sensata, que surge a poco que se reflexione, es que no interesa tanto el cuánto como el cómo está distribuido, qué es lo que se ha producido, cómo las personas se benefician de ello proporcionadamente  en términos de realización personal. La finalidad de la economía no es producir más y más en términos físicos y homogéneos. La finalidad de la economía (sólo el hombre puede realizar una actividad propiamente económica) es el hombre, es decir la persona humana  con toda su limitación y su grandeza, con toda su pobreza y toda su riqueza. La ley del máximo beneficio con la mínima pérdida requiere un punto de mira más personal y menos cuantitativo. Las palabras beneficio o pérdida tienen una referencia última al ser humano máximamente humanizado, no una referencia puramente cuantitativa en términos de tenencia de mercancías propias.
[11] Hayek define la idea de orden como aquél “estado de cosas en el cual una multitud de elementos de diversa especie se relacionan entre sí de tal modo que el conocimiento de una parte especial o temporal del conjunto permite formular, acerca del resto, expectativas adecuadas o que, por lo menos, gocen de una elevada probabilidad de resultar ciertas. Martínez Meseguer, César, La teoría evolutiva de las instituciones. La perspectiva austriaca. Madrid: Unión Editorial, 2006; p. 195.
[12] Cada enfermo exige un tratamiento particular: no se trata a un anémico como a un sanguíneo, a un niño como a un viejo, a un cuerpo agotado igual que a un organismo todavía vigoroso. Un médico que recetara la misma cosa a todos sus clientes afectados por la misma enfermedad ejercería bastante mal su arte. Thibon, Gustave, El equilibrio y la armonía, Madrid, Ediciones Rialp, 1981, p. 25.
[13] Ese rasgo de la prudencia es la “solertia”. “Solertia” es el estar dispuesto para enfrentarse con lo imprevisible. Puede ocurrir que la experiencia —la prudencia se alimenta de la experiencia— no muestre un procedimiento válido en algún caso. Aunque esto no sea tan frecuente como dice Dewey, el hombre puede encontrarse con lo inesperado, con aquello para lo cual no hay una respuesta preparada, porque no se parece a nada de lo que antes ha acontecido.  Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), p. 23.
Aunque el hombre lo pretende esquivar, no se puede negar la aparición de lo imprevisible. De hecho, gran parte de lo imprevisible se cifra en que la experiencia de cada uno no es transmisible a los demás. Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), p. 23.
[14] Recordar es saber, cuando brota del tiempo interior, cuando emerge de la autarquía y de la mismidad.El tiempo de la anamnesia, de la reminiscencia, se despierta desde la reflexión, o sea, desde la lectura de sí mismo. Entonces se descubren significaciones, intenciones, contextos. Emilio Lledó, La memoria del Logos (Madrid: Taurus, 1996), p. 257.
[15] Rothbard, Murray N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 33.
[16] “La verdad peculiar del arte no radica tanto en la iluminación de la realidad objetiva (mensurable, delimitada, asible) que la ciencia analiza cuanto en la instauración de, mundos, tramas relacionales en las cuales cobra pleno sentido el hombre y su circunstancia personal. El arte revela sobre todo la vertiente relacional de la realidad.” Alfonso López Quintás, Estética de la creatividad, Ediciones Rialp, 1998. Pág. 477-478
[17] El objetivo que me propongo con esta aportación es básicamente el de proporcionar la apertura de un debate franco sobre los fundamentos antropológicos de la ciencia económica. No me interesa, por tanto, un discurso sobre el método ni, aún menos, una valoración crítica de lo modelos y de las técnicas de análisis, no obstante útiles y refinadas, que la más reciente literatura ha producido en gran cantidad. La razón es que, como oportunamente nos recuerda Tanzla Nicti (2001), cada planteamiento epistemológico, antes o después, arriba al terreno antropológico; cada pregunta sobre algo de la realidad (en nuestro caso, económica) que puede ser conocido, remite inevitablemente a una nueva pregunta, que versa sobre el hombre. No se puede pensar en mantener los dos planes del discurso separados entre sí en aras de la tesis «de la gran división» entre conocer y valorar, entre verdad (objetiva) y valores (subjetivos) –una tesis bastante difundida en la cultura contemporánea y cuyo origen habitualmente se retrotrae a David Hume-. Zamagni, Stefano, Heterogeneidad motivacional y comportamiento económico. Inst. de Investigaciones Económicas y Sociales «Francisco de Vitoria» (Madrid: Unión Editorial, 2006), pp. 9-10.
[18] Lo que distingue a un ser vivo de una máquina es que todas las manifestaciones de su existencia comportan dos vertientes completamente irreductibles entre sí: la vertiente externa que concierne a nuestras reacciones observables desde fuera (los gestos del cuerpo, las expresiones de la de cara, las palabras, etc.) y la vertiente interna (sensaciones, emociones, sentimientos, pasiones), que permanece rigurosamente subjetiva, es decir, no verificable e incomunicable. Thibon, Gustave, El equilibrio y la armonía, Madrid, Ediciones Rialp, 1981, p. 21.
[19] La hipótesis atómica, tan fecunda en  física, fracasó en la psicología. Nos enfrentamos continuamente a problemas de unidad orgánica, heterogeneidad, discontinuidad; el todo no es igual a la suma de las partes; comparaciones de cantidad fallan, pequeños cambios producen grandes efectos; las hipótesis de  un continuum uniforme y homogéneo no se verifican. Por eso los resultados de la psicología matemática no nos ofrecen índices fundamentales, sino derivados, no nos ofrecen medidas, sino, como máximo, primeras aproximaciones, índices falibles, así como aproximaciones hipotéticas, con muchas dudas acerca de lo que son índices o aproximaciones. Nadie era más consciente de ello que el propio Edgeworth. Keynes, John Maynard, Ensayos biográficos. Políticos y economistas. Barcelona: crítica, 1992; pp. 274-275.
[20] En el diccionario de uso del español de María Moliner se citan como ejemplos las siguientes metáforas: “perlas de rocío” o “la primavera de la vida”.
[21] El sentido, como es una facultad ligada a órganos materiales, tiene un contacto directo con las cualidades concretas de los objetos de experiencia y es comprensible que su conocimiento pueda desenvolverse ulteriormente hasta alcanzar una cierta comprensión global del individuo según las condiciones reales de contingencia en las que éste se encuentra en un instante dado.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 309.
[22] «Los análisis más recientes sugieren que es más probable que el comportamiento finalista (orientado hacia la consecución de determinados objetivos) sobreviva en la competencia en el mercado que el comportamiento aleatorio u otras conductas no finalistas». BECKER, Tratado sobre la familia, Alianza Editorial, Madrid 1987, p. 253
 
[23] Puesto que nuestra vida no se desenvuelve dentro de una experiencia única, sino a través de una gran variedad de formas y modos, la conciencia tiene reflejada en sí esta variedad, y no nos maravilla por tanto que también ella, cuando intenta discernir las fases que asume la existencia concreta en la reflexión espontánea, se encuentre no raramente frente a complejidades inaprensibles, a nuevos casos que no se dejan analizar de modo ordinario y mucho menos se dejan describir.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 547.
[24] Los estratos o planos perceptivos, heterogéneos en sus respectivos contenidos, se muestran en el acto y en el objeto de la percepción no sólo como «relativos»,  sino más íntimamente todavía, como interdependientes los unos de los otros bajo la supremacía definitiva de las funciones y de los contenidos de la inteligencia. Lo que precisamente constituye el «desarrollo» de la percepción es el realizarse de esta interdependencia de objetos y funciones, desde las formas primitivas y globales a las formas cada vez más diferenciadas y pregnantes.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 34.
[25] Maslow clasifica las necesidades humanas de la siguiente manera: 1) necesidades fisiológicas, 2) necesidades de seguridad, orden, legalidad y disciplina, 3) necesidad de pertenencia y amor, 4) necesidad de estimación, logro, respeto y aprobación, 5) necesidades de autorrealización.
[26] Es significativo en este sentido el título del monumental tratado de economía de Ludwig von Mises: La acción humana. La economía se dirige a la práctica, es una ciencia de la actuación consciente. Como tal, es más ciencia del espíritu que ciencia de la naturaleza. La consideración del sujeto humano en la economía se acentúa más debido a la evolu­ción desde la sociedad industrializada hacia una sociedad de servicios. Se intuye la necesidad de un proceso de rehumanización del conocimiento científico. Peter F. Drucker, en un artículo que analiza la dirección futura de la ciencia económica, indica que la próxima economía intenta ser de nuevo «humana» y «ciencia». Por eso pienso que será ciencia si es auténticamente humana y será humana si es verdaderamente ciencia.  Drucker, «Toward the next Economics», en The Crisis in Economic Theory, de D. Bell  e I. Kristol, Basic Books, Nueva Yorl: 1981, p. 17.
[27] Leibniz empezó a formular una idea que, por otra parte, Newton también señala en los Principia: se puede incrementar la dominación técnica del mundo, porque cabe una interpretación dinámico-mecánica del universo. La mecánica, que según los antiguos era un arte exclusivamente humano, que nada tenía que ver con la constitución del universo, puede, según Newton, generalizarse y extenderse al universo entero. Tendremos así una mecánica racional, una comprensión mecánica del mundo. Si hacemos del universo una gran máquina, podemos controlarlo, y mejorar con ello nuestra situación en él.
La primera formulación de Leibniz se interpreta así como un proceso indefinido con el cual nos iremos librando de los males que han aquejado a la humanidad hasta el presente. El futuro es mejor que el pasado. Es el futurismo, la gran esperanza del porvenir. Tenemos una ciencia cuyo desarrollo nos permitirá inéditas conquistas.  Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), p. 27.
[28]          Está, sin embargo, muy extendida la imagen de la economía «científica» que tiende a colocarse fuera del alcance del «vulgo» creando un ámbito sólo reservado para expertos que se refugian entre una compleja terminología especializada, donde los modelos econométricos, las matrices, las múltiples abstracciones o las ecuaciones lineales y los gráficos tridimensionales se convierten en seres vivientes. Este tipo de pensamiento y racionamiento económico intenta revestirse con el positivismo del paradigma científico de la naturaleza inanimada, alejando cualquier atisbo de consideración ético-filosófica para mostrar la posibilidad de un tratamiento meramente neutral y descriptivo.
[29] Está claro que en el hombre todo es relevante y que la verdad del hombre no es un resultado, un mosaico de piezas: no es artificial. El hombre es unitario  a priori. El estudio analítico del ser humano y de su dinamismo no es el más apropiado. Si nos empeñamos en aplicarlo, la cantidad de efectos secundarios que surgen escapa a cualquier control. Si se admite que no tener en cuenta todos los factores es aconsejable (o inevitable), usar el método analítico es lo adecuado, pero si no se admite, es decir, si se advierte que aunque la ciencia no es sistemáticamente consistente, la realidad humana sí lo es (o más amplia que la ciencia), se hace necesario considerar los temas antropológicos de otra manera. Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), p. 46.
[30] Seguramente el test de inteligencia más claro es el que juega con la capacidad de salir de lo dado. La inteligencia tiene cierto carácter creador. Esto es lo que la interpretación englobante de la memoria no tiene en cuenta. El hombre más inteligente descubre oportunidades y alternativas.  Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), p. 59.
[31] El mundo ideal que fragua la historia no desaparece nunca. Desaparece la individualidad, desaparece la gravitación de un cuerpo sobre la tierra; pero; igual que permanece la ley que lo sostiene, también permanece la fórmula que lo expresa. La teoría, la contemplación proyectada por unos ojos, se convierte así en algo más allá de esos ojos. Se convierte en leguaje, en comunicación; pero incluso transciende el lenguaje mismo para, desde el otro lado de las palabras, señalar a la mente los ritmos de la investigación, del progreso y de la búsqueda continúa. Aquí debe aparecer otra vez el amor, el estallido de la materia, clausurada sólo en la precisa red de sus instintos. Esta explosión, que domina al hombre y lo moviliza, encierra así, en las líneas que marcan su despliegue, una nueva figura, un inesperado contexto de posibilidad: otro hombre, otro mundo, más allá de la frontera de la piel y de la armadura de los huesos. El alimento que nutre el amor son las ideas; pero la dialéctica que permite sus infinitos derroteros procede de la «asimilación de esos sueños», que, realizados y encarnados en los vericuetos del deseo, dan a éste validez, contenido y esperanza. Emilio Lledó, La memoria del Logos (Madrid: Taurus, 1996), pp. 113-114.
[32] Es claro que el tiempo vivido no puede conservarse en su totalidad. Borges ilustra esta cuestión imaginando un ser humano dotado de una memoria portentosa, capaz de acordarse de todo. Pero ese hombre está atrapado por su propia memoria, porque, paradójicamente, necesita emplear todo un día para acordarse de los acontecimientos del día anterior. Si la memoria no fuera selectiva, si lo recogiera todo, en vez de ser  una gran ayuda para la organización del tiempo humano, sería un estorbo. Una memoria exhaustiva no permite avanzar; habría que emplear el mismo tiempo para recoger el tiempo pasado. Con esto, en la hipótesis de Borges, todos los días serían repetición del primero. Y como la unidad día es convencional, en el límite tendríamos una absurda anulación del tiempo en la vida.
La memoria no repite exactamente el pasado, sin que conserva lo importante, selecciona.  Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), pp 56-57.
[33] La mayor capacidad resolutiva de problemas depende en el hombre de la capacidad de idear, es decir, de considerar los recursos de los que puede echar mano de una manera no particular. El hombre descubre en las cosas propiedades constantes, que van más allá del aquí y del ahora. El hombre, ante todo, resuelve problemas porque es inteligente. La inteligencia, en la práctica, se caracteriza por ser capaz de fijación de propiedades, de un modo abstracto, no particular: la inteligencia puede acudir a un mismo remedio aunque cambien las circunstancias. En el animal esto es prácticamente inexistente. La capacidad abstractiva es, asimismo, susceptible de crecimiento.  Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), p. 21.
[34] La libertad es lo más alto del ser humano. La cuestión de la libertad ha de comparecer al tratar de nuestro carácter mortal. La cuestión es ésta: ¿hasta qué punto somos libres? La libertad está en el origen de nuestro inteligir. Ejercer el noús comporta que somos libres; ejercer la libertad comporta el noús. Preguntar hasta qué punto somos libres es preguntar hasta qué punto somos. Si la libertad es radicalmente inseparable del ser humano, el alcance de la libertad es el alcance de nuestra propia realidad.  Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), p. 218.
[35] Un organismo no es una máquina; en el organismo todo está conectado. La medicina es un modo de tratar analíticamente un organismo, pero en el organismo todos los factores son pertinentes. Por eso todo medicamento produce efectos secundarios. Es imposible que no haya efectos secundarios si los remedios son parciales. Seguramente muchos problemas pretendidamente insolubles se deba al abuso del método analítico. ¿No será la nuestra una situación en la que nos topamos con un gran número de efectos secundarios a los que, a su vez, tratamos de dar solución analíticamente? ¿No explica esta inhabilidad el desencanto postmoderno?  Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), pp. 44-45.
[36] La nostalgia es un sentimiento cercano a la tristeza, y por eso un poco negativo, con el cual el hombre se refiere al pasado con preferencia, y lamentando que ya no sea. Pero es más valiosa la nostalgia de futuro. El hombre presiente, y ese presentimiento no tiene nada que ver con una vida anterior mejor, que el futuro es mejor que el presente. Quizá haya gente que carezca de este sentido de la nostalgia, o que no lo llame así. Quizá sea abusar del sentido de la palabra, pero se trata de marcar la diferencia: no cualquier tiempo pasado fue mejor, si es que se espera lo inesperado.
La esperanza de lo inesperado no tiene la seguridad del pasado que pasó: es justamente esperanza de que el futuro es mejor.  Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), p. 61.
[37] En la conciencia experimentamos continuamente la presencia del alma, en cada acto y e los actos y objetivos entrevemos su espiritualidad; pero el muro del cuerpo nos impide contemplarla cara a cara y caminamos con ella escondida tras este muro, dentro del cual el alma se digna hacernos sentir sus impulsos y nos invita a presagiar su fisonomía. Es este eclipse del alma para la conciencia el que hace de nosotros en la vida terrestre un continuo misterio para nosotros mismos. Es por la transparencia que la falta por lo que frecuentemente las épocas de nuestra vida se separan, dejando sobrevivir en la conciencia actual y en la memoria apenas unos pocos residuo; aún más, cada intervalo de sueño traza un vallado, y hasta las mismas situaciones de vigilia se puedan escindir en islas desparramadas que afloran por propia cuenta en la conciencia. Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) pp. 615-616.
[38] Creo que Heráclito tiene razón: el hombre encuentra lo inesperado, y al encontrar por primera vez algo puede conocerlo e integrarlo en su vida. No es necesaria la presciencia. Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), pp. 60-61.
En la vida humana tiene lugar la novedad. La novedad la re-conocemos, pero ese «re» no es una reposición memorística, como pretende Platón, sino la consecuencia de nuestra capacidad de aprehender la verdad. Estamos orientados hacia la verdad.  Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), p. 62.
[39] Emilio Lledó, La memoria del Logos (Madrid: Taurus, 1996), p. 113.
[40] En buena teoría, no existe entidad alguna que iguale a una necesidad del individuo. Es John Smith quien desea comida, no el estómago de John Smith. Además, la satisfacción llega a todo el individuo y no solamente a una parte del mismo. El alimento satisface el hambre de John Smith y no la necesidad de su estómago. Maslow, A.H.,  Motivación y personalidad, Flamma, Sagitario, 1975, p. 67.
[41] Se puede concluir que la percepción es una cierta «síntesis» de sensibilidad y de pensamiento. Mejor todavía, más que hablar de síntesis que suena demasiado a extrinsicidad, digamos que la misma percepción es un pensamiento, no puro y abstracto, sino en cuanto está objetivado inmediatamente en los contenidos sensibles; un pensamiento que «incorpora» a sí la experiencia. Por esto se ha dicho justamente que el momento esencial en la percepción es la «incorporación del significado» (micote). La percepción, por tanto, ni es sensación pura ni pensamiento puro; más bien se trata de «pensamiento vivido», al que no puede ser extraño el mismo pensamiento puro, y sin el cual no es posible formar alguna de pensamiento puro. En esta inmanencia de lo abstracto en lo concreto, y la correspondiente incorporación de lo uno en lo otro, las que posibilitan tanto nuestro pensamiento como nuestra percepción. Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 33.
[42] Se considera en muchas ocasiones, que los problemas que atañen a las ciencias económicas y jurídicas son problemas simplemente de contenido técnico, al suponer que la información está dada y que se conocen tanto lo fines como los medios de cada una de las acciones individuales a desarrollar. De ser esto así, implicaría que, en la mayoría de los casos, el estudio económico quedaría reducido a un simple problema de maximización de una función objetiva y conocida. Olvidando que la acción humana no es algo estático, al desarrollarse en el tiempo (entendido en sentido praxeológico), y en un entorno de incertidumbre, donde sólo una pequeñísima parte de la información que se genera puede llegar a ser conocida, pues está dispersa, es subjetiva, y se está creando y modificando continuamente.  Martínez Meseguer, César, La teoría evolutiva de las instituciones. La perspectiva austriaca. Madrid: Unión Editorial, 2006; p. 202.