Algunas referencias biográficas y contexto intelectual del siglo XVI. – Apartado 2 – Capítulo I – Justicia y Economía

Justicia y Economía

 ÍNDICE

CAPÍTULO  I   

CONTEXTOS   HISTÓRICO   E   INTELECTUAL   DEL  SIGLO   XVI   Y DEL SIGLO  XX  EN  LA  ÓRBITA  ESPAÑOLA   Y  EUROAMERICANA MUNDIAL

Apartado 2

Algunas referencias biográficas y contexto intelectual del siglo XVI.

 El elevado nivel del pensamiento económico español durante el siglo XVI que señalara Schumpeter[1] fue en gran medida un logro de los últimos escolásticos: la Escuela de Salamanca, como a veces se la ha llamado. Estos autores eran, fundamentalmente teólogos y juristas en cuyo pensamiento el orden social y económico[2] desempeñaba una función importante aunque secundaria.

Pudieran ser aplicables a varios de los componentes de la denominada Escuela de Salamanca[3] lo que Hayek escribe en la introducción a los Principios  de Economía Política de Carl Menger para referirse al fundador de la Escuela Austriaca de Economía:

La historia de la economía política es rica en ejemplos de precursores olvidados, cuya obra no despertó ningún eco en su tiempo y que sólo fueron redescubiertos cuando sus ideas más importantes habían sido ya difundidas por otros.

 Rothbard trató  uno por uno todos los que él consideraba incluidos en la Escuela de Salamanca que también consideraba fundada por Francisco de Vitoria. Nos dirá respecto a dicha Escuela en general: Si el nuevo tomismo liberal comenzó con el cardenal Cayetano en Italia, la antorcha pasó pronto a un conjunto de teólogos del siglo XVI que revivieron el tomismo y la escolástica y los mantuvieron vivos más de un siglo: la Escuela de Salamanca, en España.

 Es perfectamente lógico que España fuese el centro de la enseñanza de la escolástica en el siglo XVI. Ese siglo fue, ante todo, el siglo de España. España fue líder en las exploraciones y conquistas en el Nuevo Mundo, la nación que trajo los tesoros de oro y plata a Europa atravesando el Atlántico y la que, junto a Italia y Portugal, permaneció clamorosamente católica e inmune a la extensión del protestantismo.

Puesto que vamos a proyectar y estudiar los paralelismos y las proyecciones doctrinales  de la Escuela de Salamanca[4] y, en concreto, de tres autores del siglo XVI español –Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y Tomás de Mercado- sobre nuestros días y sobre el pensamiento de Hayek, es preciso situar su obra en el contexto de ideas que prevalecieron en su época y sobre las que nuestros autores dejaron impresa su huella personal y original que más tarde también influyó de manera decisiva en otros autores.

2.1      Francisco de Vitoria.

Vitoria, nacido en Burgos finalizando el siglo XV, ingresó en el convento dominico burgalés en 1504 yendo cinco años más tarde –en 1509- a estudiar Humanidades y Teología a la Universidad de París donde estuvo hasta 1523 en que se doctoró y regresó a España para explicar la Suma de Santo Tomás, primero en Valladolid y después –en 1526- en Salamanca al ganar por oposición la cátedra de Prima Teología en su universidad, y  donde renovó los estudios teológicos con una orientación humanística, implantó el uso de la Suma Teológica como texto base de las explicaciones escolares sustituyendo al libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, utilizó un lenguaje sobrio y claro en sus clases que contrastaba profundamente con las complicaciones y vaguedades nominalistas de la escolástica decadente, asumió el empeño de acercarse a las cuestiones humanas desarrollando la parte práctica de la Teología enfrentándose a los hechos concretos y a las situaciones históricas más candentes de la sociedad de su tiempo para tratar de iluminarlos desde los principios morales sapienciales,  formó multitud de discípulos[5], creó la ciencia del Derecho Internacional -con repercusiones tanto en el ámbito estrictamente español a través de jesuitas y dominicos[6] como especialmente en el europeo y mundial- y no consideró ilegítima la acción española en América, sino que la depuró, rechazando títulos falsos de dominio, dejando sentado el principio de la libertad e igualdad jurídica de todos los pueblos advirtiendo que aun en el supuesto de que no hubiera habido deficiencias en los títulos que originariamente movieron a la ocupación, los españoles no debían abandonar las Indias. 

 2.2      Domingo de Soto.

 Nace en Segovia en 1495 y muere en Salamanca el 15 de noviembre de 1560.

Teólogo y jurista español; restaurador, junto con Vitoria de la Teología, y propulsor del movimiento científico español del siglo XVI. En lo jurídico representa la cristalización del derecho de gentes: príncipe de los juristas del Renacimiento, en su obra puede reconstruirse todo lo relativo al derecho internacional, al natural y penal. Estudió en Alcalá –conservando algún resabio del nominalismo imperante-, graduándose allí de bachiller en Artes (1513-16), y después en Santa Bárbara de París (1517-18). Vuelto a Alcalá, consiguió la licencia en Teología, obteniendo una cátedra de Artes (1519-24). En 1524 tomó en Burgos  el hábito dominicano. Y en 1532 ganó en la Universidad de Salamanca la cátedra de Vísperas. Como teólogo de Carlos V –que le nombró su confesor- fue al Concilio de Trento (1545-1547). Presidió las Juntas de Valladolid (1550-51) en la controversia de Las Casas con Sepúlveda. En la Universidad de Salamanca obtuvo por aclamación la cátedra prima (1552-60).

De él dirá Rothbard en su Historia del Pensamiento Económico:

El alumno más eminente de Vitoria y compañero suyo de teología en Salamanca fue el dominico Domingo de Soto (1494-1560). Segoviano, de familia acomodada, que no rica, de Soto estudió en la Universidad de Alcalá, cerca de Madrid, y después viajó a París, donde tuvo por profesor a Vitoria, e impartió después docencia allí. A su vuelta a España fue nombrado en Alcalá profesor de metafísica, ingresó en la Orden de dominicos y fue a reunirse con su mentor, como profesor de teología, a Salamanca, en 1532. Aunque de carácter reservado, De Soto estuvo en repetidas ocasiones implicado en la administración de la Universidad, siendo varias veces prior del colegio universitario de San Esteban. Su obra en física puede también considerarse sobresaliente.

 El emperador Carlos V honró en 1545 a De Soto nombrándole su representante en el gran concilio de Trento, decisivo para la Contrarreforma católica. De Soto, que pronto se convertiría en confesor del emperador, renunció a ello pocos años después para regresar a su cátedra en Salamanca. Su fama se apoya sobre todo en su tratado “De justitia et jure”, publicado en 1553 pero basado en clases originalmente impartidas en Salamanca en el curso 1540-41.  “De justitia et jure” conoció al menos 27 reimpresiones antes del final de siglo, y fue un tratado leído y citado por juristas y moralista hasta mediados del siglo XVIII. [7]

 2.3      Tomás de Mercado.

 Lucas Beltrán nos refiere esta sencilla y sugerente semblanza de Tomás de Mercado[8]:

 Este autor nació en Sevilla, en fecha desconocida, pero sin duda próxima a 1530. Muy joven fue a América y, en la ciudad de Méjico, ingresó en la Orden de Santo Domingo. Durante un tiempo ejerció el ministerio sacerdotal. En aquellos años se fundó la Universidad de Méjico, y Mercado estudió en ella.

 Regresó a España y vivió un tiempo en Sevilla, a la sazón la ciudad que hacía la mayor parte del comercio con América[9]. Sin duda llegaron a su conocimiento los casos de conciencia de muchos comerciantes que, deseando cumplir la doctrina católica, se encontraban con problemas para ellos insolubles. La moral medieval condenaba el interés del dinero y creía que las transacciones comerciales debían hacerse al “precio justo” ¿Cómo había de determinarse éste? ¿Y en qué casos la prohibición del interés podía dispensarse? Pues los moralistas medievales habían ido aceptando excepciones cada vez más numerosas a esta prohibición. Los confesores se veían obligados a dar soluciones a las consultas de los penitentes.

 De Sevilla, Mercado pasó a Salamanca, y en esta universidad continuó sus estudios.[10]

 Él mismo tenía en gran aprecio y veneración a los maestros de Salamanca porque nos dice en la Suma de Tratos y Contratos:

Por lo cual deseando la utilidad y honra verdadera de estas grandes, procuré, que dado yo sólo compusiese la obra, muchos varones más antiguos en días y letras, que ya casi fuesen autores della (conviene a saber) todos los catedráticos en Teología de la universidad de Salamanca, y otros muchos maestros de gran erudición, como arriba van nombrados, examinándola ya compuesta, y aprobando su doctrina. Cada uno de los cuales la pasó por sí, y la censuró. De manera que se pueden asegurar con ella, y holgarse de tener resueltos y determinados sus contratos, por toda aquella famosa universidad, do al presente, y siempre conservó, y floreció toda doctrina verdadera, así natural y moral, como divina.[11]

El año 1569 publicó en la misma ciudad su libro Tratos y contratos de mercaderes y tratantes. Declara que “mi intento principal es instruir cumplidamente a un mercader en todo lo que con su ingenio puede entender por reglas”. Con esta finalidad escribió su libro en castellano y no en latín, como solían escribirse entonces los libros de este carácter, y empleó un lenguaje sencillo y claro. La obra tuvo rápida difusión y fue objeto de varias reediciones; durante algunos siglos siguió siendo consultada.

 En 1571, dos años después de la primera edición, apareció en Sevilla una nueva ampliada. Su extensión fue casi el doble de la primera. El título fue ligeramente modificado y pasó a ser Suma de tratos y contratos[12]. Una de las razones de las ampliaciones de la segunda edición fue contestar a una obra aparecida en Sevilla en 1569, el mismo año en que la primera edición del libro de Mercado había visto la luz. Esta obra era de Luis de Mexía; estaba escrita en latín, con un resumen de sus conclusiones en castellano; su título era Laconismus seu chilonium pro pragmaticae qua panis precium taxatur in interioris foro hominis elucidatione.

 El mismo año 1571 Mercado publicó también en Sevilla dos libros, uno titulado Commentarii lucidissimi in textum Petri Hispani y el otro In logicam magnam Aristotelis commentarii. Los dos tienen carácter filosófico y estaban destinados principalmente a la enseñanza. Dado ese carácter, no vamos a ocuparnos de ellos en este ensayo.

 En 1576 Tomás de Mercado se embargó nuevamente con rumbo a Méjico. Durante la travesía enfermó y murió.

 En 1587 se publicó en Sevilla una tercera edición de la Suma de tratos y contratos. En 1591 apareció en Brescia una traducción italiana de la primera edición española. Tratos y contratos de mercaderes y tratantes; el traductor fue Pedro María Marchetti.

 En los últimos tiempos, la Suma de tratos y contratos[13] (es decir, la segunda edición de la obra) ha sido objeto de dos reediciones, una por la Editora Nacional (Madrid 1975), con un estudio introductorio de Restituto Sierra Bravo[14]. La otra, por el Instituto de Estudios Fiscales (Madrid 1977), estuvo a cargo del profesor Nicolás Sánchez Albornoz, que escribió para ella un prólogo[15].

 2.4      Contexto intelectual del Siglo de Oro español.

Si en el siglo XIII algunos tratadistas –entre los que destaca sobremanera Tomás de Aquino- se inspiran en las obras de Aristóteles que circulan en latín  -y que también se traducen a las lenguas romances y son objeto de refundiciones y comentarios-, en el siglo XVI,  aquel prestigio de las obras aristotélicas[16] empieza a ser compartido con las nuevas tendencias que dan lugar a un protagonismo cada vez más significativo de las obras de Platón inspirando aquel nuevo género de literatura idealista que se centra en las utopías. Los ejemplos más importantes son la Utopía de Tomás Moro (1479-1535) y La ciudad del Sol del dominico napolitano Tomás de Campanella (1568-1639). Si inspirándose en  la Política de Aristóteles trataron de adaptar a los Reinos que existen en cada época lo que allí se decía sobre la Polis o Ciudad perfecta, con la inspiración platónica utópica se imaginan un tipo ideal de sociedad política que se describe como existente en un país desconocido y en abierta desconexión con la realidad. 

 A raíz especialmente de Santo Tomás -y teniendo en cuenta la inexistencia de contradicción lógica entre razón y fe- sin perjuicio de que las doctrinas teológicas se fundan con las aristotélicas, nace ya en el siglo XIII una ciencia secularizada independiente de la Teología.  El medievalismo suponía que el hombre se encontraba mediatizado por el criterio de autoridad, incluso en el logro de su cultura, y que se le negara siquiera un relativo acercamiento a la posibilidad de captar la verdad por sí mismo o por su propio conocimiento.

Dos hechos resultan ser decisivos en el cambio de mentalidad que favorece más adelante la aparición del humanismo. Dos hechos aparentemente fortuitos: la toma de Bizancio y la famosa Escuela de Traductores de Toledo. La toma de Bizancio saca los libros de los herméticos griegos celosamente guardados por los monjes y la Escuela de Traductores de Toledo, con un moderno concepto de la imbricación e interrelación de culturas, equipara en la balanza la obra de árabes y judíos que, o bien estaban impregnadas de neoplatonismo o bien habían traducido determinadas obras del acerbo neoplatónico. Una situación que produce un cambio de mentalidad a través de diversos elementos: las traducciones árabes de los sofistas y herméticos griegos, el amor cortés que seculariza las costumbres (si bien llega a producir vertientes de amor a lo divino como en el franciscanismo), la sustitución del sistema ptolemaico por el heliocéntrico, por el cual el hombre y la naturaleza adquieren una enorme relevancia, etc.

Ya Ficino a mediados del siglo XV sitúa al hombre en el centro de todo lo creado, por ser intermediario y participante de lo celeste y lo terrestre, lo que le otorga el derecho a conocer toda la verdad y lograr toda la bonda«[17]. De este modo la verdad se convierte, así, en catalizador de las nuevas ideas y de su evolución a lo largo del XVI y del XVII[18] .

Al mismo tiempo desde finales del XV se viven tiempos de cambio y de inseguridad que se manifiestan en «Profecías astrológicas»,  «espera de la conversión de los infieles (mahometanos y judíos), del papa angélico»[19], triunfo del cristianismo para 1480, abundantes milagros en 1492, la profecía astrológica de 1524, etc. Savonarola incluso llegará a afirmar que el profeta y la profecía son fundamentales para llevar a los hombres a la verdad y al bien. La tendencia a la predicación profética terminará hacia 1530.  De hecho la profecía era una forma de expresar su temor y sus deseos. Alterna el sentido de libertad procedente de las teorías humanistas, con el sentido de predestinación, en muchas ocasiones avalado por sucesos tan decisivos como el Descubrimiento. Un claro ejemplo lo tenemos –al que ya nos hemos referido- en el sentido providencialista de Colón, como indicó Pérez de Tudela, al firmarse Christopherens[20].  Una opinión contradictoria que oscila entre la defensa de la libertad y la individualidad humanas frente a un futuro predeterminado para el hombre.

La depravación a la que había llegado el cristianismo promueve una creciente interiorización religiosa, pero también la crítica a los estamentos por no responder al mandato de Cristo. Como he señalado,  se había producido por el descubrimiento y la valoración del mundo y del hombre, que supone la reivindicación de la dignidad e infinitud espiritual humana y de su dominio intelectual de la naturaleza[21].

El siglo XVI fue además –como ya se ha dicho- el siglo de la renovación romana, culminante con la Contrarreforma, frente a las prédicas de Lutero, el humanismo de Erasmo de Rotterdam y el principio de la disidencia en el seno del Catolicismo. También se produjo el avance imparable de los turcos, la gran fuerza islámica que no puede menos que ser tenida en cuenta al tratar de explicar el arte, la ciencia y el estado del conocimiento en la época.

El Renacimiento en el arte, iniciado durante el Quatrocento, se desarrolló en un siglo de madurez inigualable, el siglo XVI o Cinquecento. Dentro de este largo período convivieron dos tendencias fundamentales: la clasicista y la manierista. Al mismo tiempo, Venecia reaprovechó los logros quattrocentistas y los mezcló con su particular tradición e influencias, con lo cual constituía una Escuela, si no aparte del resto de Italia, sí claramente diferenciada en su estilo. El Cinquecento italiano continuó en paralelo a la expansión de la pintura flamenca. El arte, a pesar de la inestabilidad, alcanzó unas cotas geniales, especialmente en Roma y durante el gobierno del Papa Julio II. Éste actuó como mecenas de los grandes: los mejores arquitectos trabajaron para levantar San Pedro del Vaticano y remodelar los Apartamentos Vaticanos. Miguel Ángel pintó para él la Capilla Sixtina, trazó edificios y diseñó innumerables proyectos escultóricos que no siempre pudo rematar. Rafael también trabajó para el Papa, siendo su obra más famosa pintada para éste la decoración al fresco de las Estancias de la Signatura en los Apartamentos Vaticanos. Fuera de Roma, la gran figura fue Leonardo: hombre de ciencia, humanista, inventor, diseñador de fortalezas y maquinarias de guerra… y excelente pintor. Trabajó para diversas cortes y mecenas hasta establecerse en Milán.

    En lo que respecta a las ciencias prácticas cabe señalar que los inventos técnicos de la Edad Media generalmente dieron usos prácticos a las triviales creaciones de los ingenieros de la escuela de Alejandría. No fueron el resultado de la ciencia teórica sino del empirismo. [22]

 La ciencia retomó su vuelo ascendente, pero con una motivación adicional desconocida para los antiguos: de que sea útil, de que esté orientada a las necesidades prácticas de los hombres, y de que reduzca el dolor y los afanes de la vida. De este modo, dejó de ser una actividad puramente especulativa. Se tornó activa y funcional, y adquirió un significado social. Casi de la noche a la mañana, las artes mecánicas, tan despreciadas por los antiguos, fueron rehabilitadas y glorificadas. [23]

El dominio de la naturaleza se relaciona en cierta medida con la valoración de la cultura entendida como compendio de creencias y hallazgos del hombre, al que se considera creador de todo un mundo, el mundo de la historia, motivo por el cual los estudios históricos cobrarán una enorme importancia debido también a la reafirmación de lo experimental en el hombre, unido a la libertad de espíritu. La libertad incide directamente en el conocimiento -histórico- de la herencia del pasado -con el fin de hacerla progresar-,  la independencia de juicio, la necesidad de indagación, el derecho a regir su propia vida y convicciones, al tiempo que reivindica todos los valores de la Antigüedad, etc.

En este momento la verdad se encuentra íntimamente relacionada con el conocimiento, desechando los aspectos dogmáticos y fideísticos, hasta llegar al punto de prescindir de la acepción de verdad como verdad religiosa, lo que supondrá, a su vez, la vulgarización del concepto. Como señala Leonardo, el conocimiento humano debe partir de la experiencia y la suma de conocimientos, como cultura es la historia. Frente a la importancia que se concede a la historia se valora el conocimiento personal de la realidad. Dicho conocimiento supone una experiencia y la suma de todas las experiencias producen como resultado el mundo de la cultura y de la historia.

El conjunto de la obra de Erasmo incide en estos aspectos que valoran la experiencia. En sus Apotegmas, la vida de los antiguos griegos y romanos, se nos ofrece como un paradigma de actuación y al tiempo de sabiduría, como ocurre con las frecuentes citas de Diógenes y Sócrates. Por otra parte sus Adagia inciden nuevamente en el tema recordando dos aspectos: la importancia de la cultura popular basada en el hombre y el valor concedido a la experiencia, que es fundamental en el humanismo.  Precedentes del valor concedido al pensamiento popular lo tenemos en el franciscanismo en dos aspectos: la predicación en romance y el valor de la experiencia como sabiduría. De este modo el hombre crea sus propias acciones, o como dice G. Vico al hablar del Renacimiento: conocemos sólo lo que hacemos.

El erasmismo, por otra parte, opone a la costumbre y a la autoridad de la mayoría el juicio propio del que se conoce a sí mismo y tiene capacidad intelectual para juzgar por sí de las situaciones, exaltando de este modo la libertad del cristiano que imita a Cristo[24] . Según Abellán tres son los aspectos que marcan el comienzo del humanismo en España: autoridad, observación y fuentes originales, que inciden en la evolución del criterio de verdad y conforma una conciencia disidente

Otros aspectos que se pueden considerar es la importancia que se concede a la lengua, puesto que estamos en un comienzo de la literatura con categoría y conciencia artística, pero también en el despegue y la fijación de las lenguas romances. Especialmente porque la lengua tiene una singular relevancia en el lenguaje jurídico. Como indica Garin se le exigía al legislador  no sólo una gran pericia lingüística, anticuaria e histórica, sino también una amplia y sólida cultura literaria[25].

Durante el Renacimiento el hombre es consciente de que la ley depende de la voluntad y conciencia de aquellos que la dictan. Por tanto, la fuerza del derecho no está tanto en la ley cuanto en la probidad y equidad de los jueces. De este modo Luis Vives afirma en De Disciplinis que la ley es variable según la época y el lugar, puesto que la justicia es variable según el lugar y la época.

Coincidiendo con los tratadistas medievales de Política en su preocupación por cómo debe organizarse un Reino, pero abandonando el carácter teórico de las especulaciones de aquellos, a principios del siglo XVI el florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527), en una breve obra titulada El Príncipe (escrita en 1513, pero no publicada hasta 1541) y en unos Discursos sobre las Décadas (o historia romana) de Tito Livio, analiza cómo se forman los Reinos en la realidad, y de ello deduce una serie de consejos prácticos, haciendo caso omiso de la rectitud o moralidad de los procedimientos, que tanto preocupaba a los teólogos.[26]

 Es en aquella época donde se produce aquella revolución…….

La obra de Maquiavelo, por su realismo despierta el más vivo interés, y por su amoralidad una no menos viva oposición. Prohibida por la Iglesia, se divulga sin embargo en España en su original o en traducciones manuscritas que circulan clandestinamente. Antonio Pérez (1540-1592), ex secretario de Felipe II, se inspira abiertamente en Maquiavelo[27]; pero el resto de los autores españoles, aun recogiendo parte de sus observaciones –y en este sentido la influencia de Maquiavelo es clara, adopta una posición de manifiesto antimaquiavelismo exaltando la estricta observancia por el príncipe de los principios de la Moral católica[28].

Al igual que adquiere importancia la profecía, el Renacimiento auspicia todo un pensamiento basado en el futuro, es decir, se proyecta en la utopía, tanto en La utopía de Tomás Moro, donde se establece una tipología de gobierno ideal,   como en la famosa Ciudad de Dios erasmiana o en otros «manuales» orientados a la praxis del gobierno como hemos visto en  El príncipe de Maquiavelo, El Cortesano de Castiglione, y el más cercano de Relox de príncipes y el Aviso de privados de Fray Antonio de Guevara, sin olvidar el famoso Enchiridion o manual del príncipe cristiano de Erasmo.

        Antecedentes de este comportamiento ideal se encuentra en la vertiente del neoplatonismo en el activo devenir de la Florencia del XV.  La obra de Giovanni Pico della Mirandola, en su obra De Dignitate, inicia  el pensamiento utópico, y la creencia en las posibilidades del ser humano,  al repetir la famosa frase de Hermes Trimegistro, El mayor milagro es el hombre.

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Y, por último, dado que estamos tratando del paralelismo y proyección actuales de tres autores españoles del siglo XVI con un representante destacado de la Escuela Austriaca -nacido además en Viena- y teniendo en cuenta que en aquella época aquellos territorios y lo que en ellos vibraba formaba parte de los dominios del Reino de la España de entonces, no me resisto a citar aquel apunte de esperanza en la España del futuro con el que coincido y que planteaba Julián Marías en 1996:

El repertorio de nuestras posibilidades es inmenso, y a él hay que añadir una larga historia coherente e inteligible, inspirada por la continuidad cambiante de un proyecto. Si todavía se agrega la dilatación de la lengua y la cultura en todo el ámbito hispánico, que nos pertenece a todos por igual y constituye nuestro patrimonio, asombra el horizonte de nuestras posibilidades.

La cuestión es conocer los pasos y los personajes de la historia y tomar posesión de todo ello. Si en lugar de ello preferimos los espacios angostos o las banderías, nos condenamos a la pobreza y la cerrazón del horizonte. No se ve por qué se ha de renunciar a lo que somos, a dimitir de nuestra propia condición. La elección está en nuestras manos; y lo que elegimos es precisamente lo que va a ser nuestra vida[29].

 [1]   Schumpeter se dio cuenta de que las raíces del análisis económico descansan en la filosofía moral más que en el mercantilismo, como la mayoría de los historiadores anteriores habían sostenido. La principal corriente, en opinión de Schumpeter, se originó con Aristóteles y la escolástica medieval, incluidos los doctores de los siglos XVI y XVII.  Grice-Hutchinson, El pensamiento económico en España (1177-1740) Barcelona, Editorial Crítica, 1983, p. 17.
[2]   Entre los temas de carácter económico que examinaron los doctores españoles podemos incluir la naturaleza de la propiedad privada; las cargas impositivas; la ayuda a los pobres, es decir, los sistemas
“asistenciales”; el comercio; el “justiprecio” y la usura; y el dinero, la banca y el intercambio exterior.  Grice-Hutchinson, El pensamiento económico en España (1177-1740) Barcelona, Editorial Crítica,1983, p .107.
[3]   El fundador reconocido de la Escuela de Salamanca fue Francisco de Vitoria (ca. 1485-1546), gran teórico del derecho y pionero en la disciplina del derecho internacional. Vasco de nacimiento, de familia próspera, criado en Burgos, al norte de España, Vitoria se hizo dominico y marchó a estudiar, y luego a enseñar, a París. Allí, en una de las ironías de la historia del pensamiento, fue discípulo de un flamenco que había sido alumno de uno de los últimos ockhamitas, John Mahor. Este hombre, Pierre Crockaert (ca. 1450-15143), había estudiado y luego enseñado teología siendo ya de edad madura, Crockaert, apartándose de su maestro Major, abandonó el nominalismo y se aproximó al tomismo, entrando en la Orden dominica y llegando a impartir docencia en el Colegio dominico de Saint-Jacques, en París. Después de pasar unos diecisiete años en París, embebiéndose de tomismo y enseñándolo, Vitoria regresó a España para impartir teología en Valladolid, acabando finalmente, en 1526, en Salamanca –reina entonces de la universidad española- como principal profesor de teología. Murray N. Rothbard,  Historia del Pensamiento Económico. El pensamiento Económico hasta Adam Smith. Vol. I. Clásicos de la Libertad. Madrid, Unión Editorial, S.A. Madrid 1999, pp 132-136.
 [4]   Los límites de esta escuela son, naturalmente, vagos. Es posible fijarse preferentemente en sus aportaciones a la ciencia jurídica o en las que hicieron a la ciencia económica. Siguiendo al profesor Nicolás Sánchez Albornoz, en su prólogo a la moderna edición de la ‘Suma de tratos y contratos’ de Tomás de Mercado, podríamos entender por Escuela de Salamanca solamente a un grupo de autores que profesaron en aquella Universidad, o incluir además en ella a círculos de pensadores de otras ciudades que fueron influidos por aquéllos. En el primer sentido, la escuela estaría constituida por Francisco de Vitoria (al que podemos considerar fundador), Tomás de Mercado, Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta y Diego de Covarrubias. En sentido un poco más amplio, podríamos añadir a ellos a Bartolomé Medina, Miguel de Palacios y José Anglés. Un poco más alejados estuvieron Domingo de Báñez, Luis de Molina, Pedro de Ledesma, Juan de Salas y el portugués Manuel Rodrigues. Con un criterio más amplio todavía, haríamos entrar en la Escuela de Salamanca a los castellanos Cristóbal de Villalón, Luis de Alcalá, Luis Saravia de la Calle, Juan de Medina, Bartolomé de Albornoz y Luis López, y a los valencianos Francisco García, dominico, y Miguel Salón, agustino. Lucas Beltrán, cp. XIX Sobre los orígenes hispanos de la economía de mercado. Ensayos de Economía Política, nº 14, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1996.
[5] De él dira Rothbard entre otras cuestiones que se tratarán más adelante: Vitoria, profesor muy brillante e influyente, estableció el marco en que se desarrollaría la Escuela de Salamanca durante el resto de ese siglo. Si bien no publicó ninguno de sus escritos, sus lecciones de clase nos han llegado en las transcripciones y apuntes de sus alumnos, de modo muy similar a lo que ocurrió con Aristóteles. Gran parte de la gloria de la Universidad de Salamanca fue resultado de las reformas instituidas por el propio Vitoria. Como consecuencia, la universidad tuvo pronto setenta cátedras por lo menos, ocupadas por los mejores escolásticos del momento, proporcionando formación  no sólo a través del currículum medieval tradicional, sino también en disciplinas de reciente creación como la ciencia de la navegación y el lenguaje caldeo.
 Las clases de Vitoria consistían sobre todo en comentarios a la teoría moral del Aquinate. Vitoria fundó, con sus clases, la gran tradición escolástica hispana de denuncia de la conquista y, en especial, del régimen de esclavitud a que los españoles sometieron a los indios del Nuevo Mundo. En una época en que los pensadores predicaban en Francia e Italia el absolutismo secular y el poder del Estado, Vitoria y sus seguidores revivieron la idea de que la ley natural es moralmente superior al mero ejercicio del poder estatal.
[6]   Poco después de los jesuitas, serán sus propios correligionarios dominicos quienes insistirán en adjudicar al P. Vitoria “la gloria de haber sido el creador de una ciencia nueva, la del Derecho Internacional. Hugo Grocio reconoce haberse inspirado en él..” (San José, 1946, p. 273). Esta influencia de Vitoria es particularmente resaltada por el padre Alonso Getino, editor de las Reelecciones Teológicas del Maestro Fray Francisco de Vitoria (1935). El tercer tomo lo introduce con el siguiente epígrafe: “Cien textos internacionalistas de Grocio y Gentili calcados en otros tantos de Vitoria”. Más
cercanamente, el P. Hernández Martín sintetiza esta cuestión en el capítulo “Vitoria y Grocio” de su biografía ‘Francisco de Vitoria. Vida y pensamiento internacionalista’ (1995): recuerda las 15 citas nominales de Vitoria (Que se complementan con las referidas a Vázquez de Menchaca, Covarrubias, Baltasar de Ayala, Domingo de Soto, Molina, y otros autores españoles) en el Mare liberum  graciano; que alcanzan a 68 en ‘De iure praedae’, y 58 en’De iure belli ac paci’s. Para concluir, copio la referencia a este libro en la  colección Economía y economistas españoles de Fuentes Quintana: “Hernández Martín, en un trabajo sobre la vida de Francisco de Vitoria y su pensamiento internacionalista, aparecido en 1995 y que está en la misma línea de investigación de Pereña, señala la influencia del maestro salmantino en Hugo Grocio, Alberico Gentili y John Locke, entre otros. (En Tedde y Perdices (1999), p. 109.) León Gómez Rivas. Op. cit. pp. 46-47
 [7]   Murray N. Rothbard,  Historia del Pensamiento Económico. El pensamiento Económico hasta Adam Smith. Vol. I. Clásicos de la Libertad. Madrid, Unión Editorial, S.A. 1999, pp. 132-136
[8]   Rothbard  también  nos dirá unas breves palabras en su Historia del Pensamiento económico: El siguiente economista salmantino de importancia fue el colorista Tomás de Mercado (m. 1575). Su manual de teología moral,  Tratos y contratos de mercaderes (Salamanca, 1569), fue el más importante después del de Saravia. Nacido en Sevilla, Mercado se crió en México, donde ingresó en la Orden de dominicos, regresando a Salamanca y Sevilla. Su manual demuestra su amplio conocimiento de las prácticas mercantiles, adquirido en sus viajes, y es de estilo conciso y hasta irónico.
 Mercado fue un teórico monetario perspicaz, si bien a veces un  tanto confuso. Al aplicar el análisis de la utilidad a la moneda llegó hasta el límite mismo del análisis marginal cuando afirmó que el poder de compra de la moneda es más elevada donde ésta es escasa y por tanto es “estimada” en más. En dos palabras, Mercado advirtió confusamente que la demanda de moneda sigue un patrón, cayendo cuando la oferta se eleva, y que el valor, o poder de compra, de la moneda viene determinado por la interacción de su oferta y su demanda. Dicho con sus palabras:
 … la moneda se valora mucho menos en las Indias [donde se extrae el metal] que en España…. Después de las Indias, el lugar donde menos se valora es Sevilla, ciudad que atrae hacia sí todas las cosas buenas del Nuevo Mundo, y, después de Sevilla, las otras partes de España. Donde más se estima la moneda es en Flandes, Roma, Alemania e Inglaterra. Esta estimación y apreciación depende, en primer lugar, de la abundancia o escasez de estos metales; los cuales, como se encuentran y extraen en América, son allí tenidos en poco. Murray N. Rothbard,  Historia del Pensamiento Económico. El pensamiento Económico hasta Adam Smith. Vol. I. Clásicos de la Libertad. Madrid, Unión Editorial, S.A. 1999, pp 132-136
[9]   Uno de los méritos de Tomás de Mercado y de otros autores de la Escuela de Salamanca es que figuran entre los primeros que formularon la idea de la relación entre la cantidad de dinero y el nivel de precios. Qué parte del mérito de este descubrimiento corresponde a ellos y cual a autores extranjeros, sobre todo a Jean Bodin, es cuestión polémica. Larraz, en su mencionado libro, se ocupó ampliamente de ella y opinó que la mayor gloria corresponde a los españoles. No vamos a tratar de esta cuestión, porque nos alejaría demasiado del tema de nuestro estudio. Lucas Beltrán, Ensayos de Economía Política, nº 14, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1996.
[10] Lucas Beltrán, Ensayos de Economía Política; Madrid, Unión Editorial, 1996, pp. 239-240
[11]   Tomás de Mercado Suma Tratos y Contratos; Madrid, Editora Nacional, 1975,  p. 82.
[12]   Las fuentes jurídicas de la obra son muy numerosas y pertenecen tanto al Derecho Romano como al Canónico, Decreto de Graciano y otras colecciones, e incluso al derecho común. En materia de Cambios, sigue muy de cerca la Decretal de Pío V, sobre los cambios del año 1571, que inserta en su texto original latino después de haber realizado una exposición y comentario de ella.
 Asimismo son también muy abundantes relativamente las citas de los autores escolásticos, entre los que destaca de manera especial Santo Tomás por el número e importancia de las referencias. Después, los demás autores se pueden ordenar según el número de citas, de la siguiente manera: Soto, Silvestre, Cayetano, Conrado de Sumehart y San  Antonino de Florencia. Otros autores que se encuentran citados una o dos veces son Ricardo, El Hostiense, Juan de Andrea, Altisidoro, Gerson, Almain y Pedro  Palude.  Restituto Sierra Bravo. Estudio introductorio a la Suma de Tratos y Contratos de Tomás de Mercado, Op.Cit., p. 15.
[13]   Esto implica que la Suma de Tratos y Contratos responde en su intención a la finalidad genérica del método sociológico, que  pretende la investigación empírica de la realidad, y de hecho se encuentran en ella aspectos descriptivos o sociográficos de la vida económica de su época. Las numerosas descripciones de la realidad socioeconómica de su tiempo, frecuentemente detalladas y llenas de viveza y colorido, su base en la praxis y la insistencia en su importancia, constituyen una de las características más salientes del estudio que presentamos. Restituto Sierra Bravo, Estudio Introductorio Suma Tratos y Contratos. Tomás de Mercado, Op. Cit.  p. 13.
[14]   Este método didáctico (para instruir cumplidamente a los mercaderes) es no sólo intencional, sino que adquiere expresión concreta en la escritura de la obra en lengua vulgar y no técnica (entonces el latín), en su estilo sencillo, llano y claro, esmaltada de gráficas expresiones con vetas de pintoresquismo andaluz, y sobre todo, en los múltiples ejemplos que glosa las ideas de la obra, de tal modo que, a juicio de Abellán (8), “lo más característico de esta obra, el sello que la hace inconfundible con otras análogas son los ejemplos. Ellos, que siempre dan claridad a la doctrina, son doblemente necesarios, cuando ésta se dirige a los lectores poco habituados al abstracto raciocinio, y amigos en cambio de lo tangible, como suelen ser los mercaderes”. En conclusión desde un punto de vista metodológico, parece más adecuado considerar la Suma de Tratos y Contratos no como una obra de método único y uniforme, sino múltiple y complejo, en parte doctrinal o especulativo, en parte empírico y en parte didáctico. (8) P. M. Abellán: Una moral para comerciantes en el siglo XVI. Significación de la Suma de Fr. Tomás de Mercado en la Historia de la Teología Moral. “Miscelánea Comillas”, 1051, Restituto Sierra Bravo. Estudio Introductorio Suma Tratos y Contratos. Tomás de Mercado Op. Cit.  p.13
Las citas en la Suma de tratos y contratos las clasifica en: 
  1. Sagrada Escritura
  2. Santos Padres
  3. Filósofos de la antigüedad clásica, griega y latina
  4. Fuentes jurídicas; y
  5. Citas de otros autores escolásticos
 Tanto las citas de la Sagrada Escritura como la de los Santos Padres son bastante reducidas en números absolutos y en comparación con alguno de los grupos indicados. Por otra parte, se encuentran especialmente en el primer libro, no existente en la primera edición, que trata de la ley natural, y se refiere, por tanto, a aspectos que se pueden calificar de marginales en relación al núcleo de la obra. Así, entre los Santos Padres, sólo se hallan citados, fuera del texto, una vez San Juan Crisóstomo,  otra Tertuliano y dos o tres San Agustín.
 Entre los filósofos de la antigüedad clásica destaca Aristóteles por el número e importancia de sus citas, como era de suponer, dada la formación escolástica del autor y su adscripción a la escuela tomista dominicana. Exceptuados Aristóteles y Cicerón, a quien también cita varias veces, sólo menciona una vez a Platón y otra a Marcos Catón. , Restituto Sierra Bravo. Estudio Introductorio Suma Tratos y Contratos. Tomás de Mercado Op. Cit.  p. 14.
 [15] Lucas Beltrán, Ensayos de Economía Política; Madrid, Unión Editorial, 1996, p. 240
[16]  Antonio Prieto, La prosa del siglo XVI. Madrid. Cátedra.1986  pp. 14-15
En el estilo de la persona renacentista está su consideración aristotélica del hombre como “animal ridens”, como poseedor de ese músculo risorio que los demás animales no tienen, y se trata, en medio de saberes y admoniciones y polémicas, de que ese músculo peculiar del hombre no se atrofie. La superioridad del “animal ridens” no está sólo en la manifestación de la “iocunditas”, utilizada como contraste o descanso de severidades, sino en la superioridad del autor sobre la materia que trata. Si prevalece en el tiempo renacentista una trayectoria antropocéntrica en la que el hombre es eje o centro del universo, el autor también es el eje se su producción escrita, que conduce libremente y a la que domina como proyección del microcosmos. Por este valor encontramos también que formas literarias como el diálogo y la epístola están regidos por un yo que frecuentemente se inviste como personaje que libremente puede circular por estas formas ajenas a ataduras preceptivas. Así, frente al género como producto literario reglamentado que el preceptista, el gramático o el neoclásico dieciochesco examina, el renacentista se apega al género en su étimo de estilo, de expresión personal que se fecunda con la libre mezcla de elementos que le permite avanzar con su mirada en la imitación clásica
[17]   P.O. Kristaller, El pensamiento renacentista y sus fuentes. México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 235.
[18]   Rocío Oviedo, «Renacimiento y veracidad, reflejo y evolución del concepto en tres cronistas de lndias» Atti del Convegno di Milano a cura di Giuseppe Bellini, Roma, Bulzoni editore, 1989, p.100.
[19]    Cantimori, Humanismo y religiones en el Renacimiento, Barcelona, Península, 1984, p. 205
[20]    Pérez de Tudela y Bueso. Mirabilis in altis. Madrid,  C.S.I. C. 1983
[21]    R. Mondolfo, Figuras e ideas de la filosofía del Renacimiento. Barcelona, Icaria, 1980. p. 229
[22]    Louis Rougier, El genio de Occidente, Madrid, Unión editorial, p 97.
[23]    Louis Rougier, op cit., p. 98.
[24]    J. L. Abellán, El erasmismo español, Madrid, Espasa Calpe, 1976, p.102
[25]    Garin, Eugenio, La revolución cultural del Renacimiento. Barcelona, Editorial Crítica, 1984, p 219.
[26]    Alfonso García Gallo, El origen y la evolución del Derecho, pp. 645-646
[28]    Alfonso García Gallo, El origen y la evolución del Derecho, pp. 645-646
[29]   Julián Marías. España ante la historia y ante sí misma (1898-1936). Madrid, Espasa Calpe, 996, p.139