7. Qué leer – Por qué leer – Rafael Gómez Pérez

7. Qué leer

         Antes de encontrarse con las  letras, los niños y niñas se encuentran con imágenes. Hay multitud de álbumes para  las edades más tempranas, en los que el cuento no necesita palabras escritas, pero sí habladas, dichas, porque el cuento tiene que ser contado. La estructura del cuento, con principio, intriga y final, es algo que el niño o niña aprende muy pronto, apenas sabe hablar y a veces antes.

         El siguiente paso es el de libros ilustrados  con algunas pocas líneas de texto. El niño ve esas líneas como otra cosa, distinta de las imágenes, y sabe muy pronto que esas líneas pueden ser dichas, pronunciadas. Es así como se va haciendo poco a poco con la experiencia de la lectura.  Todo niño o niña desde muy pronto sabe qué significa pedir:  “léeme un cuento”.

         Durante un tiempo, la lectura será para ellos algo que los demás hacen. Los demás le leen; ellos escuchan, y casi siempre con mucha atención.

         Más tarde hay que introducirlo en la experiencia de las letras. Al principio no las ve con mucho interés porque la letra es un símbolo y un símbolo no deja de ser algo abstracto. Por eso en los abecedarios para niños se suele asociar cada letra a algo conocido, sensible, familiar, ya sea en la realidad o en la imaginación: A de azul; B de beber; C de cerdo; D de dedo, E de estrella,  F de foca, G de gorila… M de mamá  y P de papá… Es importante que en la medida de lo posible el nombre de la imagen escogida empiece por el sonido de la letra. Porque son los sonidos los que tienen que ir prevaleciendo para que se aprenda a asociarlos al grafismo, a la forma de las letras.

         Una vez que se aprende el abecedario, viene el paso fundamental: el de juntar las letras. Hay muchos libros para esta base esencial de la lectura: la m con la a  ma. Cualquier niño de cualquier país acaba aprendiendo le lengua de su cultura, por difícil que parezca ese idioma a los de otras culturas… Recuérdese aquello, de  Nicolás Fernández de Moratín, de “Admiróse un portugués/de ver que en su tierna infancia/ todos los niños de Francia/supiesen hablar francés./ “Arte diabólica es,”/dijo torciendo el mostacho,/  “que  para hablar en gabacho/un hidalgo en Portugal/llega a viejo y lo habla mal,/ y aquí lo parla un muchacho”.  Pero el castellano tiene la ventaja, junto con el italiano y otros pocos idiomas, de una gran correspondencia entre la fonética y la ortografía, entre lo que se pronuncia y lo que se escribe.

         Como sostiene Chomsky, existe en el ser humano una gramática innata, por la que, por diversos mecanismos, entre ellos el de asociación, el niño que aprende a leer acierta en la soluciones a los problemas que se le plantea, aunque ese planteamiento lo haga por primera vez. Hay una lógica interna que el niño cumple a rajatabla, como se demuestra cuando construye como regulares los verbos irregulares: y dirá yo cabo en lugar de yo quepo. Y se ha rompido en lugar de se ha roto. Y se ha cubrido en lugar de se ha cubierto. En niños que tienen, por naturaleza, una notable capacidad de expresión he podido comprobar, desde muy pronto, que sabían defenderse en construcciones del tipo de leémelo, aunque hubiera sido más fácil me lo lees  o simplemente lee.

         Apenas se dispara el “mecanismo” de las asociaciones, lo único que se requiere para aprender bien a leer es dedicarle tiempo, leer mucho. Leer es una habilidad como cualquier otra. La rapidez, la intensidad, la comprensión de la lectura depende esencialmente del entrenamiento. Y del leer mucho depende también el léxico con que, al cabo de su vida, enriquece los medios de expresión de una persona. Una gran parte del léxico se aprende, desde la primera infancia, de oídas. Pero al léxico más especializado, concreto y exacto sólo se llega a través de la lectura.

         Para entrenarse en la lectura, para tomarle gusto y para enriquecer el léxico es suficiente cualquier escrito, pero es claro que en los niños y adolescentes es necesario que se trate de textos que les atraigan y que estén al alcance de su comprensión. No tiene, por eso, nada de extraño que a edades muy tempranas gusten los cómics, porque la ilustración hace más amena y llevadera la lectura y porque, por lo general, son un alarde de imaginación que atraen al lector.

         Es importante, sin embargo, que los cómics no sean el único tipo de lectura. Hay que dar el paso hacia la lectura de textos que no tienen ese auxiliar gráfico. Pero, en esos casos, hay que dar a los primeros lectores textos que, además de algunas ilustraciones, reúnan algunas características:

         -en cuanto al fondo: historias en las que haya imaginación, acción, movimiento, intriga, interés, asombro…

         -en cuanto a la forma: estilo claro, rápido, colorido, de párrafos cortos, de mucho diálogo, de pocas pero llamativas descripciones.

         Lo ideal es empezar por obras que reúnan las condiciones en cuando al fondo y en cuanto a la forma que se detallaron antes y que a la vez sean de calidad. Pero no es imprescindible. No son pocos los casos en los que se ha empezado por un tipo de literatura fácil, no de mucha categoría, pero interesante a esos niveles de edad o de formación y luego, ya tomado el gusto y la afición a leer, avanzar hacia unos textos de mayor entidad y validez.

POR QUÉ LEER