L’importance du travail dans l’histoire de la pensée économique. – Importancia del trabajo en la historia del pensamiento económico

L’importance du travail dans l’histoire de la pensée économique. L’importance du travail comme cause efficiente de la valeur et du progrès économique a été évidente tout au long de l’histoire de la pensée économique. C’est pour cette raison que les théories de la valeur-travail ont toujours été très importantes : « A l’aube du mercantilisme, est apparu… Seguir leyendo L’importance du travail dans l’histoire de la pensée économique. – Importancia del trabajo en la historia del pensamiento económico

El trabajo como causa activa del valor

Al analizar la causa material del valor económico veíamos que las realidades corpóreas cambian de forma, se transforman en una deter­minada dirección, sólo en virtud de un principio extrínseco a ellas que actúa sobre las mismas. De por sí son una causa pasiva. Es preciso que la materia sea conducida hacia la adquisición de una nueva forma determinada. No basta con la materia, es preciso el trabajo.

El estudio de las causas materiales del valor lleva naturalmente a la consideración de la causa eficiente. La causa eficiente, además, es prioritaria a la causa material, ya que ésta no podría ejercer su influjo causal sin el previo ejercicio de la causa eficiente. El trabajo humano es la causa activa, mientras que el factor productivo sobre el que actúa es la causa pasiva.

A pesar de la riqueza que encierra la Naturaleza, su pasividad aleatoria como causa material implica que la escasez haya que referir­la especialmente al trabajo, a la causa eficiente. Toda clase de pro­ducción requiere necesariamente la inversión en determinados y es­pecíficos trabajos, determinación y cualificación concreta que si no se posee hay que adquirirla. La escasez de los factores de producción no humanos que proporciona la naturaleza surge en razón de que no pueden utilizarse plenamente porque exigen necesariamente consu­mir determinados trabajos: «Las disponibilidades de trabajo determi­nan, por eso, la proporción en que cabe aprovechar, para la satisfac­ción de las humanas necesidades, el factor naturaleza, cualquiera que sea su forma o presentación.

»Si la oferta de trabajo aumenta, la producción aumenta también. El esfuerzo laboral siempre es valioso; nunca sobra, pues en ningún caso deja de ser útil para adicional mejoramiento de las condiciones de vida.» «El trabajo es el más escaso de todos los factores primarios de producción».[1]

Todo ello implica que el resto de factores, en virtud de la com­plementariedad innata al valor, sólo pueden emplearse en la cuantía que las existencias disponibles del más escaso de ellos autorizan. Este es el motivo, decepcionante, de que existan tierras, riqueza sub­marina, yacimientos, fábricas e instalaciones sin explotar, factores materiales desaprovechados. En nuestro mundo hay insuficiencia de potencia laboral, y en esa dirección se encuadra la tarea económica de incrementar el valor de la riqueza material.

La sustitución tecnológica de unos sistemas por otros más efi­cientes no hace que el trabajo no sea escaso mientras queden factores materiales desaprovechados, cuya utilización incrementaría su grado de humanidad. Tales progresos amplían la producción y son benefi­ciosos en cuanto que aumentan la cantidad y calidad de bienes dis­ponibles pero no ocasionan paro, porque la escasez del factor trabajo continúa vigente.

La teoría del trabajo clásica surge del contraste fundamental en­tre la tierra como factor pasivo, y además imposible de incrementar por el hombre, y el trabajo como factor activo y que además sí es factible incrementar. Dados los recursos naturales y la productividad del trabajo, la cantidad de la fuerza de trabajo era la variable funda­mental que había que conseguir expandir. En estos modelos el valor económico y social se incrementaba mediante la expansión de la acumulación de capital y la población.

El trabajo se puede definir como actividad humana que transfor­ma directa o indirectamente la realidad material, el cosmos en gene­ral, buscando un crecimiento en términos de acercamiento a los fines.

El hombre trabaja cuando, sirviéndose de su capacidad humana, aprovechando de modo deliberado su energía vital, conforma y hu­maniza la materia. Cuando, en vez de dejar espontáneamente mani­festarse las facultades físicas y nerviosas, las re conduce libre y voluntariamente hacia fines convenientes para sí o para los demás.

«Una actividad es humana –y en ello se diferencia de la activi­dad animal y del acontecer cósmico- cuando el sujeto se propone el fin y comprende el sentido de la acción, o sea, comprende el sentido del fin y de los medios». [2]

«Transformar el agua en salto, el salto en kilovatios y el kilovatio en luz; transformar una sociedad de campesinos que viven miserable­mente en una sociedad industrial en expansión, domesticar los mi­crorganismos y concertarlos en una pluralidad indefinida de estrategias terapéuticas o convertir los rincones del universo en fincas de recreo o en parques infantiles…»[3]  todo eso es humanizar el univer­so material, y para todo ello es necesaria la contribución del trabajo humano.

Las causas materiales, los recursos naturales, la tierra, el factor productivo originario, necesitan transformarse mejorando, para incre­mentar la relación real del valor. Este mejoramiento en términos de valor necesita para ser causado la intervención de un agente externo que desarrolle una fuerza activa sobre el producto pasivo para transformado  en  otro  producto mejorado  en  términos  de  valor.  Los dis­tintos  productos intermedios desde el original no producido hasta el final terminado requieren para su aparición la existencia del anterior o anteriores en la escala y a su vez un principio activo trascendente a ellos mismos, que nos conduzca de uno a otro y que les transmita, incorpore, valor: humanización.

Desde los bienes finales terminados hasta las materias primas, los usos potenciales se van ampliando y su significado se hace más general. Nos encontramos con menor clase de bienes diferenciales abarcando cada categoría más que la anterior. Cuanto más lejos nos encontremos de los bienes de consumo, más numerosos serán los bienes de primer orden que derivan de bienes similares de orden superior. El parentesco productivo de los bienes aumenta con su orden. Si llegamos a los elementos últimos nos encontramos con los recursos naturales.[4]

Todo este proceso se recorre en dirección opuesta a través del trabajo humano. La tierra, como causa material, va perdiendo su estado amorfo y potencial mediante el trabajo. Desde los bienes de orden superior hasta los finales de primer orden, el trabajo va vis­tiendo de características específicas, más humanizadoras, los bienes de orden posterior excluyendo otros posibles ropajes. Los bienes van recibiendo nuevas y mejores especializaciones y, a su vez, van perdiendo amplitud potencial en sus usos. Van adquiriendo cada vez cualidades más precisas. El trabajo, causa activa eficiente, incor­pora valor económico, acercamiento a los objetivos finales humanos, en los distintos bienes. Los elementos básicos de toda producción son la tierra y el trabajo. Todos los bienes se resuelven en tierra y trabajo. Todos son «paquetes» formados con alguna combinación de ambos. «Sobre esta base trató Malthus más tarde de demostrar que la condición fundamental de una transformación con éxito de los recursos productivos de la sociedad en bienestar económico depende de un cambio flexible, no tanto entre mercancías como entre la masa de mercancías por un lado y el trabajo humano por el otro» .[5]

La influencia fisiocrática que resaltaba la productividad de la tie­rra no dejó de actuar en los teóricos del valor trabajo, que siempre reconocieron su necesidad. El valor intrínseco de una cosa era la medida de la cantidad de tierra y de trabajo que entraban en su producción. Había que tener siempre en cuenta la fertilidad de la tierra y la calidad del trabajo. Defendían que ese valor intrínseco que fundamentalmente resaltaba los costes era el auténtico, pero también reconocían muchas veces que las mercancías no se vendían en el mercado de acuerdo con dicho valor. Más bien, los precios dependían en la mayoría de las ocasiones de los caprichos y hábitos en el consumo de los hombres. Aunque intuían las causas  finales  del valor,  tendían a  resaltar  las  causas originarias, especialmente la tierra y el trabajo. En su perspectiva, la primada otorgada al trabajo era lógica. Si excluían las causas finales humanas en su conceptuación del valor, la causa eficiente, la persona humana a través de su trabajo, tenía que ser superior a la causa material a la tierra. El factor más espiritual, el humano, era superior al puramente material.

Si la relación real de conveniencia proporcional al hombre en que consiste el valor la podemos denominar también humanización, esta humanización no podrá aumentar en una mercancía si un agente humano no se la transmite. No basta con la causa material; ninguna causa puede producir un efecto superior a sí misma. Si el efecto es la humanización, ninguna cosa inferior al hombre puede producir tal efecto. La actividad humana aplicada sobre la realidad material es necesaria para la producción del valor. «Nadie da lo que no tie­ne.»

La intervención de un agente humano exterior es imprescindible. El producto origen (causa material) y la forma, las características, del producto término, no pueden dar lugar por sí solas a la constitu­ción de un nuevo producto mejorado. Requieren una causa que los componga. Esa causa es el trabajo humano. La función del trabajo es la de conducir los productos hacia la adquisición de formas más asequibles al uso humano y al mejor uso humano. El trabajo es la causa eficiente del valor económico.

En el trabajo, nuestro cuerpo material sirve de instrumento entre nuestro espíritu y las realidades materiales exteriores a transformar. El cuerpo se convierte en instrumento y cuanto más mejoremos ese instrumento mayor capacidad tendremos de dominar y configurar la naturaleza que nos rodea, de convertir, también a ella, a través de nuestro cuerpo, en instrumento a nuestro servicio. La naturaleza se hará más cuerpo nuestro, se humanizará. La producción en términos de valor se consigue trabajando, aplicando nuestro saber y nuestros fines, nuestro espíritu, sobre la materia, a través de nuestro cuerpo. Producir, en definitiva, es impregnar de espíritu humano la materia. El trabajo no es un factor productivo más, no es una mercancía más; el espíritu humano que a través de esa actividad se transmite es la nota esencial del trabajo y que lo eleva muy por encima de los recur­sos materiales y de los instrumentos de capital.[6]

Ese trabajo requiere tiempo. De ahí la escasez del tiempo y que de hecho el concepto de coste de oportunidad se pueda definir como el coste de realizar en un mismo tiempo otra actividad alternativa. Este trabajo humano que es acción requiere usar ese recurso gratuito imprescindible. El tiempo tiene por tanto una referencia marcada­mente humana. Su escasez viene derivada de la escasez del trabajo que se constituye en el medio fundamental para la continua tarea de humanización de la materia. Sólo el hombre es capaz de realizado y ordenarlo. Ello se, realiza mediante la presencia del fin último del trabajo, la humanización, en todos los estadios de ese trabajo.

Para las teorías del valor trabajo lo importante para medir el valor no era esa humanización de la materia sino el esfuerzo al reali­zar esa tarea. Para todo tiempo y lugar, como indicaban Smith y después Ricardo y Marx, es caro lo que cuesta mucho trabajo y mucha fatiga, Y barato lo que requiere poca. Ese trabajo marcaba el valor intrínseco de las cosas y ese era su precio real. El dinero no era más que su precio nominal. Sin embargo, olvidaban la calidad del trabajo, su eficiencia en términos de utilidad al hombre. Olvidaban que el trabajo es causa eficiente, independientemente del esfuerzo, por su capacidad de educir utilidad humana de las cosas. El trabajo en términos de esfuerzo, si no consigue el fin pretendido, no sirve para nada, de hecho no es trabajo. Barrer las hojas del otoño en un camino empedrado en contra de un fuerte viento no sirve para nada por mucho ímpetu que se ponga en tal actividad. Incluso si los fines son negativos, el valor también será negativo y negativo el trabajo. Mejor sería no ejecutarlo.

Lo único que puede humanizar (fin de la economía) es el hom­bre. Nadie ni nada lo puede hacer por él. Y la tarea económica es ésa precisamente: humanizar el universo material, ponerlo al servicio del hombre.

Sólo lo puede hacer el hombre porque sólo él, con su racionali­dad, puede hacer presente los fines en su actuar de forma consciente. El trabajo es trabajo intelectual, además del componente físico, por­que requiere siempre tener en cuenta, incluso en los más mínimos detalles, el fin de las acciones productivas.

[1]  Mises. L., La acción humana, Unión Editorial, Madrid 1986, p. 216.
[2] Choza, «Sentido objetivo y subjetivo del trabajo», en Estudios sobre la «Laborem Exercens», BAC, Madrid 1987, p. 233.
[3] Choza, op. cit., p. 261.
[4] Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento económico, FCE, México 1978, p.30.
[5] Myint. Teorías de la economía del bienestar, Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1962, p. 72.
[6] Ver Alvira, «¿Qué significa trabajo?», en Estudios sobre la «Laborem Exercens», cit.

       La nécessité de prendre en considération les finalités dans le travail.

 Le facteur le plus rare mais aussi le plus utile est le travail humain. Le travail humain est le seul qui permet de dégager « l’utilité » de tous les biens naturels et artificiels.

On apprécie de moins en moins la routine minutieuse, exacte et lente du technicien-fonctionnaire qui s’ajuste à l’engrenage de la planification, par contre, on valorise la prise de décisions innovatrices et la capacité à comprendre des situations complexes. On recherche de plus en plus, dans le travail, une meilleure liaison entre travail et savoir. Travailler ne suffit pas, il faut savoir travailler. L’enseignement professionnel continu est une exigence des rapides changements technologiques. Le savoir est un travail et le travail est un savoir.

Si nous voulons accroître la valeur économique, nous devons essayer d’apprendre davantage et de mieux penser. En profitant de la ressource de l’intelligence humaine, il est possible de mieux organiser et appréhender le progrès technique et scientifique, tout comme les actuelles structures sociales, pour obtenir une augmentation quantitative et qualitative en terme d’humanisation. Il faut intensifier la recherche d’une certaine «  humanité » dans cette société technocratique pour que l’homme puisse redécouvrir sa richesse intérieure, les vastes horizons de son savoir et la force créative de sa liberté.

Le travail de l’homme constitue une activité économique essentielle puisque seul l’homme est capable de découvrir les utilités des biens et de les transformer en biens de consommation. Il fait émerger cette « potentialité » des biens primaires pour la rendre réelle.

Avec sa raison, sa liberté et sa capacité à être objectif, l’homme découvre puis s’approprie les qualités essentielles de tous les êtres matériels pour les rendre réelles par son travail physique. La capacité inventive de l’homme est illimitée puisque la richesse de l’essence des choses est illimitée. Le doute de Malthus consistait à questionner cette capacité de l’homme à être objectif, cette capacité de l’homme à vouloir accroître la valeur économique en découvrant les secrets de la nature.

Il ne suffit pas de projeter, il faut réaliser, il faut matérialiser. Pour qu’un projet devienne réalité, il faut non seulement le penser mais aussi croire en ses possibilités et l’exécuter. « L’être humain n’est pas seulement un homo sapiens c’est aussi un homo agens » 

TEXTO ORIGINAL DEL AUTOR EN EL IDIOMA ESPAÑOL EUROPEO (CASTELLANO)

  1. La necesidad de considerar los fines en el trabajo

El factor más escaso y necesario es el trabajo humano. De los bienes naturales y artificiales sólo pueden educirse sus idoneidades mediante la acción del trabajo humano que las fecunda. Y tiene que ser la acción del trabajo humano, porque sólo el ser humano es capaz de tener presente en su actividad los fines últimos hacia los que se encamina su acción, su trabajo.

Cada vez se valora menos la rutina minuciosamente exacta y lenta del técnico-funcionario que se ajusta formalmente al engranaje de la planificación y se revaloriza, quizás por su escasez, la mayor capaci­dad de comprensión de situaciones altamente complejas y la adop­ción de decisiones innovadoras. Se pide cada vez más, en el trabajo, la índole intelectual y libre del ser humano que tiene presente los fines de su actividad. Cada vez más se requiere una mayor conjun­ción entre saber y trabajo. No basta con trabajar, hay que saber trabajar. La enseñanza profesional permanente, además, es una exi­gencia del rápido cambio tecnológico. El saber es trabajo y el trabajo es saber.

Si queremos incrementar el valor económico, y para ello el traba­jo es causa importante, tenemos que esforzamos por saber y pensar mejor. Con el aprovechamiento de los recursos de la inteligencia humana es posible juzgar y ordenar mejor el progreso técnico y cien­tífico, así como las actuales estructuras sociales, para conseguir así un crecimiento cualitativo y cuantitativo en términos de humaniza­ción. Se necesita una intensificación del cultivo de las humanidades en esta sociedad tecnocrática que permita al hombre redescubrir la riqueza  encerrada en su propio ser, los amplios horizontes de su conocimiento y la fuerza creativa de su libertad.

El trabajo humano se constituye en actividad económica esencial en cuanto que sólo el hombre es capaz de descubrir las idoneidades primarias de los bienes en orden a las últimas y transformar esos bienes en otros más próximos a los finales de consumo o de uso, haciendo emerger la simple posibilidad de ser en los primeros, en realidad en los segundos.

Con su racionalidad y libertad, con su capacidad de objetivar, de apropiarse de las cualidades esenciales de todos los seres materiales, el hombre descubre nuevas relaciones, nuevos valores, y con su tra­bajo físico posterior las hace realidad. La capacidad inventiva del hombre es ilimitada, en cuanto que prácticamente ilimitada es la riqueza encerrada en el ser de las cosas. La duda de Malthus suponía cuestionar esta capacidad de objetivar del hombre, esta capacidad inventiva orientada a ampliar indefinidamente el valor económico mediante una penetración más profunda en los secretos de la natura­leza.

No basta con proyectar; hay que realizar. No basta la forma, hay que materializar. Para hacer un proyecto realidad, además de pensar­lo, hay que pensarlo como posible de hacer con los inputs ya existen­tes, y hacerlo. «El ser humano no es solamente homo sapiens, sino también homo agens.»

 

 

La prioridad del trabajo humano sobre los bienes materiales

FUNDAMENTOS DEL VALOR ECONÓMICO La prioridad del trabajo humano sobre los bienes materiales El trabajo (causa eficiente) es prioritario al producto (causa mate­rial), puesto que éste no podría ejercer su influjo causal sin el previo ejercicio del trabajo. El ser humano es el principio del que fluye primariamente cualquier acción que hace que algo sea… Seguir leyendo La prioridad del trabajo humano sobre los bienes materiales

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La eficacia (rentabilidad de la acción) está en aprovechar al máximo las virtualidades de la realidad, en ordenarlas de acuerdo con sus máximas utilidades. Una misma cosa es idónea para producir otros diversos objetos o efectos. El mayor o menor éxito está en utilizarlas en cada momento y en cada lugar de forma que ejerciten su máxima capacidad al servicio del mejor fin.

La priorité du travail humain sur les biens matériels.

La priorité du travail humain sur les biens matériels. Le travail (cause efficiente) est prioritaire par rapport au produit (cause matérielle) puisque l’objet ne peut être considéré comme une cause  sans avoir été, auparavant,  le produit d’un  travail antérieur. L’être humain est le départ de toute action ayant comme effet l’augmentation de la valeur économique.… Seguir leyendo La priorité du travail humain sur les biens matériels.

El fin: acción beneficiosa. La economía ciencia de medios

  FUNDAMENTOS DEL VALOR ECONÓMICO Texto original del autor en el idioma castellano (español europeo): El fin: acción beneficiosa. La economía ciencia de medios Por medio de sus operaciones, de sus acciones, las personas al­canzan su fin, se relacionan entre sí, mejoran. A través de la acción, de la perfección de la acción, el hombre… Seguir leyendo El fin: acción beneficiosa. La economía ciencia de medios

L’existence des causes finales objectives de la valeur économique. – La existencia de causas finales objetivas del valor económico

L’existence des causes finales objectives de la valeur économique.  Si les hommes cherchent toujours à atteindre un but final, c’est parce que celui-ci existe. Il existe une attirance vers cette finalité ultime inscrite au plus profond de l’être humain, et cette existence justifie l’urgence de déterminer, de manière concrète, la nature de cette finalité ultime.… Seguir leyendo L’existence des causes finales objectives de la valeur économique. – La existencia de causas finales objetivas del valor económico

Aunque la economía necesita tratar con las realidades materiales por su origen y, por lo tanto, necesita conocimientos de las ciencias de la naturaleza, lo importante no son esas realidades en sí mismas consideradas, sino en cuanto pueden servir al hombre, es decir, en cuanto valen. El punto de vista desde el que la economía estudia esas realidades es el punto de vista de su valor. El valor está en el centro de todo análisis económico.

Sin embargo, como el valor económico hace referencia al hom­bre, a sus finalidades, la economía necesita conocer esos fines y, por tanto, conocer la naturaleza humana. Ello nos conduce a la necesi­dad de información sobre las ciencias del hombre.

La economía ejerce una función de mediación entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas. No pretende conocer las cosas tal como son en sí, sino su capacidad de relación humana. La economía, al estudiar el valor económico, lo que intenta es entresacar la «vocación» humana que tiene esa realidad material.

  1. Considérations hédonistes sur l’objectif de la production.

« La capacité de plaisir des êtres humains est très faible en comparaison avec leur capacité active : une compensation entre les deux est impossible et compromet le futur, car ressentir du plaisir au futur est un contresens. »4

            L’insistance sur les causes originaires de la valeur, en particulier de la valeur-travail, des économistes classiques, nous ont fait oublier les causes finales de la valeur.

            Un des apports les plus importants des théoriciens de l’utilité, que ce soit Menger, Jevons ou Walras, a été de rétablir l’importance de la demande et avec elle, des causes finales de la valeur.

            Mais la philosophie hédoniste, qui a fortement influencé les théoriciens de l’utilité ainsi qu’une grande partie de la pensée économique postérieure, a, en quelques sorte, annulé cette avancée. On a rendu aux finalités le rôle important qu’elles méritent, mais on a confondu l’objectif de tout le processus de production avec la consommation. La consommation est devenue le bien final.

            Selon la vision hédoniste de la nature humaine, héritée de Bentham, le composant matériel, celui qui ne servait qu’à procurer du plaisir, devenait une finalité. Dans ce contexte, la consommation qui proportionnait le plaisir, était positive, et le travail, qui supposait l’effort et la fatigue, était négatif.  La base de l’économie qui consiste à obtenir le plus de bénéfice possible avec un minimum de perte, devenait alors :  obtenir le plus de plaisir possible avec un minimum d’effort et de fatigue. Obtenir une consommation maximum avec un minimum de travail. Jevons, sur ce point, a écrit : « On ne peut obtenir une véritable théorie de l’économie qu’en revenant en arrière, aux grands ressorts de l’action humaine : les sentiments de plaisir et de douleur. »5

            Au lieu de considérer que l’utilité et la valeur économique étaient en relation avec les véritables finalités humaines, ils identifiaient l’utilité et la valeur avec le plaisir, avec la satisfaction hédoniste.

            Marshall, pour donner un autre exemple significatif, a écrit : « La force des mobiles d’une personne peut être mesurée, approximativement,  par la somme d’argent qu’il est prêt à dépenser en échange de la satisfaction désirée mais aussi par la somme qui serait nécessaire pour le convaincre de fournir un effort important.» 6         

Marshall, a essayé, plus tard, de corriger, dans une certaine mesure, sa conception hédoniste.  Guillebaud, indique à ce propos : « En particulier, dans sa première édition des Principles, Marshall utilisa, de manière très libre, les mots « plaisir » et « douleur »… Dans la troisième édition, cependant, Marshall semblait plus sensible aux critiques contemporaines et il corrigea quelques pages, en effaçant le mot douleur et en remplaçant, dans la majorité des cas, le mot « plaisir » par « satisfaction », « bénéfice » ou « gratification ». Ainsi, l’utilité totale d’un bien pour une personne, devenait « le bénéfice ou satisfaction totale produit par un bien pour cette personne » et l’utilité était définie comme étant « le pouvoir de produire un bénéfice ». » 7

            En insistant trop sur la consommation, le travail est passé au deuxième plan. On a exagéré le rôle de la consommation et on a sous-évalué celui du travail.

            En idolâtrant la consommation matérielle, « souveraineté du consommateur », ils n’ont pas aidé au développement postérieur de la science économique.

            Les marginalistes et leurs théories subjectives de l’utilité considéraient que la consommation est le point final, alors que ce n’est pas le cas. La production est effectivement tournée vers la consommation, mais ce n’est pas le point final car la consommation présente est tournée vers la consommation future, et donc vers la consommation des autres individus et la consommation future.

            Il faut savoir sortir du sanctuaire de la consommation, en tenant compte des différents types de consommation et des diverses proportions de la demande, et ouvrir la porte de l’humanisation de l’appareil productif. En vénérant, de manière excessive, une consommation fondamentalement, matérielle et hédoniste, et en condamnant le travail parce qu’il représente un effort, ils ont ignoré une demande de consommation de biens plus humains, une production, également, plus humaine.

            En réagissant contre les théories de la valeur-travail, ils ont adopté une position excessive, celle d’une consommation qui force les finalités de la nature humaine.

            La mentalité matérialiste de la nature humaine fait que les forces de production se tournent vers les biens de consommation et exercent leur influence sur les consommateurs, par le biais du marketing et des techniques publicitaires. Ils orientent, en quelques sortes, la demande et renforcent, ainsi, cette mentalité matérialiste. La demande potentielle, et ses possibilités infinies de croissance, se limite au domaine exclusivement matériel. Les désirs et besoins spirituels restent, eux, sans réponse. L’homme prisonnier de la matière se ferme, lui-même, les portes de sa réalisation humaine. Les besoins matériels semblent toujours urgents, et c’est pour cette raison, que l’homme consomme des biens matériels en abondance, oubliant d’introduire un peu de temps pour se consacrer à ses désirs et besoins moins matérialistes.

            Les théories de la valeur-travail et celles de l’utilité hédoniste ont une perspective fondamentalement matérielle des besoins humains. Elles s’intéressent peu aux autres nécessités, moins matérielles mais plus humaines.

            Les sociétés occidentales ont déjà atteint un niveau important de développement matériel et de bien-être, ce qui permet à beaucoup de ces besoins non matériels de faire leur apparition dans le monde de l’économie.

4 POLO, “La interpretacion socialista del trabajo y el futuro de la empresa”, Cuaderno Empresa Humanismo, n°2, Universidad de Navarra, Pamplona 1987, P.8.
5 JEVONS, Escrito de 1862, párrafo 2 a la British Association, citado por KNIGHT, “La economía de la utilidad marginal” en El pensamiento económico de Aristoteles a Marshall.
6 MARSHALL, Principios deeconomia, Aguilar, Madrid 1963, p.14.
7 GUILLEBAUD, Economic Journal, 1942, p. 342.

FONDEMENTS DE LA VALEUR ECONOMIQUE – FUNDAMENTOS DEL VALOR ECONÓMICO

Texto original del autor en el idioma castellano (español europeo):

  1. La consideración hedonista del fin de la producción

«La humana capacidad de placer es escasa, inferior a su capaci­dad activa: la compensación entre ambas no es posible y comprome­te el futuro, ya que experimentar el placer en futuro es un contrasen­tido». 4

La afirmación prioritaria y exclusiva de las causas originarias del valor, especialmente del valor trabajo, por parte de los economistas clásicos, relegó al olvido las causas finales del valor.

La mejor aportación de los teóricos de la utilidad, comenzando por Menger, Jevons y Walras, fue restablecer la importancia de la demanda y con ella de las causas finales del valor.

Pero la principal aportación de introducir el fin entre las causas del valor, al considerar la utilidad final como centro de referencia para todo el proceso productivo, quedó viciada en su base por la filosofía hedonista, que influyó notablemente en los teóricos de la utilidad y extendió su influencia a la mayor parte del pensamiento económico posterior. Se restituyó su puesto a las finalidades, pero se identificó el fin de todo el proceso productivo, de todo el proceso valorativo, con el consumo. El consumo apareció como el bien final.

Los bienes de consumo eran los bienes finales que servían de norte al restó de actividades productivas.

En una visión fundamentalmente hedonista de la naturaleza hu­mana, heredada de Bentham, el componente más material; lo que simplemente producía placer, se elevaba a la categoría de fin. En este contexto, el consumo era lo que proporcionaba placer, era lo positivo; el trabajo, que llevaba aparejado el esfuerzo, la fatiga, era lo negativo en el fiel de la balanza. El principio básico de la econo­mía de conseguir el máximo beneficio con la mínima pérdida queda­ba implícitamente establecido en conseguir el máximo placer con el mínimo esfuerzo y fatiga. Conseguir el máximo consumo con el mí­nimo trabajo. Así Jevons afirmaba:

«Únicamente puede lograrse una verdadera teoría de la Econo­mía volviendo atrás a los grandes resortes de la acción humana: los sentimientos de placer y dolor». 5

En vez de considerar la utilidad y el valor económico como relación a los auténticos fines humanos, identificaban utilidad y valor con placer, con satisfacción hedonista. El valor de los bienes hacía referencia a esa capacidad de producir placer, bienestar hedonista en el futuro.

Marshall, por poner otro ejemplo significativo de gran influencia posterior, decía: «La fuerza de los móviles de una persona puede ser medida aproximadamente por la suma de dinero que estará dispues­ta a entregar a cambio de la deseada satisfacción, o también por la suma que se requiere para inducida a sufrir cierta fatiga». 6  Pero trató de rectificar más tarde tratando de eliminar en cierta medida su concepción hedonista, según indica Guilleaud:

«Particularmente en su primera edición de los PrincipIes, Mar­shall utilizó muy libremente las palabras opuestas «placer» y «do­lor»… En la tercera edición, sin embargo, Marshall parecía más sen­sible a las críticas contemporáneas de los términos utilitarios, y revisó las diversas páginas en las que había utilizado las palabras «placer» y «dolor», borrando «dolor» y sustituyendo en la mayoría de los casos (aunque no en todos) las palabras «placer» por «satisfacción», «beneficio» o «gratificación». Así, la utilidad total de un bien para una persona era definida como «el beneficio o satisfacción total pro­ducida a dicha persona por un bien», y la utilidad como el «poder de producir un beneficio»». 7

Al hacer excesivo hincapié en el consumo, el trabajo pasó a se­gundo plano. Se sobresaltó el valor del consumo y se infravaloró el valor del trabajo. El trabajo se consideró como pérdida y el consumo como ganancia; el consumo se identificó con bienestar y el trabajo se consideró simplemente como malestar, como fatiga, como esfuer­zo. El trabajo como instrumento y el consumo como fin.

Al poner el término en el consumo material, al idolatrar el consu­mo, «soberanía del consumidor», han hecho un flaco servicio al de­sarrollo posterior de la ciencia económica.

Los marginalistas, las teorías puramente subjetivas de la utilidad, han puesto el punto de mira final excesivamente cercano. La produc­ción mira efectivamente al consumo, pero éste no es el punto final, porque el consumo presente mira a su vez a la producción futura y por tanto al consumo ajeno y al consumo futuro.

Hay que traspasar la puerta del santuario del consumo matizando qué consumos y en qué proporciones son demandables para abrir la puerta de la humanización cada vez mayor de la producción, del aparato productivo. La idolatría de un consumo fundamentalmente material, fundamentalmente hedonista, y la condena del trabajo por considerado únicamente como fatiga, como esfuerzo, como nega­ción, han cerrado las puertas a una demanda de consumo, de bienes finales, más humana, y a una producción, guiada por ese consumo, más humana también.

Reaccionando contra las teorías del valor trabajo que relaciona­ban el valor de las cosas con el trabajo pasado, incorporado, se de­cantaron hacia una posición excesivamente consumista forzando las finalidades de la naturaleza humana.

La mentalidad exclusivamente materialista de la naturaleza hu­mana hace que las fuerzas de producción se orienten hacia los bienes de consumo más material y ejerzan su influencia, mediante sofistica­das técnicas publicitarias y de marketing, sobre el sector consumidor, orientando en este sentido la demanda, y reforzando esa mentalidad exclusivamente materialista. La demanda potencial, con posibilidades infinitas de crecimiento, queda aturdida, desconocida y limitada a lo más exclusivamente material. Las ansias y necesidades espiritua­les, que a su vez necesitan de múltiples y variados medios  materiales  para  su  satisfacción, quedan olvidadas y arrinconadas. El componen­te con un mayor potencial de crecimiento queda arrinconado, y con él la única vía racional de solución de la crisis. El hombre preso de la materia se cierra a sí mismo las puertas abiertas a su realización humana como ser material y espiritual a la vez. La urgencia con que se presentan las necesidades más materiales, junto con su atractivo prioritario, hace que se tienda a sobreabundar en su consumo y se necesite un esfuerzo continuo para introducir el consumo de tiempo para la atención a necesidades y anhelos menos materiales.

Tanto las teorías del valor-trabajo incorporado como las de la utilidad hedonista tenían una perspectiva fundamentalmente mate­rial de las necesidades humanas. No incluían con demasiado interés otro tipo de necesidades menos materiales pero auténticamente hu­manas.

El grado creciente de desarrollo material y de bienestar alcanza­do por las sociedades occidentales ha permitido que muchas de estas necesidades no materiales afloren cada vez con mayor insistencia al mundo de la economía.

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POLO, «La interpretación socialista del trabajo y el futuro de la empresa», Cuadernos Empresa Humanismo, n.º 2, Universidad de Navarra, Pamplona 1987, página 8.
JEVONS, Escrito de 1862, párrafo 2 a la British Association, citado por KNIGHT, «La economía de la utilidad marginal», en El pensamiento económico de Aristóteles a Marshall (Bibliografía).
 MARSHALL, Principios de economía, Aguilar, Madrid 1963, p.14. 
 GUILLEBAUD, Economic Journal, 1942, p. 342

FONDEMENTS DE LA VALEUR ECONOMIQUE – FUNDAMENTOS DEL VALOR ECONÓMICO