Hayek. Rasgos biográficos y características del contexto histórico e intelectual. – Apartado 3 – Capítulo 1 – Justicia y Economía

Justicia y Economía  ÍNDICE GENERAL CAPÍTULO  I    CONTEXTOS   HISTÓRICO   E   INTELECTUAL   DEL  SIGLO   XVI   Y DEL SIGLO  XX  EN  LA  ÓRBITA  ESPAÑOLA   Y  EUROAMERICANA MUNDIAL Apartado 3 Hayek. Rasgos biográficos y características del contexto histórico e intelectual. (…) la historia no se reduce a lo que se ha hecho y ha acontecido, sino también, y no… Seguir leyendo Hayek. Rasgos biográficos y características del contexto histórico e intelectual. – Apartado 3 – Capítulo 1 – Justicia y Economía

Eugenio Domingo Solans, en el prólogo al libro Economía a vuelapluma, puso por escrito esta confidencia personal:

Me contaba mi padre que Von Mises decía a sus amigos que para saber economía debían también estudiar sociología, psicología, matemáticas, derecho y demás disciplinas relacionadas. Uno de sus alumnos le replicó: “No pretenderá Ud. que yo me ponga a estudiar todas estas ciencias, cuando lo que quiero es ser economista”. A lo que el maestro austriaco contestó: “Claro que no, siempre que Ud. no pretenda ser un buen economista”.[1]

 

[1]   Eugenio Domingo Solans. Prólogo al libro de José Juan Franch, Economía a vuelapluma. Madrid, Ediciones Eilea, 1996, p. 19

¿Cómo puede la religión contribuir a preservar las costumbres benéficas? Aquellas costumbres cuyos beneficiosos efectos escapaban a la percepción de quienes las practicaban sólo pudieron conservarse durante el tiempo suficiente para demostrar su positiva labor selectiva en la medida en que pudieron contar con el respaldo de fuertes creencias en poderes sobrenaturales o mágicos que contribuyeron eficazmente a desarrollar esta función. Cuando el orden de la interacción humana se hizo más extenso, cercenando de este modo las exigencias de los instintos, dicho orden pudo mantenerse durante algún tiempo debido a su completa y continua dependencia de ciertas creencias religiosas, falsas razones que influyeron sobre los hombres para que éstos realizaran lo que exigía el mantenimiento de una estructura capaz de alimentar a una población más numerosa.

 Ahora bien, así como la creación del orden extenso no fue fruto de previa intencionalidad, así tampoco existe razón alguna para suponer que el apoyo derivado de la religión haya sido deliberadamente fomentado, o que hay existido a este respecto una especie de “conspiración”. Es ingenuo suponer –especialmente si tenemos presente cuanto hemos dicho sobre la imposibilidad de prever los efectos de nuestros esquemas morales- que unas élites ilustradas calcularan fríamente los efectos de los distintos sistemas morales, eligieran entre ellos el más adecuado y trataran de persuadir a las masas, recurriendo para ello a la “noble mentira” platónica, y, bajo los efectos de una especie de “opio del pueblo”, doblegarla a los calculados intereses de sus propias reglas.

 F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia. Los errores del Socialismo,  Obras Completas, vol. I., Madrid, Unión Editorial, S.A., 1990, p. 215.

A medida que se intensifican los procesos de intercambio y se perfeccionan los medios de comunicación y transporte, el aumento demográfico no puede sino resultar favorable a la evolución económica, ya que favorece una más acusada diversidad laboral y una aún más elaborada diferenciación y especialización, todo lo cual sitúa a la sociedad ante la posibilidad de aprovechar recursos económicos antes inexistentes y elevar así notablemente la productividad del sistema. La aparición de nuevas habilidades laborales, sean éstas de índole natural o adquirida, equivale, de hecho, al descubrimiento de nuevos recursos económicos, muchos de los cuales pueden gozar de carácter complementario en relación con otras líneas de producción, lo cual experimenta una ulterior potenciación debido a la natural tendencia de las gentes a aprender y practicar esas nuevas habilidades, puesto que ello les facilita el acceso a superiores niveles de vida. Cualquier zona más densamente poblada puede, por añadidura, recurrir a tecnologías que no hubieran sido aplicables de haber estado la región menos habitada.

Hayek, F.A., La fatal arrogancia (Madrid: Unión Editorial, 2.ª ed. en Obras Completas de F.A. Hayek, 1997), p. 345-346.

LA «MANO INVISIBLE» SIEMPRE NUEVA

LA «MANO INVISIBLE» SIEMPRE NUEVA Enclaustrada en el capítulo II de La riqueza de las naciones, dedicado a las motivaciones de la división del trabajo -y en relación con ella- se encuentra explícitamente formulada la teoría de la mano invisible que, según la interpretación más extendida y que considero errónea, a través de la búsqueda… Seguir leyendo LA «MANO INVISIBLE» SIEMPRE NUEVA

Comenzó con los griegos, como de costumbre. Los antiguos griegos fueron el pueblo de los primeros filósofos (philo sophia: amor a la sabiduría), de la primera gente civilizada que empleó su razón para pensar de modo sistemático y con rigor sobre el mundo que le rodeaba y para preguntarse cómo obtener y verificar ese conocimiento. Otras tribus y pueblos habían tendido a atribuir los fenómenos naturales al caprichoso arbitrio de los dioses. Una tormenta violenta, por ejemplo, se atribuía fácilmente a algo que hubiera podido enojar al dios del trueno. La forma de provocar la lluvia, o de apaciguar la violencia de los temporales, pasaba, por tanto, por descubrir qué actos humanos agradaban al dios de la lluvia o apaciguaban al dios del trueno. A tales gentes se les hubiera antojado estúpido intentar descubrir las causas naturales de la lluvia o el trueno. Lo pertinente, en su lugar, era descubrir la voluntad de los dioses correspondientes, qué pudieran querer y cómo satisfacer sus deseos.

Los griegos, por contraste, ansiosos por usar su razón —las observaciones procedentes de sus sentidos y su dominio de la lógica— para indagar el mundo y aprender sobre él, gradualmente dejaron de preocuparse por los caprichos de los dioses para ocuparse en investigar las realidades que encontraban a su alrededor. Bajo la dirección, en especial , del gran filósofo ateniense Aristóteles (384-322 a.C.), magnífico y creativo sistematizador que en épocas posteriores sería conocido como El Filósofo, los griegos elaboraron una teoría —un modo de razonar y un método de hacer ciencia— que más tarde llegaría a denominarse la ley natural. 

Rothbard, Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 31.