La especulación como vicio posible – Apartado 9 – Capítulo III – Ética en la libertad de los mercados

CRISIS ECONÓMICAS Y FINANCIERAS.  CAUSAS PROFUNDAS Y SOLUCIONES

Capítulo III

ÉTICA EN LA LIBERTAD DE LOS MERCADOS

3.9 – La especulación como vicio posible

          Conviene volver a resaltar la especial dificultad, abstracción y complejidad que se concentran en el campo financiero. Pueden ser ilustrativas algunos comentarios de Hayek  cuando afirma que los perjuicios derivados de la desconfianza hacia lo misterioso alcanzan sus más altas cotas cuando se abordan las más abstractas instituciones de una civilización desarrollada en las que hoy se basa la actividad comercial. Se trata de un conjunto de comportamientos que se distinguen por su carácter general, remoto, sutil e indirecto, y que, aun cuando resultan de todo punto imprescindibles para la buena marcha del orden extenso, han comportado siempre una inveterada tendencia a ocultar sus métodos operativos. Nos referimos al mundo del dinero y restantes instituciones financieras. (…) El mundo del dinero y del crédito (junto con el lenguaje y la moral) es uno de los órdenes espontáneos que más se resisten al análisis investigador.[1]

                    Esa ignorancia financiera en amplias capas de la sociedad hace más fácil incurrir en aprovechamientos si no existe el correspondiente autodominio ético en los expertos. El decir, como hemos hecho, que las ganancias son un fin inmediato legítimo para aquellos que se dedican a negociar no contradice la condena escolástica a aquellos que persiguen las ganancias como fin último. Surge en este punto la eterna discusión entre medios y fines, y la conversión de lo que, por definición es puro medio (el más universal y abstracto, el dinero) en fin. Ese grave error práctico y ético, especialmente cuando se generaliza en la mayor parte del entramado socioeconómico, arrastra tras de sí una incontable cadena de decisiones humanamente perniciosas. Si denominamos valor a la apreciación subjetiva más o menos intensa que un agente da a su fin, medio a todo aquello que el actor subjetivamente cree que es adecuado para lograr ese fin y utilidad a la apreciación subjetiva que el actor da al medio en función del valor del fin; cuando ese medio de intercambio universal lo transformamos en objetivo y fin último, estamos viciando todas las fuentes humanas de creación y generación de auténtica riqueza. Ese valor subjetivo de última medida que muchos dan al dinero que persiguen, se proyecta a los medios que creen útiles para lograrlo precisamente a través del concepto de utilidad. Establecida una jerarquía de valores en la que el dinero es el fin último se puede idolatrar el principio del «vale todo«. Una vez convertido el dinero en fin se puede caer en un error más grave aún si aceptamos en la práctica cotidiana el principio antiético según el cual «el fin justifica los medios«. Si el dinero es el fin, y el fin justifica los medios, se pueden cometer graves atentados contra la ética y el derecho más esencial.

          Sin llegar a esos extremos posibles pero muy poco usuales, sí que se puede comentar lo que el presidente de Sony, Akio Morita, refiriéndose a lo que había ocurrido en extensas zonas del mundo desarrollado, decía. En muchas de esas economías se había impulsado desde diversas instancias gubernamentales el predominio de las finanzas y la economía monetaria especulativa sobre la creación de empresas con entidad real capaces de acometer con continuidad proyectos a largo plazo, cuyo crecimiento se basara en el acierto de la incorporación de valor añadido a sus productos. En muchos ambientes, también científicos, se ha relacionado la especulación con la eficiencia y con la modernización económica en cuanto que la necesidad de cambio y su secuela, la flexibilidad empresarial, implicaban fusiones y adquisiciones, desmontaje de grupos y eliminación de puestos de trabajo.

          La inestabilidad creciente de monedas, inflación y desequilibrios entre países a nivel mundial, unido a un marco financiero cada vez más abierto, a la rápida y profunda transformación de los mercados de valores, dinero y divisas, o al desarrollo vertiginoso de mercados de futuros y opciones, lleva a una situación lógica de atractivo paraíso financiero mundial donde no hace falta aventurarse en la pesada y maltratada (por los gobiernos) economía real, para extraer la máxima remuneración a nuestros capitales previamente ahorrados.

          En la conferencia inaugural del Foro Económico Mundial celebrado en Davos (Suiza) en 1992 impresionaron la rotundidad y realismo de algunas de sus afirmaciones: nos hemos dado cuenta de que la torre económica dorada estaba construida sobre una falsa base de especulación y avaricia. O también: Hay que descartar el deseo del rápido enriquecimiento y promover negocios que realmente aporten algo. La fuerte crisis actual no es ajena a esas conductas que, incentivadas también por el excesivo gasto público, prometían crecimiento y bienestar fácil sin sacrificio alguno, y que confundían la fantasía del culto a los mercados abstractos financieros con la verdadera realidad generadora de auténtica riqueza actual y futura.

        Por todo ello no es de extrañar que, para salir de la crisis actual, y de acuerdo con los objetivos de la empresa que preside, Akio Morita propusiera dar primacía a las empresas que añadan valor a las materias primas a través de la aplicación del conocimiento humano y de las nuevas tecnologías. Si queremos una recuperación económica real tanto a nivel local, regional o nacional el sector financiero debe volver a sus orígenes. El dinero debe ser invertido en apoyo de la investigación y del desarrollo que permiten la creación de nuevos productos.

          Cabe preguntarse por ejemplo qué pasa si los recursos captados vía mercado de crédito a medio y largo plazo, vía mercado de emisiones, se invierten en activos financieros especulativos en vez de invertirse por sus entes emisores en activos de explotación permanentes o capital fijo productivo.          O también qué puede ocurrir si las Sociedades de valores relajan su política y amplían las operaciones de crédito al mercado que pueden generar efecto adicción en compradores y vendedores para jugar con las variaciones de las cotizaciones.

          Lo importante es el uso del dinero, no su cantidad. Hay necesidad de usarlo bien: éticamente bien ordenado a los mejores fines, a los mejores proyectos, hacia los que humanicen más. Vienen muy  a propósito estos pensamientos de Vittorio Mathieu: «El dinero acumulado en forma de moneda no asegura bienes, sino proyectos: una proyección típica de la actividad humana. Si hay un desprecio o simple despreocupación por la bondad de los distintos proyectos que se financian es fácil que surja la duda moral en quienes contemplan estas operaciones financieras desde la economía real: Mientras el capitán de industria se encuentra personalmente ligado a su empresa, que muchas veces ha sacado de la nada, el financiero, aun cuando todos sus haberes estén invertidos en industrias, está dispuesto a deshacerse de una para apoderarse de otra, no importa dónde. En consecuencia, es comprensible que sea visto como un poder oculto, que subordina a los propios fines el trabajo ajeno sin esfuerzo propio.[2] También en el súper club de Davos nada menos que el presidente del Bundesbank, Hans Tietmeyer, dejó entrever la inquietante posibilidad de que los mercados financieros se retroalimenten en circuito cerrado desconectados de la producción y el comercio mundial.

          La inestabilidad financiera mundial empieza a ser preocupante y conviene seguir estudiando vías modernas de mejora en la solvencia y estabilidad del sistema. No quiero dejar pasar esta oportunidad para poner brevemente sobre el tapete de la reflexión lo que el profesor Huerta de Soto ha rescatado de las cenizas del olvido en su introducción crítica al libro de Vera Smith titulado La Banca Central y la libertad bancaria.[3] Se trata de la conveniencia por razones económicas y también éticas de exigir un coeficiente de caja del 100% sobre los depósitos a la vista en las entidades financieras. La inestabilidad en los mercados financieros es provocada a veces por instituciones financieras que, buscando rentabilidades altas, incurren en la temeridad del riesgo elevado en inversiones especulativas. Esa actitud puede ser lógica en el caso de entidades o fondos de inversión cuyos participantes sean conscientes de esos riesgos y que, si es ahorro de personas con altas rentas, la utilidad marginal de la seguridad de sus fondos es muy pequeña y basan el interés de su inversión en la consecución de altas rentas especulativas. La preocupación viene cuando se realizan inversiones arriesgadas en los mercados financieros con las aportaciones de los depositantes aprovechando la posibilidad de crear dinero bancario, jugando con la reserva fraccionaria de los depósitos a la vista y confiados en que, caso de fracaso total, el Banco Central intervendrá para salir del atolladero.

         Huerta de Soto nos dice que el sistema de banco central no es sino el lógico e inevitable resultado de la introducción paulatina y subrepticia por parte de los banqueros privados, y en histórica complicidad con los gobiernos, del sistema bancario basado en la reserva fraccionaria. Hay una norma tradicional y multisecular de conducta que se viola en el caso del negocio bancario. Se trata del principio del derecho de acuerdo con el cual en el contrato de depósito de dinero fungible, la tradicional obligación de custodia, que es un elemento esencial en todo depósito no fungible, se materializa en la exigencia de que, en todo momento, se mantenga una reserva del 100 por cien de la cantidad de dinero fungible recibida en depósito, de manera que todo acto de disposición de ese dinero, y en concreto la concesión de créditos con cargo al mismo, supone una violación de ese principio y, en suma, un acto ilegítimo de apropiación indebida.

          Las nefastas consecuencias sociales de este privilegio concedido a los banqueros, explica el autor, no fueron perfectamente comprendidas hasta el desarrollo, por parte de Mises y Hayek, de la denominada Teoría Austriaca del Ciclo Económico. Este error intelectual, ético y financiero, tarde o temprano, pero siempre de manera inexorable, ha de producir unos inevitables ajustes espontáneos, en forma, en un primer momento, de expansiones incontroladas de la oferta monetaria, inflación, mala asignación generalizada de los recursos productivos a nivel macroeconómico y, en última instancia, recesión, liquidación de los errores inducidos por la expansión crediticia en la estructura productiva, y paro masivo.

          Después de leer sorprendido estos planteamientos              de la Escuela Austriaca, y cuando estaba preparando este trabajo, me encontré con unos textos que no dejan de ser ilustrativos, exigentes y sintomáticos. Chafuen, en su libro Economía y Etica[4] nos lo recuerda desde el punto de vista ético trayendo la autoridad de los teólogos de la Escuela de Salamanca: El análisis que Luis de Molina hizo sobre este tema tiene gran importancia porque está basado en el juicio de que los banqueros son los verdaderos dueños del dinero que pasa por sus manos. Cuando éstos reciben un depósito, no adquieren el compromiso de devolver ese mismo dinero, sino una igual suma de dinero. La única obligación legal de los mismos es la de tener el dinero disponible en el momento en que el mismo es demandado por los ahorradores. Legalmente, si un banquero no puede cumplir con sus obligaciones (porque no mantuvo un adecuado nivel de reservas), no sólo deberá pagar todas sus deudas, sino también una suma adicional que compense al deudor por el daño sufrido por no haber sido pagado en término. Moralmente,  este banquero peca por haber puesto en peligro su capacidad financiera de cumplir con sus obligaciones, incluso en aquellas ocasiones en que  debido al éxito de sus especulaciones con el dinero de sus clientes, sus acreedores no sufren daño alguno.

          En esta nueva  Babel financiera especulativa mundial quizás haya que plantearse este tipo de medidas que ahora pueden parecer tan extravagantes si atendemos a lo que es generalmente aceptado en el mundo financiero occidental. Si hacemos la distinción ya clásica entre motivo precaución, motivo transacción y motivo especulación, posiblemente nos hemos obsesionado por este último y hemos dejado en el olvido, como una antigualla, el motivo precaución y el motivo transacción. Es posible que hubiese sorpresa sobre la importancia de la precaución y seguridad en amplias capas sociales. Los últimos desbarajustes financieros por falta de solvencia hacen menos utópicos estos planteamientos al incrementar el grado de conveniencia de estas medidas para evitar temores excesivos y huídas hacia el ahorro sumergido. La financiación de créditos y la inversión en los mercados financieros continuaría acrecentándose a través de los distintos intermediarios, pero utilizando los recursos propios en el caso de los créditos, con conocimiento de causa de los ahorradores e inversores, y no utilizando en ningún caso el recurso a la utilización de la reserva fraccionaria cuando los depósitos son a la vista.

         Dejando a un lado esta última propuesta, y para terminar este apartado dedicado a la especulación, quiero volver al hilo conductor de que,  aunque busque también la rentabilidad máxima a corto, el bien hacer en el ámbito financiero debe buscar a su vez la capacidad de generar riqueza en el futuro facilitando el lubricante necesario para la puesta en marcha de proyectos empresariales enriquecedores. Hay en definitiva que descorrer el velo monetario para potenciar la riqueza real y hay que traspasar también ese velo real para introducirse en la mejora de lo más importante de ese sector real: la riqueza humana creativa original de las personas que trabajan en ese organismo económico y que siempre son los protagonistas últimos de sus éxitos y fracasos, de sus crisis y crecimientos. El futuro no es la continuación mecánica y predeterminada del pasado y del presente sino que el futuro lo creamos cada uno de nosotros con el ejercicio soberano de nuestra libertad cotidiana reflexionando sobre la valía de los auténticos fines últimos. No se trata de condenar la fuerza financiera por sí misma sino de contribuir al aprovechamiento de esa fuerza para el desarrollo social y humano integral.

[1] Hayek, F.A., La fatal arrogancia (Madrid: Unión Editorial, 2. ª., 1997), p.319-320.
[2] Vittorio Mathieu,  Filosofía del dinero (Madrid, Rialp, 1990), p. 185.
[3] Smith, Vera C., Fundamentos de la banca central y de la libertad bancaria (Madrid: Unión Editorial /Ediciones Aosta, 1993).
[4] Chafuen, Alejandro, Economía y Ética (Madrid: Rialp, 1991), pp. 158-159.

Crisis económicas y financieras. Causas profundas y soluciones.

Capítulo III

ÉTICA EN LA LIBERTAD DE LOS MERCADOS