LA FUERZA ECONÓMICA DE LA LIBERTAD

LA FUERZA ECONÓMICA DE LA LIBERTAD

INTRODUCCIÓN

En el gran negocio de la vida todos somos economistas, políticos, empresarios y directivos. Shackle sintetiza de modo sencillo e ilustrativo la que podíamos denominar su definición de ciencia económica: la economía es, simplificando, la «ciencia de los negocios». Él lo explicaba así: «Lo económico es aquello que se refiere a los negocios. Esta respuesta, generosamente interpretada, realmente lo cubre todo. Debemos entender que la expresión «negocios» incluye al ama de casa planeando su presupuesto doméstico tratando de obtener lo máximo de cualquier gasto dado; al que se gana el sustento buscando el tipo particular de empleo en el que sus aptitudes serán más valiosas para la comunidad y, por lo tanto, mejor remuneradas; al hombre de negocios, en el sentido más común y restringido, que trata de inventar o descubrir y producir, en forma tan barata como sea posible, algo que agrade y satisfaga al público de manera que le dé a él una utilidad; y aun al gobierno, que, lamentablemente como pensamos algunos de nosotros, ha estado asumiendo cada vez más las funciones tanto de consumidor como de empresario.»

Se establecen claramente en estas frases cuatro niveles  de negocio y de actividad económica: 1º) La persona individual representada por el trabajador que trata de sacar el máximo partido a sus cualidades físicas e intelectuales. 2º) El ama de casa representando la dirección y orientación de la economía doméstica y familiar. 3º) El directivo empresarial que orienta, coordina y se responsabiliza de la gestión de la empresa y que es quien específicamente nos convoca en este coloquio y en el que me centraré en gran parte de mi exposición. Y 4º) el gobernante público encargado de dirigir las líneas maestras del conjunto de la comunidad. Cuatro niveles por lo tanto de ámbitos de dirección: persona, familia, empresa y Estado.

                  Hablar de coordinar, orientar, mandar o dirigir, en cualquiera de esos micro o macrocosmos, es hablar del arte de gobernar y armonizar la conducta de personas humanas y, por lo tanto, libres. Gobernar la conducta humana de seres libres en el primer nivel personal es tratar de dirigirnos a nosotros mismos hacia lo mejor (cosa que es quizás la más difícil de conseguir). Gobernar en el segundo nivel es potenciar las capacidades de cada miembro de la unidad familiar y, como consecuencia, el prestigio de toda la saga familiar. Gobernar o dirigir en el tercer nivel es incentivar la creación de valor empresarial (y a la vez social) armonizando libertades personales hacia un objetivo común. Y gobernar en el cuarto nivel es coordinar y potenciar, respetando también las libertades personales de los miles o millones de personas que conforman una «Ciudad-Estado». En nuestro caso podemos hablar también de política empresarial, política familiar, política personal. En sentido amplio el vocablo política no tiene que restringirse a la actividad de los políticos profesionales o de los representantes en la dirección de las cuestiones públicas de la Nación. La política se puede contemplar fundamentalmente como actividad humana de base social tendente a conciliar la diversidad de intereses de una comunidad mediante el ejercicio del poder. Todos hacemos política en nuestros distintos campos particulares. El hombre es un animal político.

          Por ello mismo entiendo la economía como un arte humano y personal. De hecho varios economistas, a lo largo de la historia del pensamiento económico, se han planteado la cuestión, en absoluto baladí, de si la Economía era una ciencia, una técnica o un arte. En concreto Leon Walras se lo plantea, en sus «Elementos de Economía política pura», al distinguir entre los fenómenos naturales y los fenómenos humanos. El origen de los primeros se encuentra en el juego de las fuerzas de la naturaleza que son ciegas e ineluctables. Junto a esas fuerzas existe en el universo una fuerza autoconsciente e independiente: la voluntad humana. La voluntad humana normalmente es consciente de sus actos y puede actuar de muchas formas. «El hecho de que la voluntad humana sea cognitiva y libre divide a todos los seres del universo en dos grandes clases: las personas y las cosas.     Todo ser que no se conoce y no es dueño de sí mismo es una cosa. Todo ser que se conoce y es dueño de sí mismo; es una persona.»
La Economía y la actividad económica en general trata de poner las cosas al servicio de las personas y esa actividad pienso yo que está más cerca del arte que de la ciencia y la técnica.
          La Economía, en estos dos últimos siglos, patentiza la creencia idolátrica en el carácter inevitablemente progresista y funcional de la historia humana. Desde el «Siglo de las Luces» el racionalismo posibilita que la civilización europea contemple con optimismo su futuro. Se cree que los avances científicos, técnicos y económicos determinarán el paulatino bienestar del hombre sin pasos atrás (el futurismo se plantea el ser una plástica del maquinismo).

         Pero crisis continuadas importantes en lo económico generaron un desconcierto caótico, también en los estilos artísticos y en las diversas ciencias: ausencia de un pensamiento filosófico homogéneo, primacía creciente de las ciencias particulares, ritmo trepidante de las innovaciones tecnológicas, efectos políticos y económicos de la revolución industrial (insolidaria en muchos aspectos), expansión de los medios de comunicación, masificación y homogeneidad especializada de la educación … etc. La estética expresionista desencadena  el vanguardismo, la subversión de la relación entre forma y contenido, la hegemonía del subconsciente, la propensión al abstraccionismo…etc. Se pone sobre el tapete la superioridad de las potencias oníricas sobre las de la conciencia; y la abstracción prescinde del entorno exterior para atenerse exclusivamente a las sugerencias de la intuición.

          Puestos a elegir entre distintas épocas artísticas me inclinaría por la necesidad de  un nuevo Renacimiento, esta vez en la Economía. Frente al carácter centrípeto y oclusivo de la época anterior creo que están apareciendo factores que imprimen una dinámica abierta y centrífuga en los intercambios, enriquecedores para todos los participantes. Esta extraordinaria dinamicidad, que también se produjo en el Renacimiento italiano, supone una múltiple generación de nuevas energías y nuevos conocimientos. Tras un gran paréntesis de decadencia en todos los órdenes surgía un nuevo mundo a explorar con optimismo. Distintas noticias mundiales, también en el ámbito económico, auguran un retorno a un antropomorfismo mediante el cual el hombre, al reconocer su plena personalidad, entra en posesión de su energía creadora.

         El humanismo se presenta como el movimiento intelectual cohesionador de todo este nuevo Renacimiento que se contiene en el lema de Petrarca: el hombre como medida de todas las cosas. Frente a las abstracciones estériles, los índices y siglas que proliferan, los colectivos ya obsoletos y los Estados aparentemente protectores, el objetivo del pensamiento humanista es reabsorber los contenidos filosóficos, morales, artísticos y científicos en las que encuentra el fundamento de sus propias aspiraciones. La libertad, la voluntad y la dignidad humanas se convierten en los temas más reflexionados y, asimismo, más determinantes. Si la Economía y la ciencia empresarial moderna no se acercan a este paradigma creo personalmente que fracasarán. Maeztu decía en «la crisis del humanismo»:»Todo pensamiento verdadero, como todo descubrimiento geográfico, acrece el número de las cosas buenas, del mismo modo que una buena acción. Y puesto que el Renacimiento fué un gran período de arte, de pensamiento y de actividad económica, dicho queda con ello que fué también una época que acrecentó considerablemente el número de las cosas buenas»

          Al igual que en el terreno del pensamiento, el humanismo tuvo que enfrentarse a las concepciones anteriores, y hoy día tiene que seguir luchando con los esquemas colectivistas y grupales que perduran en nuestras actitudes cotidianas. El antropocentrismo, por el contrario, convierte al hombre en el protagonista indiscutible del arte de la Economía: el economista artista crea valor añadido en cuanto hombre y crea para el hombre. Hay que empezar a sustituir de una vez por todas el aparentemente neutral «Homo Oeconomicus» por la «Economía Humana». El Renacimiento artístico se alejaba del abstraccionismo medieval para hacer hincapié en la representación plenamente anatómica. No podemos quedarnos en una economía «automática» que resuelve problemas humanos con la indiferencia técnica de lo que creemos ya previsto por leyes incomprensibles y superiores a nuestro intelecto. La representación realista renacentista de las formas naturales se ve acompañada también por la búsqueda de una expresividad emocional que choca frontalmente con la trigonometría econométrica. Se trata de descubrir el elemento humano como fundamental en toda tarea económica tratando de conjugar los estados exteriores, aportados por la naturaleza, con los estados interiores del espíritu. Frente a industrialismos trasnochados y ecologismos radicales e ideologizados se necesita retornar al hombre en la economía como imagen inspiradora de toda obra y paradigma.

          En esa tarea humanizadora tenemos una responsabilidad especialmente relevante los que pertenecemos de una u otra forma a la comunidad universitaria. El renovado ímpetu  de aprendizaje juvenil que se desarrolla en la actividad de las aulas universitarias y en la de numerosas escuelas de negocios en el multifacético mapa estudiantil mundial es un acontecimiento que, aun siendo ya en el mundo occidental aparentemente trillado y rutinario, tiene una trascendencia para el futuro difícilmente consignable en palabras. No quisiera por ello perder la ocasión de hacer en esta introducción una reflexión en voz alta sobre la doble tarea concatenada  de aprender y enseñar. Tan entrelazadas están ambas acciones que incluso van unidas en la misma persona. Se aprende mucho enseñando y se enseña también aprendiendo. ¡Cuántas veces creemos aprender y estamos enseñando! ¡Creemos enseñar y estamos aprendiendo!

          El término ‘enseñanza’ proviene del latín insignare que significa señalar, y se suele usar para nombrar un sistema organizado en orden a proporcionar instrucción en una materia determinada mediante el esfuerzo de profesores y alumnos. La enseñanza requiere una auténtica subjetivación por parte de los alumnos de lo enseñado por el profesor. Para conseguir tal asimilación no puede reducirse el aprendizaje a una actividad realizada en las aulas, por la que se transmite a los alumnos, a través de la palabra, un conjunto de hechos y doctrinas. Esta reflexión se hace especialmente importante en Economía por su carácter práctico y cotidiano. Puede enseñarse algo sin que la subjetivación de tales conocimientos modifique necesariamente la conducta, pero la mejor docencia se da cuando lo aprendido se pone realmente en práctica. El fin que persigue toda ciencia es el «conocimiento» o la «sabiduría» dentro de su campo peculiar de actuación. Dicho conocimiento gana en calidad en cuanto más se adecúa al espíritu humano, en cuanto que se humaniza.

         En líneas generales podemos decir que hay educación cuando se transmite algo valioso que es efectivamente puesto en práctica por el educando. La buena educación, por otra parte exige que no sea una mera transmisión de información, sino que se den a conocer las bases conceptuales en que se fundamenta lo transmitido. A tales efectos la docencia suele entenderse siempre como una actividad dialógica entre quien enseña y quien recibe la enseñanza. En cualquier caso sigue siendo un problema de muy difícil solución conocer los métodos más eficaces de docencia. Los numerosos siglos de enseñanza no han resuelto esta cuestión. Además hasta hace muy poco tiempo la cultura era tan elitista y los conocimientos a transmitir tan reducidos, en comparación con los actuales, que no habían surgido, con la preponderancia actual, estos problemas.

         Otra característica de la buena docencia actual es la que deriva del hecho de ser nuestra sociedad, frente al inmovilismo de otros siglos, esencialmente cambiante. Debido a ello los contenidos a explicar no son algo que pueda ser determinado de una vez y para siempre, ni, mucho menos, podemos empeñarnos, irresponsablemente, en continuar enseñando las mismas cosas que tenían sentido en otras épocas incluso recientes. Es misión de quien enseña en cada momento tratar de determinar aquellas materias que constituyen, como decía Ortega, el núcleo de las ideas vivas de la actualidad. Esa evolución y adaptación a la realidad actual no puede ser determinista sino creadora y armónica en cuanto que se afirma el progreso que como tal admite la variación y la libre generación.
          La enseñanza puede tener una primera consecuencia que es que el alumno actúe amparado en las reglas que se le han expuesto, sin tener capacidad para dar una explicación de ellas ni haber captado verdaderamente su sentido. Tal actuación, evidentemente, es contraria a una  actitud propiamente humana. No hay posible autocrítica sino un mero conformismo repetitivo que impide todo desarrollo de la propia personalidad. La auténtica docencia es la que pasa de ese estadio para mostrar los principios sobre los que se apoya la conducta enseñada. De esta forma, la actuación futura no estará sólo amparada en reglas, sino que será capaz de invocar tales reglas. Tal capacidad hace a la acción potencialmente autocrítica y, por consiguiente, elimina el conformismo y la aplicación indiscriminada de las reglas, así como posibilita el avance y el desarrollo personal que dará las respuestas oportunas ante las nuevas situaciones.

          En la enseñanza universitaria deben aparecer los rasgos esenciales de esta institución multisecular entre los que cabe destacar la preocupación universal por el saber, la libertad en su búsqueda, la espontaneidad en las relaciones entre maestros y discípulos o la independencia del poder político. La Universidad ha creado un estilo de vida que es inseparable de la comprensión occidental del mundo. En mi opinión las humanidades no se pueden desconectar de las profesiones relacionadas con la gestión económica quedándose éstas reducidas a las acciones eminentemente técnicas. No considero que se realce el estilo universitario cuando se separa radicalmente la cultura científico técnica de las humanidades. Tendríamos que recuperar el sentido de la expresión «ser universitario» que implica un modo de vida, un método global de trabajo, una visión del mundo que se mantiene estable pero dinámicamente abierta al dejar las aulas. Si una de las características sustanciales de nuestra sociedad actual es que estamos ya, y vamos cada vez más, hacia una sociedad del conocimiento, los centros de estudios superiores deberían considerarse como faros de atracción vital y cultural. El conocimiento es un valor social emergente porque cabe considerarlo a la vez como medio de cultura del hombre y como instrumento de progreso social y económico. En esta nueva sociedad del conocimiento no se puede mantener la esquizofrenia de las «dos culturas» en la que se polarizan antagónicamente las humanidades y la tecnología. La propia palabra «universidad» significa apertura a lo universal, unidad de lo diverso, conjunción multilateral de esfuerzos.

          Centrados ya en la persona, y desde su apertura universal, ocurre que, cuando el pensamiento económico, o el ético, empresarial y financiero crea modelos directivos para la investigación, está siguiendo, con más o menos cercanía, unas huellas clásicas platonianas. El modelo es la ciudad ideal, utópica, que el investigador o el responsable de una decisión práctica llevan en su interior y que es la raíz última de los principios de valor que dirigen toda su actuación. Esa ciudad interior subjetiva hay que transformarla mediante la reflexión, la experiencia y la contemplación científica, para adecuarla a la ciudad objetiva natural.

          Tanto la ética como la economía son ciencias eminentemente prácticas. Sus  objetos son de índole práctica, o sea, que se trata de algo a realizar y realizable por el hombre. No se trata de algo meramente especulable por éste. No se trata por ejemplo de especular sobre el bien sino  de ser efectivamente éticos en el actuar concreto cotidiano. Por eso la aplicación del mito de la caverna a la relación entre lo subjetivo y lo objetivo en ética y economía conviene complementarlo con la explicación aristotélica al objeto de no caer en la dualidad extrema entre el mundo de las ideas y el mundo de las realidades. La visión realista de Aristóteles no podía admitir que el mundo de nuestra experiencia no fuera real y que la realidad estuviera en un mundo de las ideas separado de este mundo en que vivimos. El ser real está aquí, nuestra experiencia no trata con sombras de realidad. Son más bien nuestros ojos los que adolecen muchas veces de profundidad en la percepción y captan en su subjetividad una realidad nublada. La tarea investigadora consiste en eliminar esas neblinas propias y sintonizar con la riqueza multivariante de lo objetivo. No crearlo, sino descubrirlo. Hemos de sacar las reglas  de comportamiento del conocimiento atento de la realidad, no de principios inventados o propuestos desde fuera y que tratan de forzar y distorsionar  lo que es con lo que creemos que debe ser.

                   Se puede resumir esto diciendo que no todo es azar, desorden y caos. Hay un duende universal que planea sobre izquierdas y derechas; sobre modelos o teorías económicas; sobre ideologías científicas o políticas;  sobre éticas ideológicas particulares; sobre sexos, razas, edades y procedencias; atrayendo hacia sus principios mágicos a todo aquel que los vislumbra en su solitaria intimidad. También las reglas y decisiones que se adoptan en el ámbito de la Economía. Quisiera contribuir a tratar de descubrir y explicar ese duende universal que atrae hacia su verdad los desarrollos de las diferentes ciencias humanas apuntándome a  ser uno más de esos pequeños, infrecuentes y sensatos loquillos de la libertad responsable que pululan por estos mundos de continuas coacciones directas o subliminales. Nunca es malo el pacífico  atrevimiento optimista a largo plazo en defensa de la verdadera libertad.   

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Las reflexiones que se realizan en las páginas siguientes fueron gestadas unos meses antes del comienzo de las revolucionarias reconversiones pacíficas hacia la libertad de los países del Este de Europa. No han sido por lo tanto estimuladas o sugeridas por estos acontecimientos imprevisibles sino por el análisis sereno de variadas lecturas que condicionaban el crecimiento económico a la apertura de cauces suficientemente amplios sobre los que pudiese fluir la fuerza económica de la libertad. Entendida ésta como la capacidad que tiene la voluntad humana de encaminarse, por sí misma, hacia lo que la inteligencia le presenta como bueno y deseable, desencadena un proceso natural que lleva a la propiedad, intercambio, especialización, capacidad de servicio y mentalidad empresarial en los agentes económicos. Este proceso, instaurado en la naturaleza de las cosas, acaba por mejorar las condiciones de vida material de los ciudadanos de las sociedades en las que se implanta y genera mayores expectativas de bienes futuros.

En Fundamentos del valor económico afirmaba que laeconomía es la ciencia que estudia el valor económico de las realidades materiales, y explicaba cómo su objetivo es potenciar el incremento de dicho valor. Este libro está escrito como continuación de aquél. Allí se explicaba que el valor es una relación real de conveniencia última, complementaria, concreta  y futura de los objetos valorados a los fines humanos. El valor como digo es una relación. En un extremo están los medios que utilizamos y en el otro las necesidades, objetivos, deseos y fines humanos inmediatos, mediatos y últimos. En economía un extremo (los medios) se estudia en cuanto referido al otro (los fines). El valor no son los extremos sino la relación entre ellos, la ordenación de uno a otro, o la proyección de los fines sobre los medios utilizados. El valor no tiene otro ser que el  de dirigirse a su término subjetivo. Es la mera orientación hacia el hombre, es un «hacia los fines del hombre», una tensión.El objetivo de toda actividad económica se presentaba entonces como el intento de mejora continua del grado de humanización de las condiciones, también  materiales, de la vida.

En ese itinerario de mejora, juega un papel crucial lalibertad humana y su capacidad de objetivar las realidades de su entorno. Los factores productivos clásicos: Tierra, Trabajo y Capital, cumplen cada uno un papel importante y complementario. Pero también hay que referirse a los fines subjetivos y objetivos de la naturaleza humana para aumentar el grado de humanización. Las instituciones del mercado que analizamos en los siguientes capítulos son las que ejercen el papel de complementar los factores originarios clásicos entre sí, horizontalmente; y los que permiten complementar verticalmente estos factores originarios con las causas finales subjetivas y objetivas de la naturaleza humana. Estas instituciones económicas principales realizan, por su propia naturaleza y desde los albores de la humanidad, esta función de conjunción y armonía enriquecedora. Todas las fuerzas productivas del valor económico, en efecto, tienen que complementarse entre sí. No pueden actuar separadamente a su antojo. Existe una relación íntima entre ellas. Los reduccionismos que se han hecho a lo largo de la historia de las teorías del valor, no pueden justificarse. Cada fuerza está interconexionada con las demás cumpliendo una función específica para conseguir el efecto final. El fin objetivo mueve al subjetivo; y ambas fuerzas finales ejercen su influencia «a modo de atracción» sobre todo el proceso productivo. Atraen, por tanto, hacia la consecución de los objetivos, a la fuerza eficiente del trabajo humano. Este, con la ayuda de la fuerza instrumental, ejerce su acción creativa sobre la fuerza material, extrayendo de ella su «vocación» humana allí encerrada pasivamente. No basta con la fuerza material, hay que trabajarla. No basta con la instrumental, hay que utilizarla. Por supuesto, no es suficiente trabajar, se debe trabajar bien en la dirección correcta que viene ordenada y orientada por los fines. Con respecto a estos últimos, a su vez, no basta con los fines subjetivos, se deben buscar los objetivos. Pero tampoco son suficientes los fines por sí mismos, se tiene la obligación de trabajarlos y llevarlos a la práctica. En cualquier caso, materializarlos.

La importancia que en este trabajo damos a las fuerzas complementarias deriva  de su capacidad innata para conjugar las fuerzas finales y originarias. Las «instituciones» económicas, que en este apartado considera­mos, permiten unificar la diversidad  de fuerzas dando a cada una la posibilidad de cumplir su función específica en el conjunto total. El estudio de la propiedad, el intercambio voluntario, la especialización, la libertad, la competencia, el servicio y la disponibilidad, la mentalidad empresarial, la función subsidiaria estatal y la Etica, nos llevan a descubrir y a entender un poco más la armonía, tan diversa y a la vez unificada, de las interconexiones complementarias de las fuerzas del valor económico. El valor económico, que se funda en el ser de las cosas, despliega toda su diversidad enriquecedora sin perder en ningún momento su unidad. Las fuerzas productivas que tratamos derivan su idoneidad de su capacidad de complementar las fuerzas originarias y finales.

La libertad, como activa indeterminación flexible, quese dirige hacia la realización de futuros proyectos con personalidad propia, se encuentra en el núcleo de las reflexiones del capítulo primero. La idea Hayekiana de la libertad como fuente de información y conocimiento también se incorpora con objeto de poner más de manifiesto su eficacia en la causación de la riqueza. Esa libertad personal responsable, como característica esencial del ser humano, hace posible la propiedad. La propiedad sobre un conjunto variado de bienes, sobre el que se ejerce un derecho de libre y exclusiva disposición, fundamenta la unidad de los patrimonios físicos y humanos, favoreciendo la conjunción vertical y horizontal de los distintos bienes y la complementariedad entre Tierra, Trabajo y Capital propios con los fines humanos. La existencia de la propiedad privada hace posible los intercambios libres entre patrimonios y se constituyen en mecanismos decisivos de incremento de los valores de uso de todos los agentes económicos que intervienen en esas transacciones. El tratamiento de los excedentes y las consecuencias de la distinción entre valores de uso y valores de cambio centran  las reflexiones de todo el capítulo tercero. Pero la existencia del intercambio hace posible a su vez la división del trabajo y la especialización. Esta especialización facilita las innovaciones tecnológicas y económicas, contribuyendo a su vez a mejorar el capital humano, siempre y cuando esa división del trabajo sea contrapesada por una tendencia añadida hacia la unidad compenetrada.

En el capítulo cinco se analiza la «mano invisible» del mercado para incluir un matiz, en mi opinión importante: la prioridad de la capacidad de servicio a los patrimonios ajenos si queremos aumentar el valor económico de los nuestros. La interconexión entre libertad y capacidad de servicio, supuestas las instituciones analizadas anteriormente, se presenta como característica importante para mejorar las relaciones comerciales. En el capítulo seis se encara el estudio de la función empresarial como causa ejemplar de la riqueza económica encargada de armonizar los factores productivos entre sí y, principalmente, con respecto a las finalidades subjetivas y objetivas de los clientes potenciales. Tras analizar, al estilo Schumpeter, dicha función empresarial, extendemos esa mentalidad empresarial como conveniente a todo propietario de alguna riqueza material o humana. La obligación de buscar el máximo beneficio en términos de humanización se presenta como criterio único y universal para todo agente económico.

 En los capítulos séptimo y octavo, se explica,siguiendo el hilo argumental anterior, nuestra opinión sobre la política económica general y el papel del Estado como coordinador general para crear el marco adecuado donde se desarrollen las fuerzas económicas analizadas anteriormente. Se explica la conveniencia de seguir esta dirección en su actuación con objeto de conseguir una influencia decisiva y permanente, a largo plazo, en la causación del valor económico de todos los individuos componentes de la sociedad cuya representación política ostentan los gobernantes. En el capítulo noveno se desarrolla la inexcusable relación entre economía y ética desde el momento que resaltamos las consecuencias y conveniencia de acometer el estudio de la economía como acción humana y, por lo tanto, libre. En el capítulo décimo, por último, tratamos la importantísima cuestión demográfica en relación con la economía, y las interdependencias ecológicas vitales.

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La mayor parte de las reflexiones que incluyo en estas páginas están publicadas de forma parcial, inconexa y deslabazada en otras publicaciones anteriores. He querido estructurarlas y completarlas personalmente de nuevo con una secuencia lógica que haga más comprensible su hilazón interna y facilite su lectura y sus interconexiones mutuas.