La Ley Natural se despliega desde la conciencia presente en el mundo interior de la persona humana. – Apartado 1 – Capítulo VIII – Justicia y Economía

JUSTICIA Y ECONOMÍA

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CAPITULO  VIII

 SOBRE LA EFICACIA COORDINADORA UNIVERSAL DE LA LEY NATURAL

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Apartado 1

La Ley Natural se despliega desde la conciencia presente en el mundo interior de la persona humana.

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Pueden muy bien servirnos de preámbulo introductorio de este último capítulo estas palabras de Domingo de Soto:

Primeramente Dios, gobernador universal[1], concibió en su mente desde la eternidad el orden, la administración y el gobierno de todas las cosas, conforme a cuyas ideas o concepciones se han de constituir todas las leyes: la cual ordenación y precepto se llama ley eterna según su naturaleza. Además: como el mismo Dios es el autor de la naturaleza, dotó a cada una de las cosas de sus instintos y estímulos, por los cuales fuesen arrastradas a sus fines, pero especialmente al hombre le imprimió en la mente una norma natural, por la cual se gobernase según la razón, que le es natural, y ésta es la ley natural[2], es decir, de aquellos principios, que, sin discurso, por luz natural son conocidos de suyo, como haz a los demás lo que quieras que te hagan, y otras semejantes.[3] 

Así pues, Soto y también Vitoria y Mercado, tal y como también se vio en el capítulo II, afirman que los principios de la ley natural se manifiestan y actúan a través de la visión interior personal  de todos y cada uno de los habitantes concretos diseminados por toda la geografía mundial sin distinción de razas y que existen, viven y actúan en cada instante temporal de cada época histórica. La ley moral se manifiesta siempre a través de la conciencia de las distintas personas.  Se puede decir entonces que en el ámbito de la bondad o maldad del actuar humano, cuando el sujeto juzga con su conciencia cierta –es decir, sin ningún prudente temor a errar- determinados actos como lícitos o ilícitos, convenientes o nocivos, buenos o malos, ese juicio tiene valor de norma actual para el sujeto en tanto en cuanto que la conciencia concreta y actualiza en las circunstancias presentes los principios generales y, en definitiva, el principal y radical principio universal: “Haz el bien y evita el mal.”

Por lo tanto, según nuestros autores, siempre y en todos los ámbitos del actuar humano –también lógicamente en el jurídico y en el económico- las valoraciones en cada instante y circunstancia se realizan a través de las conciencia personal de cada cual que consiste en esa facultad humana de unificar la compleja variedad de datos que son aportados por los diferentes sentidos en cada momento actual –lo que da lugar al sentido común en el actuar presente- o, también, en la facultad de interrelacionar y unificar el cúmulo de datos pasados que forman la memoria sensitiva. Así mismo, la conciencia intelectiva es capaz de unificar ideas y conceptos así como reflexionar en el nivel puramente intelectual. Todo ello es ese mundo espiritual y de las ideas -muchas veces olvidado- que –además- ha estado y está continuamente creándose y recreándose. A este respecto escribe Hayek que

 por <<las imágenes y conceptos que la gente posee>> no queremos significar meramente su conocimiento de la naturaleza exterior. Nos referimos a todo lo que el hombre sabe y cree acerca de sí mismo, acerca de otra gente y acerca del mundo exterior; en resumen, todo aquello que determina sus acciones, incluida también la propia ciencia. Y acaba sentenciando: Este es el campo específico de los estudios sociales o de las <<ciencias morales>> [4]

 Con la conciencia, el hombre, además de conocer objetos externos a él y captar sus estados interiores, es capaz de advertir y ser consciente que conoce y, por eso, se percata también de que es inteligente. De hecho, la palabra conciencia procede de la voz latina conscire, conocer. Y el conocer implica precisamente esa relación existencial entre el sujeto del conocimiento y el objeto –interior o exterior- de referencia. Como dice Soto, refiriéndose a la capacidad humana  de dictar leyes, Dios da al  mismo hombre facultad para que, según la condición de los tiempos, lugares y negocios, raciocinando con la ley natural, establezca otras que juzgue convenir, las cuales por su autor se llaman humanas.[5]

Para nuestros maestros del XVI la persona es la unidad neurálgica de valoración. Sin referencia a la persona no hay estimación verdadera.[6] Cuando alguien muere, por ejemplo, desaparece el valor de sus cosas porque ya no son suyas. Sus herederos son los nuevos sujetos de valor. Hay distintas relaciones a los fines personales subjetivamente proyectados y sentidos. Igualmente, cuando alguien nace surge a su alrededor y proyectándose hacia sus requerimientos y necesidades un haz muy diverso de relaciones materiales e inmateriales. El recién nacido focaliza y trastoca todo un conglomerado de bienes y servicios que con anterioridad estaban referenciados hacia otras subjetividades. Y así seguirá ocurriendo  a lo largo de su vida evolutiva reestructurando recursos materiales, sensitivos e intelectivos.

Fijándonos ahora en las mercancías y en su carácter referencial hacia las personas, se suele señalar –lo que muchas veces induce al error- que las unidades que forman parte de una suma han de ser unidades homogéneas, puesto que sería inadmisible sumar sillas con manzanas. Esta exigencia de la lógica se suele expresar diciendo que han de ser unidades de la misma especie. De hecho es importante la lógica y la metafísica en Economía. Pero, si reflexionamos podíamos incluso afirmar que  dos bienes nunca son iguales, ya que  la misma manzana por ejemplo no es igual a esa misma manzana en otro momento y lugar. El dinero a su vez -y como ejemplo importante- es totalmente distinto según quien lo contemple. Detrás de 100 euros y de un millón de dólares uno ve unas cosas y otro ve otras muy distintas. La valoración es subjetiva y necesita siempre una referencia personal. El banquero ve una cosa, quien pide el préstamo ve en cambio otro conglomerado, otra cesta de bienes. Quien deposita un dinero en el banco, deposita determinada cesta de bienes, lo prioritario para él es reservar, conservar esa cesta de bienes. No es un préstamo para que el banco haga lo que quiera con ello. Incluso todo lo colectivo, todos los colectivos, todo lo común es atraído y reflejado en la persona y por la persona, en las personas y por las personas:

Tenemos nuevas ideas para discutir, diferentes puntos de vista que revisar, porque tales ideas y puntos de vista surgen de los esfuerzos de individuos en circunstancias siempre nuevas, que se aprovechan, en sus tareas concretas, de los nuevos instrumentos y formas de acción que han aprendido.

 La parte no intelectual de este proceso, la formación del cambiante entorno material de donde lo nuevo surge, requiere para su comprensión y apreciación un esfuerzo de imaginación más grande que el de los factores que subraya el punto de vista intelectualista. Los hombres se preocupan solamente de lo que conocen. Por lo tanto, esos aspectos que, mientras el proceso está en marcha, no se entienden conscientemente por todos son comúnmente despreciados y a veces no pueden investigarse con detalle.[7]

Todo ello implica que en el ámbito de las distintas ciencias sociales -y en concreto en el económico-,  distintas valoraciones subjetivas -que a fin de cuentas acaban siendo las reales- son las que verdaderamente interactúan en los mercados por ejemplo. Es una interacción multivariable y nunca monocorde que requiere un algo común que la armonice. Unamuno expresaba así esa interacción de personalidades propias siempre originales:

¿Qué sólo te entiende una docena de personas? ¡Basta! Si tienes algo que decir y se lo dices, ellos lo traducirán de doce maneras diferentes, y como la luz una y blanca, refractada en el prisma en los colores varios de la irisación, se reconstituye de nuevo en su blancura, así recobrará al cabo tu pensamiento su blancura, en el espíritu colectivo, y dejarás tu gota en el inmenso océano de la vida. Dé cada cual su nota propia, según su propia y peculiar estructura; lo que de ella concuerde con la dominante melodía, en ésta se perderá reforzándola, y lo que no, irá al fondo inexhausto de los armónicos, discordantes entre sí muchos. ¡Nada de canto monofónico! [8]

Esas valoraciones subjetivas[9] no sólo interactúan continuamente en los mercados de bienes o servicios, sino  que  también lo hacen -siendo estos los más importantes-  en los mercados inmateriales y virtuales de ideas, simbiosis culturales o  valores morales. En este sentido se pudiera decir que cuanta más reflexión interior para captar los verdaderos principios indicados por la Ley Natural, cuanto más crecer para adentro, es decir, cuanto más ensimismamiento, más valor se transmitirá en la relación con unos mismos objetos que manejamos o que están bajo nuestra responsabilidad. En cada instante, quien más tiene por dentro más  capacidad atesora para aprovechar cada minucia en cada acontecimiento. De alguna forma se puede llegar a decir entonces que todos y cada uno teniendo algo lo tenemos todo.

 La utilización coherente de la conducta inteligente de los individuos como elementos con los que construir modelos de estructuras complejas de mercado es naturalmente la esencia del método que el mismo Menger describió como “atomístico” (en ocasiones, en los manuscritos se le denomina “compositivo”), y que más adelante fue conocido como individualismo metodológico.[10]

 [1]   Dice el Sabio (Proverb.8) de la ley eterna, que es la sabiduría de Dios. “Dios me poseyó desde el principio de sus caminos: desde el principio antes de que crease cosa alguna; desde la eternidad fui ordenada. Y más abajo: Cuando ponía ley a las aguas, con él estaba yo concretándolo todo”.  Y de la natural dice San Pablo (ad Rom.2): Los gentiles, que no tienen ley, naturalmente hacen las cosas de la ley.  Y de la humana (ad Rom.13): Toda alma está sometida a las potestades superiores. Y de la divina dice Jeremías (Hierem.31): Pondré mi ley en las entrañas de ellos, y la escribiré en sus corazones. Domingo de Soto, Tratado de la Justicia y el Derecho. Madrid, Editorial Reus, S.A. 1922. Tomo I, p. 58.
[2]  Comentando la Veritatis Splendor de Juan Pablo II, Carlos Rodríguez Braun –que también como Hayek se cataloga no creyente- dice: ¿Cómo buscar un punto de apoyo moral sin exigir la hipótesis          -perdónenme los creyentes- de Dios? El Papa recurre a una antigua idea, sepultada por el racionalismo moderno, la idea de la ley natural. Es una vía interesante, porque permite a los no religiosos acompañar su discurso. Hay “algo” en la naturaleza humana que es permanente, válido para todos, siempre. Y se descubre y aplica mediante la razón. De allí surgen nuestras normas morales y de conciencia. La religión, y este es un punto crucial, no contradice la ley natural, sino que la culmina con el verdadero absoluto: según la doctrina tomista, el redactor de la ley natural es Dios. Carlos Rodríguez Braun, A pesar del gobierno. 100 críticas al intervencionismo con nombres y apellidos, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1999, p. 147
[3]   Soto sigue diciendo a continuación: Mas como no hemos sido criados solamente para el fin natural, que es el estado de la república pacífico y tranquilo, para el cual fin bastarían las predichas leyes, sino también para la felicidad sobrenatural de lo creado, puso Dios en nosotros, además, otra ley sobrenatural, a saber, tanto la antigua como la nueva; la que nos condujese a ese fin sobrenatural. Y ésta es la ley divina. Soto, Op.   Cit. T. I, p. 59. En este sentido téngase en cuenta que para él y para la mayoría de los filósofos y teólogos del siglo XVI español la razón humana penetra e ilumina todo con la revelación insondable de la fe que la potenciaba y elevaba hasta dialogar con el misterio. Estaban convencidos de que lo sobrenatural invade todo lo humano. Todo, especialmente también el mundo intelectual. Para ellos, que es lo que creen los católicos, en Cristo, Dios lo invade todo. Ese es el misterio que  acaba abriendo un horizonte nuevo y definitivo iluminando y capacitando para entender y comprender entre el velo de la débil inteligencia humana, toda la riqueza inconmensurable de la Creación.  También de la Creación del mundo espiritual, esto es, del mundo de las ideas.
[4]   Hayek, La contrarrevolución de la ciencia. Estudios sobre el abuso de la razón. T.O. (The Counter-Revolution of Science), Unión Editorial, S.A., 2003, pp. 47-48.
[5]   Domingo de Soto, Op. Cit., T. I, p. 59.
[6]  (…) entre la cosa y la idea hay siempre una absoluta distancia. Lo real rebosa siempre del concepto que intenta contenerlo. El objeto es siempre más y de otra manera que lo pensado en su idea. Queda ésta siempre como un mísero esquema, como un andamiaje con que intentamos llegar a la realidad. Sin embargo, la tendencia natural nos lleva a creer que la realidad es lo que pensamos de ella, por tanto, a confundirla con la idea, tomando ésta de buena fe por la cosa misma. En suma, nuestro prurito vital de realismo nos hace caer en una ingenua idealización de lo real. Esta es la propensión nativa “humana”.
 Si ahora, en vez de dejarnos ir en esa dirección del propósito, lo invertimos y, volviéndonos de espaldas a la presunta realidad, tomamos las ideas según son –meros esquemas subjetivos- y las hacemos vivir como tales, con su perfil anguloso, enteco, pero transparente y puro -en suma, si nos proponemos deliberadamente realizar las ideas-, habremos deshumanizado, desrealizado éstas. Porque ellas son, en efecto, irrealidad. Tomarlas como realidad es idealizar–falsificar ingenuamente. Hacerlas vivir en su irrealidad misma es, digámoslo así, realizar lo irreal en cuanto irreal. Aquí no vamos de la mente al mundo, sino al revés, damos plasticidad, objetivamos, “mundificamos” los esquemas, lo interno y subjetivo. José  Ortega  y Gasset, La deshumanización del arte y otros ensayos de Estética, 1ª edición Madrid, Revista de Occidente, 1925. pp. 40-41.
 [7]   F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1998,   p. 61.
[8]  Unamuno, Viejos y jóvenes. Contra el purismo. 5ª edición, Nº 478, Madrid, Espasa-Calpe, 1968, p. 7.
[9]  Cuando una realidad entra en choque con ese otro objeto que denominamos “sujeto consciente”, la realidad responde apareciéndosele. La apariencia es una cualidad objetiva de lo real, es su respuesta a un sujeto. Esta respuesta es, además, diferente según la condición del contemplador; por ejemplo, según sea el lugar desde el que mira. Véase cómo la perspectiva, el punto de vista, adquieren un valor objetivo, mientras hasta ahora se los consideraba como deformaciones que el sujeto imponía a la realidad. Tiempo y espacio vuelven, contra la tesis kantiana, a ser formas de lo real. Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo,  Madrid, Alianza Editorial,  1987, p. 190.
 [10]   Hayek, Las vicisitudes del liberalismo, Ensayos sobre Economía Austriaca y el ideal de la libertad, Obras completas, V. IV, Madrid, Unión   Editorial, S.A., 1996, p. 110.

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