Sobre cómo se advierte la conveniencia de la especialización y la diversificación plural. – Apartado 3 – Capítulo IV – Justicia y Economía

JUSTICIA Y ECONOMÍA

CAPÍTULO  IV

 EL DESPLIEGUE ENRIQUECEDOR DE LA ECONOMÍA LIBRE DE MERCADO

Apartado 3

Sobre cómo se advierte la conveniencia de la especialización y la diversificación plural.

 Con aquel aire de universalidad que imprimían habitualmente a sus razonamientos y conclusiones se refieren así  a la hora de explicar las diferencias enormes en algunos casos respecto a la dotación de los recursos productivos y a su productividad para solventar las necesidades de las gentes:

Concurrió también a esta nueva invención de negociar, que andando el tiempo, especialmente después del diluvio general, que se comenzó a poblar de nuevo esta máquina mundial, había provincias y reinos estériles, y faltos de todo un género, bastimentos o ropa. Que en unas partes no se daban olivas, o viñas, seda, o grana: en partes no había ganado alguno, vacuno, ni ovejuno, como aun el día de hoy vemos faltas muchas provincias después de tanta industria, diligencia, y trabajo, como se habrá puesto para que lo haya, y no ha aprovechado: y perseveran faltas de muchas cosas necesarias[1].

Para solventar aquella penuria de unas u otras cosas aquí o allí, descubrieron nuestros autores lo importante que fue a lo largo de la historia la especialización en tareas más eficaces a las condiciones de los recursos:

 Conforme a esto vemos que en las Indias Occidentales, después que los Españoles alcanzaron, y poseen con quietud el señorío, y jurisdicción sobre los naturales, tienen comúnmente uno de dos tratos: que o son mineros, o mercaderes, o se dan a sacar oro y plata; o a llevar y vender la ropa, que va de España. Porque todo aquel imperio es fertilisimo destos ricos y preciados metales, y estéril y falto (a lo menos hasta agora) casi de todo lo que es menester para una vida política y algo regalada. Que ni hay paños finos ni sedas, ni lienzo, ni vino, ni aceite: sin lo cual no se pasa, ni puede pasar bien la gente, en especial la española criada en tanta abundancia de todo. Por esto los hombres, que moran en aquellas partes, o se dan a esquilmar la tierra destos tesoros, que engendra y produce en gran cantidad: o a proveerla y henchirla destas mercaderías, de que tiene tanta necesidad. Porque para lo uno y lo otro hallan en su disposición, oportunidad y favor.[2]

 Efectivamente, en todos y cada uno de los sectores de actividad productiva que sirve a las necesidades y deseos humanos, la especialización y diversificación hacen posible que la variedad de productos para satisfacer una misma necesidad general se incremente cada vez más haciendo lotes de bienes y servicios cada vez más diversificados y personificados con la originalidad en cuerpo y espíritu de cada persona humana. Ese profundizar cada vez más en una u otra dirección hace que la riqueza inmensa encerrada en cada porción de la realidad sea descubierta y activada en orden a la satisfacción y cumplimiento cada vez más sofisticado de cada preferencia de los hombres en cada una de las etapas de su desarrollo espiritual y corporal.

Y así,  para terminar de resaltar la conveniencia de la especialización en lo que pueda resultar más productivo según las características diferentes y diferenciadoras de los recursos –también y especialmente de los recursos humanos- destacando por lo tanto la teoría de la ventaja absoluta e insinuando la que después plasmó Ricardo en el comercio internacional con la teoría de la ventaja comparativa, se nos dice:

 La experiencia es buen testigo, de lo que afirma el Filósofo en sus Políticas: que comúnmente se aplica el hombre a ganar de comer en aquello, a que su patria o república es más aparejada. Porque como incurrimos por el pecado en esta pena, que nos sustentasemos con el sudor de nuestro rostro, cultivando la tierra: así ninguna negociación hay, ni granjería tan ahidalgada, y caballerosa, que no dependa de la tierra, o tenga alguna consideración con ella. De aquí es, que en unas partes los más son labradores, en otras pastores, en otras estudiantes, en otras soldados, según que la disposición de la tierra es más favorable a alguno destos intentos y fines. Porque hay ciudades, provincias y reinos, cuyo suelo y territorio, es muy aparejado para viñas, o para olivas, o pan: otras muy cercadas y cercanas a sus enemigos, combatidas y molestadas dellos: otras faltas, y necesitadas de ropa, y mercaderías. Con lo cual por la mayor parte se conforma el intento y designio de los vecinos, siguiendo en su vivienda aquello, en que ven su cielo, y tierra les puede más ayudar[3].

 Si todo eso se decía en el siglo XVI (e incluso más porque Juan de Mariana también atisba claramente en relación con la división del trabajo la división del conocimiento[4] tan bien explicada por Hayek), qué se tendría que decir ahora con tantos y tan variados productos y tantos y tan variados servicios al alcance de millones y millones de personas de todas los extractos sociales. La fecundidad y productividad especializada  del mercado[5] se ha expandido más y más enriqueciendo a oleadas de generaciones[6] antes empobrecidas si las midiésemos con los parámetros actuales. Para cumplimentar cada perentoriedad aparece un abanico de bienes o servicios cada vez más personalizado y circunstanciado también en espacio y tiempo. En cada compraventa se enfrentan en realidad –coordinándose- no una, sino dos demandas y dos ofertas. No se puede por eso hablar de una función de demanda con sólo dos variables porque al ser dos demandas confluyentes influyen muchas otras variables. La variedad de demandas concurrentes en todos los ámbitos y la diversificación especializada hacen que se multipliquen asimétricamente los intercambios crecientes[7]. Y la globalización[8] aumenta las probabilidades de conseguir lo querido y de casar tantas ofertas y demandas.

Con la especialización -consecuencia de la riqueza de la variedad de los recursos materiales, humanos e inmateriales, así como de la clarificación y defensa de la propiedad que hace posible el trueque y el intercambio comercial- hemos llegado a uno de los puntos fuertes de la teoría de la evolución espontánea hayekiana que él explicó y engrandeció magistralmente  universalizándola. En ella  se explican también los flujos migratorios y el mestizaje que hoy caracterizan la economía y la demografía mundial y que en Hayek están entrelazadas como lo hizo Malthus[9], si bien dando un giro de 180 grados a las explicaciones y conclusiones malthusianas[10]:

¿Cuáles pudieron ser las prácticas que facilitaron estos nuevos esquemas y la aparición, no sólo de una nueva manera de concebir la realidad, sino hasta de una especie de “internacionalización” (término que, desde luego, empleo anacrónicamente) de los estilos, las técnicas y las actitudes? Incluirían, ciertamente, la hospitalidad, así como el salvoconducto y seguridad personal del extranjero (véase el epígrafe siguiente). Los vagamente definidos territorios de la tribu hallaríanse desde tiempos muy remotos entrelazados por las relaciones comerciales establecidas entre individuos que se  aventuraban a asumir esas nuevas prácticas, lo que daría lugar, a la larga, a la aparición de los contactos mercantiles que, a grandes distancias, transmitirían una especie de “micro-elementos” propiciadores del comercio. Todo ello permitió la aparición de la civilización sedentaria en nuevos lugares y, consiguientemente, de la especialización, procesos que culminarían finalmente en las expansiones demográficas. Se inició, pues, una especie de reacción en cadena en virtud de la cual la incrementada densidad poblacional facilitaba el descubrimiento de nuevas oportunidades de especialización, lo que permitía una ulterior expansión de la división del trabajo, impulsora a su vez de nuevos aumentos de población[11] y mayores niveles de vida y, por ende, de nuevos incrementos demográficos[12], y así sucesivamente.[13]

 Hayek, además, estaba admirado de la generalización que hizo su maestro Mises a toda acción humana inteligente de aquella teoría de la ventaja comparativa atribuida a Ricardo, y así, en uno de sus ensayos sobre Ludwig von Mises (1881-1973)[14], señala y destaca –como un ejemplo más de las afortunadas y acertadas generalizaciones a las que conduce la aplicación de una filosofía específica más certeramente ajustada a la realidad- el interesante tratamiento de la ley de los costes comparativos que, si bien en principio es aplicada por Ricardo y por el resto de la doctrina al comercio internacional, Mises amplía su aplicación denominándola “ley de asociación de Ricardo”. La ley de los costes comparativos es considerada por Mises como “un caso particular de la más universal ley de asociación”, que es el principio general que demuestra cómo “la división del trabajo produce beneficios a todos los que participan en ella”, incluso cuando un participante tiene menores recursos o capacidades que los otros.  Así, Mises, por ejemplo, utiliza el ejemplo del cirujano que contrata un ayudante menos cualificado para limpiar su instrumental[15]. Es este un ejemplo más –como también señala Hayek-  de la visión universalista de Mises en su obra donde de nuevo reaparece –con afirmaciones en otros campos más o menos controvertidos- una teoría de las acciones humanas de la que la teoría económica es una parte concreta.[16]

Esa ley universal de asociación explicada por Mises y Hayek la enseñó también Balmes maravillosamente bien. Como cuando explica la especialización y formación profesional en aquello que cada uno es más apañado y más efectivo, en definitiva, más productivo:

 Cada cual ha de dedicarse a la profesión para la que se siente con más aptitud. Juzgo de mucha importancia esta regla y abrigo la profunda convicción de que a su olvido se debe el que no hayan adelantado mucho más las ciencias y las artes. La palabra talento expresa para algunos una capacidad absoluta creyendo, equivocadamente, que quien está dotado de felices disposiciones para una cosa lo estará igualmente para todas. (…)

 Podría escribirse una obra de los talentos comparados, manifestando las profundas diferencias que median aun entre los más extraordinarios. Pero la experiencia de cada día nos manifiesta esta verdad de una manera palpable. Hombres oímos que discurren y obran sobre una materia con acierto admirable, al paso que en otra se muestran muy vulgares y hasta torpes y desatentados. Pocos serán los que alcancen una capacidad igual para todo, y tal vez pudiéramos afirmar que nadie, pues la observación enseña que hay disposiciones que se embarazan y se dañan recíprocamente. Quien tiene el talento generalizador no es fácil que posea el de la exactitud minuciosa; el poeta, que vive de inspiraciones bellas y sublimes, no se avendrá sin trabajo con la acompasada regularidad de los estudios geométricos[17].

Esa especialización que consiste en  dedicar cada recurso a los usos y a las funciones para las que son más apropiados y  más productivos es una manera inteligente para el mejor servir a los demás, a los clientes potenciales  y a la entera sociedad. Adelantándose a Ricardo y Adam Smith descubren que aquella institución -derivada de la naturaleza humana y de cómo estaban hechas las cosas- trabajaba en pro de la justicia, de la mejor justicia para todos, ya que era un desbordarse de la justicia que se vuelca en los demás aprovechando lo mejor de cada uno.  La justicia conmutativa  se convertía así en una institución cuyo respeto producía efectos de suma exponencialmente positiva.

 En este sentido, resumiendo lo dicho hasta ahora, vale la pena recoger las siguientes afirmaciones de Mises respecto a la especialización y la división del trabajo para la ayuda mutua así como algunos de sus peligros:

El daño que las guerras civiles o internacionales causan al progreso de la comunidad humana resulta evidente en cuanto advertimos las ventajas que la división del trabajo lleva consigo aparejadas. Gracias a ésta, el individuo autosuficiente se transforma en el “animal social” de que hablara Aristóteles. La hostilidad entre las bestias o entre salvajes, que no actúan comunitariamente, poco afecta a la base económica de su modo de vivir. Pero las cosas cambian cuando la discordia surge entre gentes que actúan bajo un régimen de división social del trabajo, pues en este caso todo el mundo trabaja de forma especializada; nadie vive de modo autónomo e independiente; es preciso el recíproco auxilio y apoyo. [18]

Y si el haber sido capaz de captar hace cuatro siglos las teorías de la ventaja absoluta -y especialmente la teoría de la ventaja comparativa- es ya un éxito intelectual de notable envergadura, lo que ya resulta asombroso es que captase de alguna forma aquella pieza clave también en la teoría austriaca de la mayor productividad del alargamiento de los procesos productivos y de negociación. Porque –aunque directamente se está refiriendo al dinero- se puede atisbar una cierta intuición de ese principio clave cuando se nos dice por ejemplo:

Trocaban y truecan gallinas por mantas, maíz por frijoles, cueros por arcos, y así se proveen. Mas a los antiguos (en quien floreció el ingenio, y la policía) la necesidad les compelió a buscar otra negociación más larga, capaz y bastante con que se hubiesen las cosas necesarias con facilidad, hartura, y abundancia[19].

 En este sentido, por ejemplo, valga lo afirmado por Mises, que además de ser, como se ha dicho, mentor intelectual de Hayek, es uno de los más eminentes miembros de la escuela Austriaca:

El capitalismo ha aumentado la producción de forma tan impresionante que ha conseguido dotar de medios de vida a una población como nunca se había conocido; pero, nótese bien, ello se consiguió a base de implantar sistemas productivos de una dilación temporal cada vez mayor, lo cual sólo es posible al amparo del cálculo económico. Y el cálculo económico es, precisamente, lo que no puede practicar el orden socialista. Los teóricos del socialismo han querido, infructuosamente, hallar fórmulas para regular económicamente su sistema, prescindiendo del cálculo monetario y de los precios. Pero en tal intento han fracasado lamentablemente.[20]

 [1]   Tomás de Mercado, Op. Cit. [94], p. 130.
[2]   Tomás de Mercado, Op. Cit., [ 81], pp. 123-124.
[3]    Tomás de Mercado, Suma de Tratos y Contratos. Del arte, y trato de mercaderes Capitulo primero.& [80], p. 123
[4]  Los trabajos que originaron el estudio de la información son los famosos artículos de Hayek: Economics and Knowledge” y “The Use of Knowledge in Society”. En estos artículos, Hayek define por primera vez el problema económico por excelencia: la coordinación de los individuos en las interacciones sociales. “Problema que se origina, no por la problemática técnica de la combinación de los factores productivos en una sociedad con división del trabajo, sino por la división entre todos los miembros de la sociedad de la información relevante para la resolución del problema económico.” Este planteamiento de la economía es originario de Ludwig von Mises. La aportación fundamental de Mises se puede resumir en que en las sociedades basadas en la división del trabajo, la distribución de los derechos de propiedad da lugar a una especie de división intelectual o mental del trabajo, sin la cual no sería posible producción ni economía alguna. Hayek lo planteó en los siguientes términos: “La peculiar característica del problema de un orden económico racional está determinada precisamente por el hecho de que el conocimiento de las circunstancias del cual debemos hacer uso no existe nunca de una forma concretada o integrada, sino solamente como bits dispersos de conocimiento incompleto y frecuentemente contradictorio que poseen los individuos por separado.” (Ver Individualism and Economic Order, op. cit., p. 77)
 La idea fundamental de Mises y Hayek es que la división del trabajo se amplía y pasa a ser división de información. No es tan importante la división del trabajo en sí, como la división del conocimiento necesaria para producirlo. Es esta división la que obliga al hombre a pautar su comportamiento con otros hombres para compartir conocimiento y especializarse, con el consiguiente aumento de la producción. Javier Aranzadi del Cerro, La importancia social de los mercado, pp. 1-2.
[5]   La división del trabajo en el mercado ha provocado, gracias al comercio y a la acumulación del capital, un salto sin precedentes en el nivel de vida que ha alcanzado por ver primera en la historia a grandes masas de la población. No era ese el objetivo de cada uno de los individuos que pudo insertarse en la compleja red de dicha división, que lo hizo buscando satisfacer una demanda potencial ajena en  beneficio propio y de sus clientes o socios más inmediatos; pero, al hacerlo, propició el interés del conjunto; se trató, pues, de un ejemplo notable de consecuencia no deseada ni prevista. Carlos Rodríguez Braun, Estado contra mercado, Madrid,  Grupo Santillana de Ediciones, S.A. 2000, p. 30
[6]   La transformación económica del mundo en los últimos doscientos años es conocida por todos, pero no suficientemente apreciada. El libro de Adam Smith ‘Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones’ proclamó en 1776 las ventajas de la economía de mercado, de la libertad para producir bienes, cambiarlos y consumirlos, y sus efectos beneficiosos fueron de una magnitud de la que pocos se dan cuenta.
Antes de 1776 la vida de la gran mayoría de los hombres era corta, pobre y dura. En Europa, las hambres y las pestes barrían las naciones cada treinta años aproximadamente. En Francia, en vísperas de la Revolución, el ochenta por ciento de las familias destinaban a pan el noventa por ciento de sus ingresos. Y Francia era entonces el país más rico del mundo. Los viajeros europeos que se atrevían a visitar las tierras de Asia y África encontraban allí manifestaciones de miseria más intensas que las que estaban acostumbrados a ver en sus países.
 La visión de la realidad económica anterior al siglo XVIII está deformada por las obras de arte de aquel tiempo que han sobrevivido: los palacios, las pinturas, las esculturas, los muebles, las joyas. Pero estas maravillas eran la consecuencia de unas diferencias de rentas entre las personas muy superiores a las actuales. Tales obras de arte las disfrutaban solamente una pequeña minoría de la población. La mayor parte de los hombres y mujeres pasaron por el mundo consumiendo muy poco y sin dejar rastro de su miseria.
 Las ideas de  Adam Smith tuvieron general aceptación, los gobiernos inspiraron sus leyes en ellas y sus resultados fueron asombrosos.  En Inglaterra los salarios reales doblaron entre 1800 y 1850 y volvieron a doblar entre 1850 y 1900. Al mismo tiempo, en el siglo XIX, la población inglesa se cuadruplicó. En Estados Unidos la libertad económica, juntamente con la libertad política y la democracia, fueron proclamadas principios de la vida del país desde su  independencia, e hicieron de él el más rico estable y poderoso del mundo. En las demás naciones existió un estrecho paralelismo entre la intensidad de la aplicación de la economía de mercado y la rapidez de su desarrollo económico. Estos procesos han continuado hasta hoy, a través de crisis y alternativas: la libertad política, la libertad económica, la estabilidad social y el bienestar popular han ido casi siempre juntos. La intervención del Estado en la economía, la tiranía, el desorden y la revolución han estado también asociados. Lucas Beltrán, Op. cit., pp. 234-235
[7]   La división internacional del trabajo aumenta la eficacia no sólo en el sentido estático de la teoría, sino también en el sentido dinámico. Ello se debe a que en mercados abiertos a los intercambios comerciales hay más competencia que la que habría en mercados cerrados. Y la competencia es el acicate para las empresas a invertir en innovaciones de productos y procedimientos, a destapar en su propio entorno bolsas de productividad anteriormente inadvertidas y, al mismo tiempo, a subsanar las “ineficiencias X” (Leibenstein) causantes de costes innecesarios. De esta manera las empresas se aseguran la necesaria competitividad internacional bajo los tipos de cambio reinantes, penetran en nuevos mercados y consolidan la posición alcanzada en los otros mercados. Estos efectos de eficiencia dinámica constituyen la base para que las oportunidades de empleo y de mejora del nivel de vida de los ciudadanos puedan ser mayores y la creación de riqueza en toda la sociedad pueda ser más sostenible que cuando un país se cierra al comercio internacional o, en caso extremo, opta por la autarquía. Juergen B. Donges,  Las críticas contra la globalización económica, a examen, Madrid, Unión Editorial, S.A. 2004, pp. 18-19
[8]   La globalización de la economía –con los consiguientes intercambios comerciales, flujos de capitales y movimientos migratorios- no constituye en modo alguno un juego de suma cero, como afirman reiteradamente los críticos de la globalización. Todos los países que asumen el reto de la competencia intensificada pueden ganar si bien el resultado no siempre es el mismo para todos. Esto es así en cada proceso económico: Siempre ha habido y habrá países que van en la vanguardia y otros que van por detrás; y no es raro que los países ganen o pierdan puestos en el ranking internacional con respecto a la renta per cápita. En ello influyen numerosos determinantes: desde la dotación de factores productivos y la acumulación de capital, pasando por los niveles de cualificación de la población activa y el grado de desarrollo tecnológico, hasta el tipo de políticas microeconómicas y macroeconómicas que se aplican en cada caso. Donde reinan problemas económicos y sociales graves, ya sea en un país industrial o en un país en desarrollo, por regla general las raíces no provienen de la globalización; se deben casi siempre a distorsiones y anquilosamientos estructurales causados por la política económica nacional. No se podrían subsanar restringiendo la competencia global. La globalización, en cambio, puede tener efectos positivos porque obliga a una mayor racionalidad a la hora de hacer política económica a nivel nacional e internacional. Siguiendo el legado de Adam Smith, se puede decir que, en una economía mundial que ha de generar el bienestar para todos, cuanto más división internacional del trabajo en condiciones de competencia y un libre acceso a los mercados haya y pueda propagarse, tanto mejor. Juergen B. Donges,  Las críticas contra la globalización económica, a examen, Madrid, Unión Editorial, S.A. 2004, pp. 75-76
[9]   Los tópicos extendidos durante décadas a nivel mundial, convergen hacia la simpleza de una interpretación de Malthus según la cual los alimentos crecerían en progresión aritmética mientras que la población, en situación económica desahogada, crecería siguiendo una progresión geométrica. Esta mentalidad malthusiana pesimista ha sido rebatida por la dinámica testaruda de los hechos:
1) El progreso tecnológico, los cultivos intensivos en capital, los descubrimientos biológicos y genéticos, la potenciación de los recursos marinos, y otros sucesivos, continuos y múltiples avances en todas las ramas científicas, han  hecho posible que los “alimentos” hayan podido crecer de forma exponencial. La falta de alimentos hoy es más problema del correcto funcionamiento del sistema económico mundial que de la falta de recursos naturales y técnicos.
2) La población en las sociedades más desarrolladas no ha crecido en progresión geométrica sino que se da el caso contrario: a mayor nivel de vida menor número de hijos.  Otros factores extraeconómicos, fundamentalmente de carácter  cultural, influyen mucho más decisivamente sobre las tasas de natalidad. Sigo pensando, con convicción intelectual y con datos que avalan esta postura que la Naturaleza es generosa si sabemos dominarla y trabajarla respetando sus reglas.
José Juan Franch, Economía a vuelapluma, Ediciones Eilea, Madrid, 1995, p 41.
[10]  La Teoría de la Población explicada por Hayek en su último libro La fatal arrogancia daba, efectivamente, un giro de 180 grados a la Teoría de la Población de Malthus a la que tantas veces se recurre en estas últimas décadas. Malthus tiene aportaciones muy interesantes pero ese matusalén de la teoría de la Población según el cual los alimentos crecerían en progresión aritmética mientras que la población, en situación económica desahogada, lo haría en progresión geométrica, se ha revelado como una gran tontería pesimista.
Hayek sin embargo observa que se han podido subvenir las necesidades de poblaciones cada vez más numerosas y observa que la Naturaleza es generosa si sabemos dominarla y trabajarla respetando sus reglas. Nuestras dificultades provienen de nuestra ignorancia y de fallos en la organización humana. Explica que el aumento demográfico favorece una más elaborada diferenciación y especialización dando lugar a una ulterior potenciación económica debido a la natural tendencia de las gentes a aprender y practicar esas nuevas habilidades. Esas sociedades pueden aprovechar recursos económicos humanos antes inexistentes y elevar así notablemente la productividad del sistema. La simple pacífica convivencia propicia por sí sola una mejor utilización de los recursos disponibles de una mayor y más dinámica población. El aumento de la población aumenta las necesidades objetivas de bienes y sobre todo servicios. Crece consecuentemente su demanda y eso supone un incentivo a tratar de satisfacerlas. Toda demanda es en definitiva demanda de trabajo y el trabajo se orienta y estimula mejor si sus frutos van destinados a promocionar física e intelectualmente a quienes conocemos y vemos crecer. Cfr. José Juan Franch. La fuerza económica de la libertad. Madrid Unión Editorial, 1998, Último Capítulo: Población y ecología humana. pp. 329-348 
[11]   Adam Smith, considerado por muchos como el padre  de la ciencia económica, también  estima -en consonancia en esto con Hayek- que el fenómeno fundamental de la economía es la división del trabajo. El hombre tiende a la especialización, ya que entonces su trabajo se hace más productivo, como demuestra el conocido ejemplo de los alfileres. Ahora bien, la división progresiva del trabajo está ligada al aumento de población. Al haber más trabajadores las tareas pueden dividirse más y más, con lo cual la prosperidad general aumenta. Adam Smith favorece el crecimiento de la población, en la cual no ve un obstáculo, sino mas bien una condición sine qua non para el desarrollo económico general. Si no aumentan las manos disponibles, el proceso de división del trabajo se estancaría.
Las dificultades para el desarrollo de muchos países no han de buscarse únicamente en el aumento del número de sus habitantes al estilo del pesimista Malthus. Muchos de dichos países poseen recursos naturales considerables, capaces con frecuencia de sostener poblaciones más numerosas que las actuales. Lamentablemente, este potencial se halla hoy sub-explotado o mal explotado en muchas ocasiones. Y más en general, la tierra posee elementos que han resultado ser a lo largo de la historia y gracias a la creatividad del hombre, recursos decisivos para el progreso de la humanidad.
El bajo nivel de vida y las carencias alimenticias de los países en vías de desarrollo,  pueden ser fruto de malas gestiones tanto políticas como económicas combinadas frecuentemente con la corrupción. A ello se han de añadir presupuestos militares exagerados, en pleno contraste con el bajo importe de los presupuestos dedicados a la educación; guerras -a veces por la intromisión de otras naciones-o conflictos fratricidas; desigualdades clamorosas en el reparto de las ganancias; concentración de medios de producción en provecho de una casta de privilegiados; discriminación de las minorías; paralizadora carga de la deuda exterior acompañada de éxodo de capitales; peso de ciertas prácticas culturales negativas; desigual acceso a la propiedad; burocracias que bloquean la iniciativa y la innovación; etc. En realidad, si bien hay condiciones objetivas que explican el subdesarrollo en ciertas regiones del planeta, no existe fatalidad ante el no-desarrollo, porque todas estas causas pueden vencerse, si se aplican las medidas oportunas, aunque ello siga siendo difícil. Cfr. Jose Juan Franch, La fuerza económica de la libertad. Madrid, Unión Editorial, 1998. Último capítulo: Población y ecología humana, pp. 329-348 
[12]   El hombre goza del privilegio único de poder empujar por sí mismo el techo de crecimiento de su especie. La resistencia del medio puede ser vencida por la inteligencia y creatividad humanas. La cantidad de subsistencias y demás bienes a disposición de la especie humana no es un dato fijo ni extrapolable de la naturaleza, sino que puede aumentar con el trabajo, con el bien hacer en todos los campos de la actividad humana. Nuestro trabajo puede saltar a niveles superiores de eficiencia y productividad. Cuando la especie humana llegue a su techo puede, con su inteligencia y su reflexión, ir empujando ese techo mediante la división progresiva del trabajo y el conocimiento creciente de las fuerzas de la naturaleza. . Cfr. Jose Juan Franch, La fuerza económica de la libertad. Madrid, Unión Editorial, 1998. Último capítulo: Población y ecología humana, pp. 329-348 
[13] Hayek, Hayek sobre Hayek. Un diálogo autobiográfico, V. I, Obras Completas, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1997, p. 236.
[14]   Hayek, Obras Completas, V. IV,  p. 163.
[15]   Mises, L. Von. La acción humana, Tratado de Economía, V. IV obras completas, Trad. Joaquín Reig Albiol,, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1980. (Ver pp. 191-196, 5ª edición española de La acción Humana)
[16]  Hayek, Obras completas.  Hayek sobre  Mises, p. 164.
[17]   Balmes, Op. Cit.,  p. 24.
[18]   Ludwing Von Mises. Sobre Liberalismo y Capitalismo, Nueva Biblioteca de la Libertad, 10, Madrid, Unión Editorial, S.A., Madrid, 1995,  p. 41.
[19]   Tomás de Mercado, Op. Cit.,  [ 93], p.130
[20]   Ludwing Von Mises, Sobre Liberalismo y Capitalismo, Nueva Biblioteca de la Libertad, 10, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1995,  p. 84.

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