Besos varoniles, de los que salen de lo hondo del corazón y explotan chispeantes, suaves y alegres -en armonía luminosa de color- en toda tu piel joven de mujer, especialmente en tus labios dulces y en tus ojos cariñosos que -como sabes- son siempre el espejo de tu alma radiante.

En el parking, casi solitario, de aquel pequeño supermercado, donde se contempla El Abajón, renové esta tarea amable de escribir pensando, sabiendo que bien puede dar sentido a una vida que se escapa tantas veces en minucias urgentes e inútiles.

Desde el altillo del hogar me conecto a internet y se abren mares y horizontes nuevos: museos, paisajes, bibliotecas, música, diversión, conversaciones, conocimientos, mil y un colores, mil y una idea, … De repente se sitúa al lado mi hijo mandón de seis años queriendo jugar con su padre a las chapas. Y aquél universo de luz, música y ciencia simula quedar olvidado porque reaparece de nuevo encarnado en aquel juego de chapas familiar.