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Besos varoniles, de los que salen de lo hondo del corazón y explotan chispeantes, suaves y alegres -en armonía luminosa de color- en toda tu piel joven de mujer, especialmente en tus labios dulces y en tus ojos cariñosos que -como sabes- son siempre el espejo de tu alma radiante.
Con el fondo de hormigón armado y las paredes recias de ladrillo, una pareja de gorriones acompasa su vuelo a tirones primaverales atraídos y distraídos por su instinto sexual reproductor.
Sólo se vive una vez:
¡qué misteriosa responsabilidad!
En el parking, casi solitario, de aquel pequeño supermercado, donde se contempla El Abajón, renové esta tarea amable de escribir pensando, sabiendo que bien puede dar sentido a una vida que se escapa tantas veces en minucias urgentes e inútiles.
Partida de mus en La Zenia alicantina que, recordando al padre, descubre en la picardía ingenua la valía y madurez del hijo quinceañero.
¡Cuánta equivocación se esconde detrás de la búsqueda rígida y lineal, dogmática y aparentemente heroica, de nuestros propósitos monotemáticos sin cintura flexible!
Desde el altillo del hogar me conecto a internet y se abren mares y horizontes nuevos: museos, paisajes, bibliotecas, música, diversión, conversaciones, conocimientos, mil y un colores, mil y una idea, … De repente se sitúa al lado mi hijo mandón de seis años queriendo jugar con su padre a las chapas. Y aquél universo de luz, música y ciencia simula quedar olvidado porque reaparece de nuevo encarnado en aquel juego de chapas familiar.
Pregonero entre naranjales que sueña con la ilusión de cantar verdades y no ilusiones.