No sé si un terremoto cercano e inesperado asolará mi hogar cuidadosamente forjado día a día; desconozco si mis hijos encontrarán un camino abierto y pacífico entre la jungla de la vida futura; ignoro si cualquier día una ola tormentosa de codicia exasperada acabe provocando una siniestra pobreza en donde antes se nadaba en la abundancia; creo ser consciente de la vastedad de mi nada ignorante y, por eso, me concentro con serena fortaleza en pelar esta naranja jugosa y navideña para darla, contemplando la escena, a los ojos chispeantes del pequeño que, más ignorante aún pero más sabio, corretea alegre por el pasillo del hogar.

Es una simplificación decir que sólo se realiza una acción en cada instante. La realidad es mucho más compleja, completa y armónica. A la vez -inmersos en la dinámica del tiempo- realizamos multitud de acciones:  con los dedos, la boca, las manos, los pies, el pensamiento, el gesto, la mirada,… etc. Cada postura nuestra sugiere un algo a cada quien que nos contempla y a cada uno de los que -conociéndonos- no nos ve sino que nos imagina y piensa, o no, en nosotros. La ropa que nos viste, su color, su talle y su textura sugiere sin querer mundos distintos en este o aquél que nos observa con más o menos fijación. En cada instante, creyendo realizar una única acción, nuestro cuerpo y toda nuestra persona destella, sin querer y sin saber, un sin fin de visiones circunstanciales que son germen de otro sin fin de acciones en nosotros y en los demás.