LA CONSTRUCCIÓN DEL PARAÍSO: ESPAÑA Y LOS INDIOS  DE AMÉRICA – José Luis Orella

LA CONSTRUCCIÓN DEL PARAISO: ESPAÑA Y LOS INDIOS  DE AMÉRICA

Introducción

El descubrimiento de América es uno de los grandes acontecimientos de la historia universal y escribe a España como una de las naciones cuna de civilización. La monarquía española controlará extensos territorios, que en el siglo XVIII abarcarán desde Alaska hasta la Araucania. Sin contar la prolongación en el Pacífico, con posesiones insulares que llegaban hasta Filipinas.

Desde el descubrimiento, la magna obra cultural y evangélica desarrollada por España en América, en aquel entonces Filipinas y archipiélagos polinesios eran dependencias de Nueva España (México), la vinculó para muchos intelectuales con la civilizadora de Roma. La piedra clave de aquella construcción cultural fue el mestizaje de dos comunidades humanas, que de su fusión surgió la identidad propia de América, como el Barroco criollo plasmó magistralmente en su obra pictórica y arquitectónica. La unidad espiritual producida por la acción de la cultura, favoreció la formación de las nuevas identidades nacionales, enraizadas en sus respectivas geografías.

Una de las causas de ello fue, que a diferencia de los ingleses u holandeses, que injertaban comunidades raciales puras, exterminando o reduciendo a la esclavitud a la aborigen, la española patrocinaba una emigración escasa y de buena calidad; cada emigrante tenía que hacer una información previa en la Casa de Contratación de Sevilla. La administración española quería crear una sociedad hispana que fuera imagen y prolongación, mejorada de la peninsular. Al ser principalmente masculina, el mestizaje se produjo de inmediato con los pueblos americanos. Los testimonios de cronistas, como el inca Garcilaso, muestran la fusión de sangres de una generación de americanos que se sentían por igual, descendientes de los conquistadores y de los vencidos. La América española que nacía, se desarrollaba con su propia personalidad, y el barroco criollo pondrá imagen a esa personalidad propia, distinta de la España europea, pero también de las civilizaciones precolombinas. Este desarrollo vital, libre y propio de la personalidad americana se verá roto, como demuestra el chileno José Joaquín Huidobro, a partir del movimiento emancipador. La independencia consolidará unas naciones nuevas, republicanas, liberales y laicas, pero que quieren asemejarse a las europeas. Al abandonar el catolicismo como esencia de sus nuevos estados, lo indio será considerado como algo vergonzante, y se marginará, cuando no se harán campañas contra ellos, como sucedió en los EEUU, que les llevó a la reclusión en reservas. El incentivo de inmigración europea debía rellenar los huecos y mostrar una imagen de aquella “nueva Europa” que renunciaba a sus orígenes católicos y españoles, pero que se vería reivindicada por los intelectuales americanos de la primera mitad del siglo XX.

Sin embargo, la sociedad española del siglo XVI, que descubrió el nuevo continente era intensamente católica, después de siete siglos de dura reconquista, que en los albores del descubrimiento había culminado con la rendición de Granada. España no era todavía una unidad política, solo personal, aunque existiese un sentimiento de comunidad histórica que había tenido sus reflejos en hechos como las Navas de Tolosa en 1212. Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, escribió en aquella ocasión: “Castilla, Portugal, Navarra y Aragón son independientes, pero partes de un ente superior que es algo más que la geografía o que el eco histórico de lejanas latinidades: una comunidad de sentimientos, de intereses y de cultura”. Los Reyes Católicos fueron los monarcas que reformaron Castilla y Aragón, respetando sus usos y costumbres, pero aunando sus intereses en el Mediterráneo y en el Atlántico.

La sociedad que emergía bajo el mando de los Reyes Católicos subrayaba como nexo de unión su catolicidad. Será esa conciencia cristiana de su momento, la que ante las nuevas circunstancias, plantease el derecho que tenía España a posesionarse de los nuevos territorios, aunque tuviese uno de sus objetivos la evangelización de las personas encontradas allí[1].

Fray Antonio de Montesinos en su sermón de Navidad de 1511 en Santo Domingo, denunciaba la explotación del indio, la guerra de conquista y el sistema de encomiendas como contrarios al cristianismo. Cuyos ecos llegaron a España y en las juntas de Burgos y de Valladolid de 1512 y 1513 respectivamente, elaboraron algunas leyes defensoras del indio y el requerimiento en el que, se justificaban los derechos de soberanía, solicitándose a los indígenas el sometimiento pacífico. Antes de hacer la guerra a los indios, se les debía leer el requerimiento, que les ofrecía la conversión al cristianismo, en caos de negativa agresiva, podía iniciarse la conquista. Consciente del requerimiento Carlos I en 1526, exigió que cada expedición fuese acompañada de dos eclesiásticos y que únicamente se hiciese la guerra a los indígenas cuando ambos se hubiesen agotado todos los medios.

Esta nueva medida será la que aplique el guipuzcoano Miguel López de Legazpi en el archipiélago de las Filipinas. Finalmente, en 1573, la Corona prohibía las guerras como sistema de anexión de territorios, admitiéndose sólo la licitud de la guerra defensiva. De lo que no cabe duda, es que la labor expansiva iba paralela a la evangelizadora, al ser esta última motor de la primera, y en algunos caos incluso la superó, llegando a destinos donde la monarquía nunca llegaría[1].

[1] Véase Borges Morán, P. (Dir.) Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas, Madrid 1992, vol. I, pp. 509–524 y 655–659.
[1] Hanke, L. La lucha por la justicia en la conquista de América, Madrid 1967.