De la empresarialidad como tensión innovadora que  descubre cómo prestar un mejor servicio.

JUSTICIA Y ECONOMÍA

CAPÍTULO  III

LA FUERZA ESTIMULANTE Y CREATIVA DE LA    PROPIEDAD PLURAL CLARIFICADA.  EL ORIGEN.

Apartado 5

De la empresarialidad como tensión innovadora que  descubre cómo prestar un mejor servicio.

También es muy llamativo y aciertan en el mismo sentido que lo hará Hayek y Kirzner, por ejemplo, cuando consideran más valioso para el éxito empresarial (también para el personal y colectivo) la tensión atenta interior (la cual acaba dando lugar al ingenio y la creatividad) que la mera posesión o existencia de recursos materiales ingentes. Así en un texto altamente significativo relata Tomás de Mercado esa creatividad y destreza en los negocios que cada vez más es hoy lo más importante. Para ellos el  ingenio era lo más sustancial:

 Al revés hallo yo entre todos los varones sabios, así filósofos, como teólogos, que no atribuyen la ganancia, e interés al dinero, con que se trata, sino al ingenio, e industria, con que se negocia. Y aun la experiencia lo enseña, que unos interesan mucho, y enriquecen con poco caudal, otros aun con mucho pierden, y empobrecen.

 Kirzner centrará gran pare de sus principales trabajos en ese ingenio y creatividad del empresario, elaborando una teoría completa y alternativa de los mercados en sintonía tambén con muchos aspectos de Hayek y de la Escuela Austriaca a la que también pertenece:

Una vez que se entiende plenamente el proceso capitalista, sostengo, cabe apreciar desde una perspectiva moral diferente tanto sus asignaciones de ingresos como las raíces mismas de su sistema de propiedad privada. He insistido en que esta nueva perspectiva nace de una adecuada apreciación del elemento heurístico o de descubrimiento que impregna todo el proceso capitalista. Esta perspectiva heurística no tiene por qué destituir las defensas que ya existen de la justicia del capitalismo, ni restarles valor; si bien, en la medida en que las sociedades capitalistas se hacen más opulentas y “abiertas”, y ofrecen mayor libertad de oportunidades, tales defensas se encontrarán con que el apoyo que puede proporcionarles la perspectiva heurística será cada vez más significativo.[1]

 Los continuos intentos de acrecentar la propia riqueza estimulan la mejor aplicación del trabajo humano a las realidades materiales y la búsqueda de un mejor servicio a los demás propietarios de riqueza. La capacidad inventiva en toda su gama de aplicaciones, desde la meramente técnica y manual hasta la intelectual, organizativa y reflexiva, se incentiva por esa competencia humana y dinámica que permite que otros -por la comunicación y la transmisión de información- se acaben aprovechando también de esas innovaciones y vayan reduciendo los beneficios de los primeros innovadores. Esa  continua tensión de mejora que escudriña lo propio para conocerlo más certeramente y hacerlo más útil a los demás -y de rebote a nosotros mismos- hace que aparezcan continuamente –y muchas veces de forma inesperada y sorpresiva- nuevos estímulos innovadores para la aventura de mejora personal, empresarial y social.

Es esto lo que ha conducido a los economistas (y, por consiguiente, a los filósofos que se ocupan de la justicia económica) a tratar el proceso económico como si de un proceso sin sorpresas se tratara. Es decir, como si la función empresarial consistiera no tanto en decidir qué imagen del futuro habrá de ser considerada como la más relevante a efectos de planificación económica, cuanto en seleccionar matemáticamente el mejor curso de acción a partir de programas alternativos de adopción de decisiones que estuvieran ya dados de antemano y fueran perfectamente percibidos como tales. Rotunda y explícitamente me he opuesto a una visión tan exclusivista y estrecha de cómo opera el proceso de adopción de decisiones en el capitalismo. Es una visión que desapruebo tanto en su versión de teoría positiva, por hacer peligrosa abstracción de algunos nexos causales especialmente importantes en el proceso económico, como en su versión de teoría moral, por impedirnos apreciar algunas intuiciones éticas particularmente relevantes.[2]

La lección que bien podemos sacar de nuestros filósofos escolásticos es que lo  sustancial y definitivo debe ser –y es- que habitualmente mejoremos personal y empresarialmente nuestra capacidad original de invención en toda la amplia gama de acepciones de la palabra innovación. Ello está muy alejado de las concepciones que intentan planificar y encorsetar los mercados, tratando de adaptarlos a equilibrios teóricos que acaban siendo utópicos y alejados de la dinámica empresarial y económica real.

 A medida que la opulencia de una economía crece durante periodos mayores de tiempo, por otra parte, y a medida que las oportunidades de innovación tecnológica son cada vez mayores, las incertidumbres innatas en el mismo carácter libre del mercado hacen de la perspectiva del equilibrio una imagen cada vez menos fiel de lo que es el proceso capitalista. A medida que una sociedad capitalista se desarrolla y se hace cada vez más intrincada y “abierta” parece cada vez mayor la necesidad de introducir en las teorías económica y moral del capitalismo las intuiciones asociadas a la teoría heurística de la creatividad empresarial.[3]

[1]  Israel M. Kirzner. Creatividad, Capitalismo y Justicia Distributiva. Madrid, Nueva Biblioteca de la Libertad, 12, Unión Editorial, S.A. 1995, p. 245.
 [2]   Israel M. Kirzner . Creatividad, Capitalismo y Justicia Distributiva. Madrid, Nueva Biblioteca de la Libertad ,12, Unión Editorial, S.A. 1995, p. 242.
[3]   Israel M. Kirzner. Ibid., p. 244.