Un paso decisivo fue ver el valor como lo que merece ser deseado. No es que el sujeto atribuya o dé valor a algo, sino que lo reconoce, lo percibe como tal y por eso lo estima. En la interpretación madura, el valor es algo plenamente objetivo: las cosas tienen valor, independientemente de que yo lo perciba y reconozca o no. Los valores son cualidades que tienen las cosas, que por ello son “bienes” (…)

Julián Marías, Tratado de lo mejor, Madrid, Alianza Editorial, 1995, p. 32.

Derecho, Legislación y Libertad.  

El orden político de una sociedad libre 

Teniendo en cuenta que las asambleas representativas que denominamos «legislaturas» se ocupan fundamentalmente de las tareas relativas a la función de gobierno, es evidente que tal realidad no sólo ha determinado fundamentalmente los aspectos internos de las mismas, sino que también ha llegado a afectar decisivamente hasta la propia estructura mental de quienes las integran. Hoy en día se afirma que el principio de la separación de poderes está sufriendo menoscabo a manos de la creciente asunción de los poderes legislativos por parte de la Administración pública. Lo cierto es que este principio fue abandonado hace tiempo en la medida en que los organismos denominados «legislaturas» fueron paulatinamente recabando para sí las funciones de gobierno (o, para hablar con más  precisión, a medida que la responsabilidad legislativa fue poco a poco entregada a  instituciones ya existentes cuya ocupación fundamental giraba en torno al control de las cuestiones de gobierno). La separación de poderes apunta a asegurar que todo coactivo acto del gobierno se halle siempre respaldado por alguna norma de justicia, a su vez refrendada por alguna institución que ninguna concomitancia tenga con los específicos fines cuyo logro circunstancialmente pretenda el gobierno. Si, en la actualidad, las gentes prefieren denominar también «ley» a aquellas decisiones que, adoptadas por la Cámara de Representantes, afectan únicamente a cuestiones de gobierno, conviene no olvidar que en modo alguno cabe equiparar tal tipo de «legislación» con aquella otra cuya existencia presupone el ideal de la división de poderes. Ceder a tal pretensión significaría meramente otorgar a la asamblea ciertos poderes ejecutivos, sin al propio tiempo imponerle la obligación de someterse a norma alguna de tipo general que ella misma sea incapaz de alterar.

Friedrich A. Hayek. Derecho, Legislación y Libertad. El orden político de una sociedad libre, V.III, Madrid, Unión Editorial, 1982.  pp. 56-59.

ANTONIO MACHADO

AL MAESTRO RUBÉN DARÍO

Este noble poeta, que ha escuchado 
los ecos de la tarde y los violines 
del otoño en Verlaine, y que ha cortado 
las rosas de Ronsard en los jardines 
de Francia, hoy, peregrino 
de un Ultramar de Sol, nos trae el oro 
de su verbo divino. 
¡Salterios del loor vibran en coro! 
La nave bien guarnida, 
con fuerte casco y acerada proa, 
de viento y luz la blanca vela henchida 
surca, pronta a arribar, la mar sonora. 
Y yo le grito: ¡Salve! a la bandera 
flamígera que tiene 
esta hermosa galera, 
que de una nueva España a España viene.

 

El movimiento modernista se funda como su antecedente francés en el símbolo. La imaginación adopta un papel fundamental, mientras que las derivaciones del racionalismo y la fenomenología parecen ofrecer a principios de siglo un mundo indefinible, pero también un mundo por desvelar y descubrir a tono con las teorías idealistas que será descubierto por la mano del artista. Pero un mundo  oculto tras el alma de las cosas que buscaba Dario (o la magia cotidiana de Breton) un alma de las cosas que de la analogía le lleva al encuentro con el Enigma, metaforizado a su vez en la figura de la Esfinge.  

 El enigma es también la búsqueda de la armonía, el encuentro de los elementos analógicos del mundo que les lleve a la unidad y, por tanto, al símbolo. Pero también un mundo en el que las correspondencias hacen que un elemento se disuelva en los contenidos de otro y lleguen a la formulación de tres elementos retóricos esenciales: el símbolo, la metáfora y finalmente la imagen, es decir la búsqueda de la plasticidad y del reconocimiento de un mundo nuevo que será llevado a cabo finalmente por la nueva narrativa. 

Rocío Oviedo y Pérez de Tudela, “Creatividad y metáfora: el ejemplo del castellano y la literatura hispanoamericana” , 2º Congreso de la Asociación coreana de hispanistas, Alcalá de Henares, 27 a 29 de junio de 2002

La soberanía del individuo

La libertad del productor nos lleva naturalmente a la condición del empresario, esa actividad, esa percepción que consiste en descubrir cómo satisfacer deseos ignorados de los consumidores. El empresario es aquel (siendo siempre, a fin de cuentas, un individuo) que adivina una necesidad generalmente desconocida –y por consiguiente insatisfecha- y que, a partir de esa idea o intuición personal y minoritaria, reúne los recursos necesarios para poner en marcha un método nuevo para satisfacerla. El empresario es un revolucionario tranquilo: revolucionario porque asume riesgos para satisfacer una necesidad que las empresas establecidas ignoran, y tranquilo porque interviene pacíficamente  en el mercado  porque su proyecto se deriva de su intuición profunda de la sociedad en la que vive. El empresario es un anarquista del establishment.

Lemieux Pierre, La soberanía del individuo, (Madrid: Unión Editorial, 2000, 2ª Edición), p. 69

La riqueza del hombre occidental constituye un fenómeno único y nuevo. A través de los últimos siglos se ha liberado de los grilletes de un mundo dominado por la mayor pobreza y hambres periódicas y ha alcanzado una calidad de vida a la que sólo es posible acceder mediante una relativa abundancia. El presente trabajo explica este logro histórico único: el desarrollo del mundo occidental.

 Nuestra argumentación esencial es muy simple. La clave del crecimiento reside en una organización económica eficaz; la razón del desarrollo de Occidente radica, por tanto, en la construcción de una organización económica eficaz en Europa occidental.

 Una organización eficaz implica el establecimiento de un marco institucional y de una estructura de la propiedad capaces de canalizar los esfuerzos económicos individuales hacia actividades que supongan una aproximación de la tasa privada de beneficios respecto a la tasa social de beneficios.

Douglas C.North, Robert Paul Thomas, El nacimiento del mundo occidental. Una nueva historia económica (900-1700), Madrid, Siglo XXI de España Editores, S.A. 1973. p. 5