Sentado en el jardín colegial a la espera de aquella niña morena ya casi mujer, hija mía, recompongo mi espíritu alborotado y triste, tontamente triste, que palpa, una vez más, la evidencia de su nada.
Busco en la memoria y encuentro entre vaguedades: el perro rabioso que la cadena frenó, el jazmín en aquella escena del dolor a la muerte de mi padre, y aquel baile en amarillo en la isla de nuestra luna de miel.
Pon amor donde no hay amor y encontrarás amor.
Pon amor de Dios donde no hay amor y encontrarás amor y mucho más amor de Dios.
Un par de niños amigos corrían y saltaban alrededor de la fogata recién encendida soñando mil aventuras fantásticas y representando otros tantos episodios de conquistas infantiles.
Aquellos días de mayo, recostado en la hierba, aprendí de nuevo aquella lección inolvidable e inexpresable que nos dice cómo el amor está ligado a la verdad, y que las intuiciones y reflexiones intelectuales, si son verdaderas, nunca aparecen en la frialdad ni en la agitación del alboroto nervioso.
Hojas estriadas y puntiagudas miran la dulzura del polen y sonríen pensando en el aburrimiento de lo fácil y comodón cuando le falta la pimienta de la espina dolorosa.
En aquellos días del mayo del 98 me lancé tumba abierta y cuesta abajo quemando las naves que , tentadoras, podían reclamar el retorno a la seguridad siempre aburrida y estéril.
La antesala de tu mirar es un manantial fresco de intenciones limpias que se desborda entre tus ojos cristalinos remansando en todo el universo contemplado.
Hasta en la más terrible y desesperada circunstancia, una pequeña luz de comprensión y esperanza acogedora se atisba en aquel fondo del abismo oscurecido por el horror.
El arco iris estético de la grandiosidad del mundo y del universo me atrae tanto como tú, y tanto como me pudiera embaucar la damisela más espléndida insinuándose en su ataviada juventud.