Un paso decisivo fue ver el valor como lo que merece ser deseado. No es que el sujeto atribuya o dé valor a algo, sino que lo reconoce, lo percibe como tal y por eso lo estima. En la interpretación madura, el valor es algo plenamente objetivo: las cosas tienen valor, independientemente de que yo lo perciba y reconozca o no. Los valores son cualidades que tienen las cosas, que por ello son “bienes” (…)

Julián Marías, Tratado de lo mejor, Madrid, Alianza Editorial, 1995, p. 32.

La visión del mercado personalizado en agentes identificables es un error: ninguna persona es el mercado. En las sociedades modernas, los mercados son redes complejas necesariamente impersonales, que fomentan y aprovechan la especialización, y consiguen así la cooperación eficiente de un número de personas que jamás habrían unido sus esfuerzos si ello hubiese requerido el conocimiento y la identificación individual de cada uno.

 A los socialistas (de todos los partidos, que diría Hayek) les repugna la idea de algo no controlado, y por eso gustan de fantasear con teorías conspirativas sobre unos malos que mandan. Es la gran excusa para intervenir, porque, después de todo, si los mercados están manejados por las multinacionales o por los especuladores, entonces será mejor que los controlen “democráticamente” las benéficas autoridades. 

Carlos Rodríguez Braun, A pesar del gobierno. 100 críticas al intervencionismo con nombres y apellidos, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1999, pp.  222-223

«Se puede planear por anticipación cuando el plan se dirige hacia determinado fin (como la ganancia), pero no se puede planear con anticipación cuando no se sabe la finalidad perseguida». 

Hicks, Valor y Capital, FCE, México 1974, p. 275.

Si cuanto existe en el universo (hidrógeno, oxígeno, piedras o gatos) es susceptible de ser identificado, clasificado, y su naturaleza examinada, entonces también lo puede ser el hombre. Los seres humanos también han de tener una naturaleza específica con propiedades investigables y de las que obtener conocimiento. Los seres humanos son seres únicos en el universo en el sentido de que pueden estudiarse a sí mismos[1], además del mundo que les rodea, y de hecho lo hacen, en el intento de hacerse una idea de qué objetivos deben buscar y qué medios pueden emplear para alcanzarlos[2]. 

[1] Recordar es saber, cuando brota del tiempo interior, cuando emerge de la autarquía y de la mismidad. El tiempo de la anamnesia, de la reminiscencia, se despierta desde la reflexión, o sea, desde la lectura de sí mismo. Entonces se descubren significaciones, intenciones, contextos. Emilio Lledó, La memoria del Logos (Madrid: Taurus, 1996), p. 257
[2] Rothbard, Murray N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 33.

“En general, la mecánica cuántica no predice un único resultado de cada observación. En su lugar, predice un cierto número de resultados posibles y nos da las probabilidades de cada uno de ellos. Es decir, si se realizara la misma medida sobre un gran número de sistemas similares, con las mismas condiciones de partida en cada uno de ellos, se encontraría que el resultado de la medida sería A un cierto número de veces, B otro número diferente de veces, y así sucesivamente. Se podría predecir el número aproximado de veces que se obtendría el resultado A o el B, pero no se podría predecir el resultado específico de una medida concreta. Así pues, la mecánica cuántica introduce un elemento inevitable de incapacidad de predicción, una aleatoriedad en la ciencia.”

Stephen W. Hawking, Historia del Tiempo, Editorial Crítica, S.A., 1988. Pág.84

La moral es la organización estricta del tiempo humano respecto de una culminación. Dicha organización disminuye el gasto de tiempo. Decidirse por las alternativas positivas comporta una responsabilidad que pone en juego los principios directivos morales. Dichos principios se resumen en la fórmula siguiente: haz el bien, no te retrases.

Rubio de Urquía

Sin inteligencia no hay civilización ni, por consiguiente, progreso humano. “Falta el manantial del bien.” (…) Si la inteligencia está ordenada a la moralidad, es también punto de apoyo del bienestar. La abundancia de medios materiales está en relación directa con la organización imaginativa de la explotación de la naturaleza. (…) La inteligencia “con su inquietud característica… su actividad… su variedad, representa el movimiento indefinido” que necesita del peso específico de la moralidad para mantenerse en una actitud constructiva. Por ello, la extensión cultural hay que realizarla de acuerdo con los principios religiosos.”

Vicente Rodríguez Casado, Orígenes del Capitalismo y del Socialismo contemporáneo, Madrid,  Espasa –Calpe, S.A., 1981, pp.494 – 496.

Buceando en la riqueza multivariante encerrada en el ser de las cosas, el economista trata de entender mejor esa realidad buscando y descubriendo su valía para el hombre. Investiga, analiza, experimenta, corrige, vuelve a investigar sobre los distintos matices descubiertos en esa realidad interconexionada, rectificando anteriores afirmaciones. Todo ello lo realiza para observar un aspecto de esa realidad, el valor, distinta a la belleza, a la cantidad, al color, a la verdad…, aunque en todos los casos la fuente de conocimiento es la misma: el ser de las cosas. Hace comparaciones del valor de unas cosas con otras; descubre que unas valen más que otras; investiga por qué unas valen más hoy que ayer y otras valen menos. Si la realidad material tiene diversos grados de ser, así las distintas realidades tienen diversos grados en su valor económico. De la plenitud, siempre inabarcable en su totalidad, del ser de las cosas se nutre la riqueza multicolor plena de matices y a la vez unificada y unificadora del valor económico.

La soberanía del individuo

La libertad del productor nos lleva naturalmente a la condición del empresario, esa actividad, esa percepción que consiste en descubrir cómo satisfacer deseos ignorados de los consumidores. El empresario es aquel (siendo siempre, a fin de cuentas, un individuo) que adivina una necesidad generalmente desconocida –y por consiguiente insatisfecha- y que, a partir de esa idea o intuición personal y minoritaria, reúne los recursos necesarios para poner en marcha un método nuevo para satisfacerla. El empresario es un revolucionario tranquilo: revolucionario porque asume riesgos para satisfacer una necesidad que las empresas establecidas ignoran, y tranquilo porque interviene pacíficamente  en el mercado  porque su proyecto se deriva de su intuición profunda de la sociedad en la que vive. El empresario es un anarquista del establishment.

Lemieux Pierre, La soberanía del individuo, (Madrid: Unión Editorial, 2000, 2ª Edición), p. 69