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Somos todos, en nuestra aparente pequeñez, héroes épicos, libertadores de patrias, príncipes de abolengo o descubridores de nuevas rutas y de nuevos mundos.
En el aparente descanso tras el no menos aparente trabajo, la mente recorre el acontecer coyuntural en alta mar de la tormenta financiera especulativa, y recuerda que lo más importante son las corrientes submarinas, el movimiento lento y testarudo de las aguas profundas: la intrahistoria económica.
Ese césped y esos matorrales, aquel sauce, el ciprés y las palmeras se enraízan con vigor en la tierra originalmente trabajada por azada de mujer rebelde nunca dominada.
Imagino el futuro, quizás no tan lejano, y lo veo pacífico y luchador avanzando sin parar al ritmo armonioso, ecológico, de la vida.
Ser anacoreta en pleno trasiego de nuestro mundo hiperactivo y estridente; en medio, por ejemplo, de un partido de fútbol de alto riesgo con cien mil espectadores.
Es una simplificación decir que sólo se realiza una acción en cada instante. La realidad es mucho más compleja, completa y armónica. A la vez -inmersos en la dinámica del tiempo- realizamos multitud de acciones: con los dedos, la boca, las manos, los pies, el pensamiento, el gesto, la mirada,… etc. Cada postura nuestra sugiere un algo a cada quien que nos contempla y a cada uno de los que -conociéndonos- no nos ve sino que nos imagina y piensa, o no, en nosotros. La ropa que nos viste, su color, su talle y su textura sugiere sin querer mundos distintos en este o aquél que nos observa con más o menos fijación. En cada instante, creyendo realizar una única acción, nuestro cuerpo y toda nuestra persona destella, sin querer y sin saber, un sin fin de visiones circunstanciales que son germen de otro sin fin de acciones en nosotros y en los demás.
Centrados y concentrados en nuestra tarea única y distinta vivimos una sola vez y cada uno somos todo siendo nada: un nombre que se va llenando de contenido y de amor con el paso del tiempo renovado.
Oscurece la tarde otoñal entre juegos infantiles que saltan y discuten con inocencia mientras, sereno y pensativo, espero la llegada de aquella en quien tengo puestas tantas esperanzas nuevas.