Sentirse embarcado en el laberinto inconcebible de la vida, donde un suspiro permite atisbar y esperar una salida triunfal en aquel mar de recovecos dubitativos.
¡Cuánta equivocación se esconde detrás de la búsqueda rígida y lineal, dogmática y aparentemente heroica, de nuestros propósitos monotemáticos sin cintura flexible!
Desde el altillo del hogar me conecto a internet y se abren mares y horizontes nuevos: museos, paisajes, bibliotecas, música, diversión, conversaciones, conocimientos, mil y un colores, mil y una idea, … De repente se sitúa al lado mi hijo mandón de seis años queriendo jugar con su padre a las chapas. Y aquél universo de luz, música y ciencia simula quedar olvidado porque reaparece de nuevo encarnado en aquel juego de chapas familiar.
Pregonero entre naranjales que sueña con la ilusión de cantar verdades y no ilusiones.
Somos todos, en nuestra aparente pequeñez, héroes épicos, libertadores de patrias, príncipes de abolengo o descubridores de nuevas rutas y de nuevos mundos.
En el aparente descanso tras el no menos aparente trabajo, la mente recorre el acontecer coyuntural en alta mar de la tormenta financiera especulativa, y recuerda que lo más importante son las corrientes submarinas, el movimiento lento y testarudo de las aguas profundas: la intrahistoria económica.
¡Qué interdependencia más misteriosa que hace posible la presencia de lo lejano en lo cercano, lo universal en lo local, lo de los demás en lo nuestro, lo tuyo en lo mío, el mundo en mi mundo, el universo en nuestro universo, lo general en lo particular, lo grande en lo pequeño: estar allí estando aquí!
Ese césped y esos matorrales, aquel sauce, el ciprés y las palmeras se enraízan con vigor en la tierra originalmente trabajada por azada de mujer rebelde nunca dominada.
Imagino el futuro, quizás no tan lejano, y lo veo pacífico y luchador avanzando sin parar al ritmo armonioso, ecológico, de la vida.
No sé si un terremoto cercano e inesperado asolará mi hogar cuidadosamente forjado día a día; desconozco si mis hijos encontrarán un camino abierto y pacífico entre la jungla de la vida futura; ignoro si cualquier día una ola tormentosa de codicia exasperada acabe provocando una siniestra pobreza en donde antes se nadaba en la abundancia; creo ser consciente de la vastedad de mi nada ignorante y, por eso, me concentro con serena fortaleza en pelar esta naranja jugosa y navideña para darla, contemplando la escena, a los ojos chispeantes del pequeño que, más ignorante aún pero más sabio, corretea alegre por el pasillo del hogar.