Perdonad todo, también por no haber escrito estos días. He cogido una de esas gripes de no te menees que te dejan patidifuso y sin Dios.
A pesar de mi impotencia sistémica radical y convencido de Su paciencia misericordiosa infinita -no cabe otra-, en paz y por la paz familiar, vuelvo a incorporarme a la guerra poniendo el punto de mira en objetivos cada vez más nimios e intrascendentes.
Aquellas huellas fugaces en la arena mediterránea recuerdan la sencillez desnuda del instante pleno que se escapa entre las olas.
Empanada gráfica que, tras el esfuerzo de comprensión, deja un poso de escepticismo en quien creía entender los entresijos económicos.
Cabizbajo y soñoliento, pero sin perder el porte ni la seguridad del camino, el hombre se acerca al lugar abierto de su trabajo para reemprender la tarea servicial en aquella mañana primaveral.
Cuerpos lozanos que se abrazan creyendo sentir el paraíso entre su carne y en su piel.
El candor de tu fortaleza se manifiesta en la caricia recia que regalas en esos momentos terribles de la zozobra interior inesperada.
El avión ultramoderno de pasajeros se hace oír unos segundos desde su altura de mil pies, y, en la biblioteca de mi facultad, la atención se inquieta brevemente en los lectores para volver a retomar el hilo abstracto del pensamiento embriagador.