Sin inteligencia no hay civilización ni, por consiguiente, progreso humano. “Falta el manantial del bien.” (…) Si la inteligencia está ordenada a la moralidad, es también punto de apoyo del bienestar. La abundancia de medios materiales está en relación directa con la organización imaginativa de la explotación de la naturaleza. (…) La inteligencia “con su inquietud característica… su actividad… su variedad, representa el movimiento indefinido” que necesita del peso específico de la moralidad para mantenerse en una actitud constructiva. Por ello, la extensión cultural hay que realizarla de acuerdo con los principios religiosos.”

Vicente Rodríguez Casado, Orígenes del Capitalismo y del Socialismo contemporáneo, Madrid,  Espasa –Calpe, S.A., 1981, pp.494 – 496.

La soberanía del individuo

La libertad del productor nos lleva naturalmente a la condición del empresario, esa actividad, esa percepción que consiste en descubrir cómo satisfacer deseos ignorados de los consumidores. El empresario es aquel (siendo siempre, a fin de cuentas, un individuo) que adivina una necesidad generalmente desconocida –y por consiguiente insatisfecha- y que, a partir de esa idea o intuición personal y minoritaria, reúne los recursos necesarios para poner en marcha un método nuevo para satisfacerla. El empresario es un revolucionario tranquilo: revolucionario porque asume riesgos para satisfacer una necesidad que las empresas establecidas ignoran, y tranquilo porque interviene pacíficamente  en el mercado  porque su proyecto se deriva de su intuición profunda de la sociedad en la que vive. El empresario es un anarquista del establishment.

Lemieux Pierre, La soberanía del individuo, (Madrid: Unión Editorial, 2000, 2ª Edición), p. 69

A medida que se intensifican los procesos de intercambio y se perfeccionan los medios de comunicación y transporte, el aumento demográfico no puede sino resultar favorable a la evolución económica, ya que favorece una más acusada diversidad laboral y una aún más elaborada diferenciación y especialización, todo lo cual sitúa a la sociedad ante la posibilidad de aprovechar recursos económicos antes inexistentes y elevar así notablemente la productividad del sistema. La aparición de nuevas habilidades laborales, sean éstas de índole natural o adquirida, equivale, de hecho, al descubrimiento de nuevos recursos económicos, muchos de los cuales pueden gozar de carácter complementario en relación con otras líneas de producción, lo cual experimenta una ulterior potenciación debido a la natural tendencia de las gentes a aprender y practicar esas nuevas habilidades, puesto que ello les facilita el acceso a superiores niveles de vida. Cualquier zona más densamente poblada puede, por añadidura, recurrir a tecnologías que no hubieran sido aplicables de haber estado la región menos habitada.

Hayek, F.A., La fatal arrogancia (Madrid: Unión Editorial, 2.ª ed. en Obras Completas de F.A. Hayek, 1997), p. 345-346.