Hojas estriadas y puntiagudas miran la dulzura del polen y sonríen pensando en el aburrimiento de lo fácil y comodón cuando le falta la pimienta de la espina dolorosa.
En aquellos días del mayo del 98 me lancé tumba abierta y cuesta abajo quemando las naves que , tentadoras, podían reclamar el retorno a la seguridad siempre aburrida y estéril.
La antesala de tu mirar es un manantial fresco de intenciones limpias que se desborda entre tus ojos cristalinos remansando en todo el universo contemplado.
Hasta en la más terrible y desesperada circunstancia, una pequeña luz de comprensión y esperanza acogedora se atisba en aquel fondo del abismo oscurecido por el horror.
El arco iris estético de la grandiosidad del mundo y del universo me atrae tanto como tú, y tanto como me pudiera embaucar la damisela más espléndida insinuándose en su ataviada juventud.
El revoloteo del mirlo sorprende el paso pausado del paseante, y trastoca el hilo del pensamiento que necesita hilvanarse de nuevo tras la sorpresa.
El candor de tu fortaleza se manifiesta en la caricia recia que regalas en esos momentos terribles de la zozobra interior inesperada.
Aquella boda en Sevilla del viudo con nueve, y aquella otra de la mujer con seis hijos que se vuelve a casar con otro amigo viudo, me reafirma en el propósito firme de fidelidad eterna a Rocío, mi mujer.
Entre las hierbas mojadas del jardín se restriega el cuerpo mojado y loco de amor de aquel animal de animales queriendo abarcar en un abrazo conyugal el universo entero.
Esclavitud que libera en la obediencia libre de quien se siente atraído por el sueño guerrero de la paz.