El trabajo como causa activa del valor

El trabajo como causa activa del valor

Al analizar la causa material del valor económico veíamos que las realidades corpóreas cambian de forma, se transforman en una deter­minada dirección, sólo en virtud de un principio extrínseco a ellas que actúa sobre las mismas. De por sí son una causa pasiva. Es preciso que la materia sea conducida hacia la adquisición de una nueva forma determinada. No basta con la materia, es preciso el trabajo.

El estudio de las causas materiales del valor lleva naturalmente a la consideración de la causa eficiente. La causa eficiente, además, es prioritaria a la causa material, ya que ésta no podría ejercer su influjo causal sin el previo ejercicio de la causa eficiente. El trabajo humano es la causa activa, mientras que el factor productivo sobre el que actúa es la causa pasiva.

A pesar de la riqueza que encierra la Naturaleza, su pasividad aleatoria como causa material implica que la escasez haya que referir­la especialmente al trabajo, a la causa eficiente. Toda clase de pro­ducción requiere necesariamente la inversión en determinados y es­pecíficos trabajos, determinación y cualificación concreta que si no se posee hay que adquirirla. La escasez de los factores de producción no humanos que proporciona la naturaleza surge en razón de que no pueden utilizarse plenamente porque exigen necesariamente consu­mir determinados trabajos: «Las disponibilidades de trabajo determi­nan, por eso, la proporción en que cabe aprovechar, para la satisfac­ción de las humanas necesidades, el factor naturaleza, cualquiera que sea su forma o presentación.

»Si la oferta de trabajo aumenta, la producción aumenta también. El esfuerzo laboral siempre es valioso; nunca sobra, pues en ningún caso deja de ser útil para adicional mejoramiento de las condiciones de vida.» «El trabajo es el más escaso de todos los factores primarios de producción».[1]

Todo ello implica que el resto de factores, en virtud de la com­plementariedad innata al valor, sólo pueden emplearse en la cuantía que las existencias disponibles del más escaso de ellos autorizan. Este es el motivo, decepcionante, de que existan tierras, riqueza sub­marina, yacimientos, fábricas e instalaciones sin explotar, factores materiales desaprovechados. En nuestro mundo hay insuficiencia de potencia laboral, y en esa dirección se encuadra la tarea económica de incrementar el valor de la riqueza material.

La sustitución tecnológica de unos sistemas por otros más efi­cientes no hace que el trabajo no sea escaso mientras queden factores materiales desaprovechados, cuya utilización incrementaría su grado de humanidad. Tales progresos amplían la producción y son benefi­ciosos en cuanto que aumentan la cantidad y calidad de bienes dis­ponibles pero no ocasionan paro, porque la escasez del factor trabajo continúa vigente.

La teoría del trabajo clásica surge del contraste fundamental en­tre la tierra como factor pasivo, y además imposible de incrementar por el hombre, y el trabajo como factor activo y que además sí es factible incrementar. Dados los recursos naturales y la productividad del trabajo, la cantidad de la fuerza de trabajo era la variable funda­mental que había que conseguir expandir. En estos modelos el valor económico y social se incrementaba mediante la expansión de la acumulación de capital y la población.

El trabajo se puede definir como actividad humana que transfor­ma directa o indirectamente la realidad material, el cosmos en gene­ral, buscando un crecimiento en términos de acercamiento a los fines.

El hombre trabaja cuando, sirviéndose de su capacidad humana, aprovechando de modo deliberado su energía vital, conforma y hu­maniza la materia. Cuando, en vez de dejar espontáneamente mani­festarse las facultades físicas y nerviosas, las re conduce libre y voluntariamente hacia fines convenientes para sí o para los demás.

«Una actividad es humana –y en ello se diferencia de la activi­dad animal y del acontecer cósmico- cuando el sujeto se propone el fin y comprende el sentido de la acción, o sea, comprende el sentido del fin y de los medios». [2]

«Transformar el agua en salto, el salto en kilovatios y el kilovatio en luz; transformar una sociedad de campesinos que viven miserable­mente en una sociedad industrial en expansión, domesticar los mi­crorganismos y concertarlos en una pluralidad indefinida de estrategias terapéuticas o convertir los rincones del universo en fincas de recreo o en parques infantiles…»[3]  todo eso es humanizar el univer­so material, y para todo ello es necesaria la contribución del trabajo humano.

Las causas materiales, los recursos naturales, la tierra, el factor productivo originario, necesitan transformarse mejorando, para incre­mentar la relación real del valor. Este mejoramiento en términos de valor necesita para ser causado la intervención de un agente externo que desarrolle una fuerza activa sobre el producto pasivo para transformado  en  otro  producto mejorado  en  términos  de  valor.  Los dis­tintos  productos intermedios desde el original no producido hasta el final terminado requieren para su aparición la existencia del anterior o anteriores en la escala y a su vez un principio activo trascendente a ellos mismos, que nos conduzca de uno a otro y que les transmita, incorpore, valor: humanización.

Desde los bienes finales terminados hasta las materias primas, los usos potenciales se van ampliando y su significado se hace más general. Nos encontramos con menor clase de bienes diferenciales abarcando cada categoría más que la anterior. Cuanto más lejos nos encontremos de los bienes de consumo, más numerosos serán los bienes de primer orden que derivan de bienes similares de orden superior. El parentesco productivo de los bienes aumenta con su orden. Si llegamos a los elementos últimos nos encontramos con los recursos naturales.[4]

Todo este proceso se recorre en dirección opuesta a través del trabajo humano. La tierra, como causa material, va perdiendo su estado amorfo y potencial mediante el trabajo. Desde los bienes de orden superior hasta los finales de primer orden, el trabajo va vis­tiendo de características específicas, más humanizadoras, los bienes de orden posterior excluyendo otros posibles ropajes. Los bienes van recibiendo nuevas y mejores especializaciones y, a su vez, van perdiendo amplitud potencial en sus usos. Van adquiriendo cada vez cualidades más precisas. El trabajo, causa activa eficiente, incor­pora valor económico, acercamiento a los objetivos finales humanos, en los distintos bienes. Los elementos básicos de toda producción son la tierra y el trabajo. Todos los bienes se resuelven en tierra y trabajo. Todos son «paquetes» formados con alguna combinación de ambos. «Sobre esta base trató Malthus más tarde de demostrar que la condición fundamental de una transformación con éxito de los recursos productivos de la sociedad en bienestar económico depende de un cambio flexible, no tanto entre mercancías como entre la masa de mercancías por un lado y el trabajo humano por el otro» .[5]

La influencia fisiocrática que resaltaba la productividad de la tie­rra no dejó de actuar en los teóricos del valor trabajo, que siempre reconocieron su necesidad. El valor intrínseco de una cosa era la medida de la cantidad de tierra y de trabajo que entraban en su producción. Había que tener siempre en cuenta la fertilidad de la tierra y la calidad del trabajo. Defendían que ese valor intrínseco que fundamentalmente resaltaba los costes era el auténtico, pero también reconocían muchas veces que las mercancías no se vendían en el mercado de acuerdo con dicho valor. Más bien, los precios dependían en la mayoría de las ocasiones de los caprichos y hábitos en el consumo de los hombres. Aunque intuían las causas  finales  del valor,  tendían a  resaltar  las  causas originarias, especialmente la tierra y el trabajo. En su perspectiva, la primada otorgada al trabajo era lógica. Si excluían las causas finales humanas en su conceptuación del valor, la causa eficiente, la persona humana a través de su trabajo, tenía que ser superior a la causa material a la tierra. El factor más espiritual, el humano, era superior al puramente material.

Si la relación real de conveniencia proporcional al hombre en que consiste el valor la podemos denominar también humanización, esta humanización no podrá aumentar en una mercancía si un agente humano no se la transmite. No basta con la causa material; ninguna causa puede producir un efecto superior a sí misma. Si el efecto es la humanización, ninguna cosa inferior al hombre puede producir tal efecto. La actividad humana aplicada sobre la realidad material es necesaria para la producción del valor. «Nadie da lo que no tie­ne.»

La intervención de un agente humano exterior es imprescindible. El producto origen (causa material) y la forma, las características, del producto término, no pueden dar lugar por sí solas a la constitu­ción de un nuevo producto mejorado. Requieren una causa que los componga. Esa causa es el trabajo humano. La función del trabajo es la de conducir los productos hacia la adquisición de formas más asequibles al uso humano y al mejor uso humano. El trabajo es la causa eficiente del valor económico.

En el trabajo, nuestro cuerpo material sirve de instrumento entre nuestro espíritu y las realidades materiales exteriores a transformar. El cuerpo se convierte en instrumento y cuanto más mejoremos ese instrumento mayor capacidad tendremos de dominar y configurar la naturaleza que nos rodea, de convertir, también a ella, a través de nuestro cuerpo, en instrumento a nuestro servicio. La naturaleza se hará más cuerpo nuestro, se humanizará. La producción en términos de valor se consigue trabajando, aplicando nuestro saber y nuestros fines, nuestro espíritu, sobre la materia, a través de nuestro cuerpo. Producir, en definitiva, es impregnar de espíritu humano la materia. El trabajo no es un factor productivo más, no es una mercancía más; el espíritu humano que a través de esa actividad se transmite es la nota esencial del trabajo y que lo eleva muy por encima de los recur­sos materiales y de los instrumentos de capital.[6]

Ese trabajo requiere tiempo. De ahí la escasez del tiempo y que de hecho el concepto de coste de oportunidad se pueda definir como el coste de realizar en un mismo tiempo otra actividad alternativa. Este trabajo humano que es acción requiere usar ese recurso gratuito imprescindible. El tiempo tiene por tanto una referencia marcada­mente humana. Su escasez viene derivada de la escasez del trabajo que se constituye en el medio fundamental para la continua tarea de humanización de la materia. Sólo el hombre es capaz de realizado y ordenarlo. Ello se, realiza mediante la presencia del fin último del trabajo, la humanización, en todos los estadios de ese trabajo.

Para las teorías del valor trabajo lo importante para medir el valor no era esa humanización de la materia sino el esfuerzo al reali­zar esa tarea. Para todo tiempo y lugar, como indicaban Smith y después Ricardo y Marx, es caro lo que cuesta mucho trabajo y mucha fatiga, Y barato lo que requiere poca. Ese trabajo marcaba el valor intrínseco de las cosas y ese era su precio real. El dinero no era más que su precio nominal. Sin embargo, olvidaban la calidad del trabajo, su eficiencia en términos de utilidad al hombre. Olvidaban que el trabajo es causa eficiente, independientemente del esfuerzo, por su capacidad de educir utilidad humana de las cosas. El trabajo en términos de esfuerzo, si no consigue el fin pretendido, no sirve para nada, de hecho no es trabajo. Barrer las hojas del otoño en un camino empedrado en contra de un fuerte viento no sirve para nada por mucho ímpetu que se ponga en tal actividad. Incluso si los fines son negativos, el valor también será negativo y negativo el trabajo. Mejor sería no ejecutarlo.

Lo único que puede humanizar (fin de la economía) es el hom­bre. Nadie ni nada lo puede hacer por él. Y la tarea económica es ésa precisamente: humanizar el universo material, ponerlo al servicio del hombre.

Sólo lo puede hacer el hombre porque sólo él, con su racionali­dad, puede hacer presente los fines en su actuar de forma consciente. El trabajo es trabajo intelectual, además del componente físico, por­que requiere siempre tener en cuenta, incluso en los más mínimos detalles, el fin de las acciones productivas.

[1]  Mises. L., La acción humana, Unión Editorial, Madrid 1986, p. 216.
[2] Choza, «Sentido objetivo y subjetivo del trabajo», en Estudios sobre la «Laborem Exercens», BAC, Madrid 1987, p. 233.
[3] Choza, op. cit., p. 261.
[4] Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento económico, FCE, México 1978, p.30.
[5] Myint. Teorías de la economía del bienestar, Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1962, p. 72.
[6] Ver Alvira, «¿Qué significa trabajo?», en Estudios sobre la «Laborem Exercens», cit.