FUNCIÓN ECONÓMICA DE LAS FINANZAS

Los resquemores ignorantes y las fobias ideológicas hacia todo el mundo financiero se han exacerbado con motivo de los numerosos casos de corrupción en la llamada ingeniería financiera. Quizás sea bueno recordar, de nuevo ahora, la bondad básica de los sistemas financieros en los que, cada vez con mayor cercanía en nuestra civilización occidental, todos estamos inmersos. Ello no significa que las actuaciones concretas en el mundo financiero no sean muchas veces erróneas, perjudiciales y antiéticas. Eso es harina de otro costal, pero la función básicamente eficaz de lo financiero no puede quedar oscurecida por las pasiones irreflexivas y, por lo tanto, irracionales.

Un sistema financiero es un todo ordenado e interdependiente, compuesto por un conjunto de reglas, instituciones, mercados, agentes y operaciones cuya finalidad principal consiste en canalizar el ahorro desde las unidades económicas con superávit hacia las unidades que en ese preciso momento tienen déficit y requieren financiación para sus proyectos. El sistema financiero permite la conexión amplia, rápida y flexible de los excedentes de los prestamistas con las demandas de los prestatarios que, al tener proyectos de empleo de recursos por encima de sus posibilidades, están dispuestas a pagar una remuneración por su utilización. La perfección en el diseño y funcionamiento de un sistema financiero condiciona el volumen de ahorro de la comunidad, mejora la coordinación de las decisiones tomadas por ahorradores e inversores y mejora también la asignación de los fondos que facilitan los pagos e intercambios en el sistema económico.

Ampliados cada vez más los derechos de propiedad hacia valores inmateriales en nuestra sociedad del conocimiento, las interrelaciones entre la economía real y los sistemas financieros se han hecho más profundas y la actividad y comportamiento de una afecta sensiblemente a la conducta de los otros. Es imposible separar el «velo monetario» de las corrientes económicas reales y la superestructura financiera no puede despreciar las situaciones y los ciclos de la infraestructura real. La responsabilidad de los protagonistas de todo sistema financiero se acrecienta al observar los beneficios potenciales sobre la economía real, y sobre lo más importante de ese sector real que es el factor humano. En nuestra economía con altas cotas de globalización, y aminorados los resabios ideológicos, se es cada vez más consciente de que el capital es un recurso escaso y benefactor.

Evangelio según San Lucas – Capítulo 16

Evangelio según San Lucas Capítulo 16 1 Decía también a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. 2 Lo llamó y le dijo: «¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto». 3… Seguir leyendo Evangelio según San Lucas – Capítulo 16

Revolución, mundo moderno, cristianismo y libertad – Introducción

Revolución, mundo moderno, cristianismo y libertad Historia de un equívoco                                                                  Rafael Gómez Pérez Introducción           En su día tuvo un cierto eco mediático un libro del físico Stephen Hawking, The Gran Design en el que sostenía que la física moderna lleva necesariamente a la declaración de la no existencia de Dios. Incluso antes de… Seguir leyendo Revolución, mundo moderno, cristianismo y libertad – Introducción

Besos varoniles, de los que salen de lo hondo del corazón y explotan chispeantes, suaves y alegres -en armonía luminosa de color- en toda tu piel joven de mujer, especialmente en tus labios dulces y en tus ojos cariñosos que -como sabes- son siempre el espejo de tu alma radiante.

Aunque cada conjunto de circunstancias que caracterizan una situación económica concreta es radicalmente original e irrepetible, conviene de vez en cuando sobrevolar el análisis coyuntural que nos atenaza, para contemplar el presente de cara al futuro con la perspectiva histórica que da la experiencia pasada. Si la economía tiene, respecto a las ciencias de la naturaleza la desventaja de no poder realizar experimentos de laboratorio, tiene también la ventaja (por ser una ciencia humana) de poder aprovechar la introspección personal y ser así capaces de estudiar las constantes históricas del despliegue de las características básicas de esa naturaleza humana.

(…) sin duda no es salirse del ámbito de la realidad el ver en esos esfuerzos de superación un nuevo brote de aquel llamamiento que formó –con el “misterio” familiar y el culto de la ciudad- las normas de la Primera Edad: “el sentimiento de lo sagrado”.

 Se le creía abolido. Pero hay que confesarlo: el “progreso” no ha destruido a esta llamada suprema, como la química no ha destruido a lo sagrado (o lo secreto) de la MUERTE, ni la fisiología a lo sagrado del AMOR, ni la sociología al del HONOR, ni la técnica a lo sagrado del ARTE. No sólo lo material no ha ahogado a esta palpitación del más allá, sino que además la requiere, la espera, la exige, so pena de dejar reinar, en las delicias de la técnica, los horrores del tedio. Interrogad a los testigos y hasta las imágenes de los Estados Unidos, de Escandinavia, de Rusia… Se quiere hacer del hombre un animal superior. Se le fabrica una colmena perfecta. Y él bosteza…

 Os  homini sublime dedit, coelumque tueri

Jussit ad sidera tollere vultus.

De aquí esta curiosidad inquieta, este apetito por la cultura, esa necesidad de “terciario” (…)

De aquí también esa eflorescencia de místicas que pueden conducir a las peores aberraciones, pero también devolver a un mundo, aturdido de progreso, el sentido de sus fines.

La última lección de nuestro tiempo nos parece, pues, ser, en definitiva, que la economía no basta al hombre. Es la lección de los hechos. Es la promesa del porvenir. Y es también la lección que nos ha legado el más ilustre de los economistas contemporáneos:

 “Así –escribía Keynes en sus Ensayos de Persuasión- el autor de estos Ensayos, a pesar de todos sus “graznidos”, espera y cree todavía que no está lejos el día en que después de relegado el problema económico al segundo plano a que pertenece, el ámbito de nuestro corazón y de nuestro cerebro será ocupado o reocupado por los problemas verdaderos, problemas de vida y de las relaciones humanas, de la creación, de la moral y de la religión”

 J. M. Keynes, Ensayos de persuasión, trad. Franc. N.R.F., 1933, p. 7 citado por Andre Piettre, Las tres edades de la economía, Madrid, Editorial Rialp, S.A., 1962, pp. 372-373.

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¿Cómo puede la religión contribuir a preservar las costumbres benéficas? Aquellas costumbres cuyos beneficiosos efectos escapaban a la percepción de quienes las practicaban sólo pudieron conservarse durante el tiempo suficiente para demostrar su positiva labor selectiva en la medida en que pudieron contar con el respaldo de fuertes creencias en poderes sobrenaturales o mágicos que contribuyeron eficazmente a desarrollar esta función. Cuando el orden de la interacción humana se hizo más extenso, cercenando de este modo las exigencias de los instintos, dicho orden pudo mantenerse durante algún tiempo debido a su completa y continua dependencia de ciertas creencias religiosas, falsas razones que influyeron sobre los hombres para que éstos realizaran lo que exigía el mantenimiento de una estructura capaz de alimentar a una población más numerosa.

 Ahora bien, así como la creación del orden extenso no fue fruto de previa intencionalidad, así tampoco existe razón alguna para suponer que el apoyo derivado de la religión haya sido deliberadamente fomentado, o que haya existido a este respecto una especie de “conspiración”. Es ingenuo suponer –especialmente si tenemos presente cuanto hemos dicho sobre la imposibilidad de prever los efectos de nuestros esquemas morales- que unas élites ilustradas calcularan fríamente los efectos de los distintos sistemas morales, eligieran entre ellos el más adecuado y trataran de persuadir a las masas, recurriendo para ello a la “noble mentira” platónica, y, bajo los efectos de una especie de “opio del pueblo”, doblegarla a los calculados intereses de sus propias reglas.

 F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia. Los errores del Socialismo,  Obras Completas, vol. I., Madrid, Unión Editorial, S.A., 1990, p. 215.

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