L’importance du travail dans l’histoire de la pensée économique. – Importancia del trabajo en la historia del pensamiento económico

L’importance du travail dans l’histoire de la pensée économique. L’importance du travail comme cause efficiente de la valeur et du progrès économique a été évidente tout au long de l’histoire de la pensée économique. C’est pour cette raison que les théories de la valeur-travail ont toujours été très importantes : « A l’aube du mercantilisme, est apparu… Seguir leyendo L’importance du travail dans l’histoire de la pensée économique. – Importancia del trabajo en la historia del pensamiento económico

El trabajo como causa activa del valor

Al analizar la causa material del valor económico veíamos que las realidades corpóreas cambian de forma, se transforman en una deter­minada dirección, sólo en virtud de un principio extrínseco a ellas que actúa sobre las mismas. De por sí son una causa pasiva. Es preciso que la materia sea conducida hacia la adquisición de una nueva forma determinada. No basta con la materia, es preciso el trabajo.

El estudio de las causas materiales del valor lleva naturalmente a la consideración de la causa eficiente. La causa eficiente, además, es prioritaria a la causa material, ya que ésta no podría ejercer su influjo causal sin el previo ejercicio de la causa eficiente. El trabajo humano es la causa activa, mientras que el factor productivo sobre el que actúa es la causa pasiva.

A pesar de la riqueza que encierra la Naturaleza, su pasividad aleatoria como causa material implica que la escasez haya que referir­la especialmente al trabajo, a la causa eficiente. Toda clase de pro­ducción requiere necesariamente la inversión en determinados y es­pecíficos trabajos, determinación y cualificación concreta que si no se posee hay que adquirirla. La escasez de los factores de producción no humanos que proporciona la naturaleza surge en razón de que no pueden utilizarse plenamente porque exigen necesariamente consu­mir determinados trabajos: «Las disponibilidades de trabajo determi­nan, por eso, la proporción en que cabe aprovechar, para la satisfac­ción de las humanas necesidades, el factor naturaleza, cualquiera que sea su forma o presentación.

»Si la oferta de trabajo aumenta, la producción aumenta también. El esfuerzo laboral siempre es valioso; nunca sobra, pues en ningún caso deja de ser útil para adicional mejoramiento de las condiciones de vida.» «El trabajo es el más escaso de todos los factores primarios de producción».[1]

Todo ello implica que el resto de factores, en virtud de la com­plementariedad innata al valor, sólo pueden emplearse en la cuantía que las existencias disponibles del más escaso de ellos autorizan. Este es el motivo, decepcionante, de que existan tierras, riqueza sub­marina, yacimientos, fábricas e instalaciones sin explotar, factores materiales desaprovechados. En nuestro mundo hay insuficiencia de potencia laboral, y en esa dirección se encuadra la tarea económica de incrementar el valor de la riqueza material.

La sustitución tecnológica de unos sistemas por otros más efi­cientes no hace que el trabajo no sea escaso mientras queden factores materiales desaprovechados, cuya utilización incrementaría su grado de humanidad. Tales progresos amplían la producción y son benefi­ciosos en cuanto que aumentan la cantidad y calidad de bienes dis­ponibles pero no ocasionan paro, porque la escasez del factor trabajo continúa vigente.

La teoría del trabajo clásica surge del contraste fundamental en­tre la tierra como factor pasivo, y además imposible de incrementar por el hombre, y el trabajo como factor activo y que además sí es factible incrementar. Dados los recursos naturales y la productividad del trabajo, la cantidad de la fuerza de trabajo era la variable funda­mental que había que conseguir expandir. En estos modelos el valor económico y social se incrementaba mediante la expansión de la acumulación de capital y la población.

El trabajo se puede definir como actividad humana que transfor­ma directa o indirectamente la realidad material, el cosmos en gene­ral, buscando un crecimiento en términos de acercamiento a los fines.

El hombre trabaja cuando, sirviéndose de su capacidad humana, aprovechando de modo deliberado su energía vital, conforma y hu­maniza la materia. Cuando, en vez de dejar espontáneamente mani­festarse las facultades físicas y nerviosas, las re conduce libre y voluntariamente hacia fines convenientes para sí o para los demás.

«Una actividad es humana –y en ello se diferencia de la activi­dad animal y del acontecer cósmico- cuando el sujeto se propone el fin y comprende el sentido de la acción, o sea, comprende el sentido del fin y de los medios». [2]

«Transformar el agua en salto, el salto en kilovatios y el kilovatio en luz; transformar una sociedad de campesinos que viven miserable­mente en una sociedad industrial en expansión, domesticar los mi­crorganismos y concertarlos en una pluralidad indefinida de estrategias terapéuticas o convertir los rincones del universo en fincas de recreo o en parques infantiles…»[3]  todo eso es humanizar el univer­so material, y para todo ello es necesaria la contribución del trabajo humano.

Las causas materiales, los recursos naturales, la tierra, el factor productivo originario, necesitan transformarse mejorando, para incre­mentar la relación real del valor. Este mejoramiento en términos de valor necesita para ser causado la intervención de un agente externo que desarrolle una fuerza activa sobre el producto pasivo para transformado  en  otro  producto mejorado  en  términos  de  valor.  Los dis­tintos  productos intermedios desde el original no producido hasta el final terminado requieren para su aparición la existencia del anterior o anteriores en la escala y a su vez un principio activo trascendente a ellos mismos, que nos conduzca de uno a otro y que les transmita, incorpore, valor: humanización.

Desde los bienes finales terminados hasta las materias primas, los usos potenciales se van ampliando y su significado se hace más general. Nos encontramos con menor clase de bienes diferenciales abarcando cada categoría más que la anterior. Cuanto más lejos nos encontremos de los bienes de consumo, más numerosos serán los bienes de primer orden que derivan de bienes similares de orden superior. El parentesco productivo de los bienes aumenta con su orden. Si llegamos a los elementos últimos nos encontramos con los recursos naturales.[4]

Todo este proceso se recorre en dirección opuesta a través del trabajo humano. La tierra, como causa material, va perdiendo su estado amorfo y potencial mediante el trabajo. Desde los bienes de orden superior hasta los finales de primer orden, el trabajo va vis­tiendo de características específicas, más humanizadoras, los bienes de orden posterior excluyendo otros posibles ropajes. Los bienes van recibiendo nuevas y mejores especializaciones y, a su vez, van perdiendo amplitud potencial en sus usos. Van adquiriendo cada vez cualidades más precisas. El trabajo, causa activa eficiente, incor­pora valor económico, acercamiento a los objetivos finales humanos, en los distintos bienes. Los elementos básicos de toda producción son la tierra y el trabajo. Todos los bienes se resuelven en tierra y trabajo. Todos son «paquetes» formados con alguna combinación de ambos. «Sobre esta base trató Malthus más tarde de demostrar que la condición fundamental de una transformación con éxito de los recursos productivos de la sociedad en bienestar económico depende de un cambio flexible, no tanto entre mercancías como entre la masa de mercancías por un lado y el trabajo humano por el otro» .[5]

La influencia fisiocrática que resaltaba la productividad de la tie­rra no dejó de actuar en los teóricos del valor trabajo, que siempre reconocieron su necesidad. El valor intrínseco de una cosa era la medida de la cantidad de tierra y de trabajo que entraban en su producción. Había que tener siempre en cuenta la fertilidad de la tierra y la calidad del trabajo. Defendían que ese valor intrínseco que fundamentalmente resaltaba los costes era el auténtico, pero también reconocían muchas veces que las mercancías no se vendían en el mercado de acuerdo con dicho valor. Más bien, los precios dependían en la mayoría de las ocasiones de los caprichos y hábitos en el consumo de los hombres. Aunque intuían las causas  finales  del valor,  tendían a  resaltar  las  causas originarias, especialmente la tierra y el trabajo. En su perspectiva, la primada otorgada al trabajo era lógica. Si excluían las causas finales humanas en su conceptuación del valor, la causa eficiente, la persona humana a través de su trabajo, tenía que ser superior a la causa material a la tierra. El factor más espiritual, el humano, era superior al puramente material.

Si la relación real de conveniencia proporcional al hombre en que consiste el valor la podemos denominar también humanización, esta humanización no podrá aumentar en una mercancía si un agente humano no se la transmite. No basta con la causa material; ninguna causa puede producir un efecto superior a sí misma. Si el efecto es la humanización, ninguna cosa inferior al hombre puede producir tal efecto. La actividad humana aplicada sobre la realidad material es necesaria para la producción del valor. «Nadie da lo que no tie­ne.»

La intervención de un agente humano exterior es imprescindible. El producto origen (causa material) y la forma, las características, del producto término, no pueden dar lugar por sí solas a la constitu­ción de un nuevo producto mejorado. Requieren una causa que los componga. Esa causa es el trabajo humano. La función del trabajo es la de conducir los productos hacia la adquisición de formas más asequibles al uso humano y al mejor uso humano. El trabajo es la causa eficiente del valor económico.

En el trabajo, nuestro cuerpo material sirve de instrumento entre nuestro espíritu y las realidades materiales exteriores a transformar. El cuerpo se convierte en instrumento y cuanto más mejoremos ese instrumento mayor capacidad tendremos de dominar y configurar la naturaleza que nos rodea, de convertir, también a ella, a través de nuestro cuerpo, en instrumento a nuestro servicio. La naturaleza se hará más cuerpo nuestro, se humanizará. La producción en términos de valor se consigue trabajando, aplicando nuestro saber y nuestros fines, nuestro espíritu, sobre la materia, a través de nuestro cuerpo. Producir, en definitiva, es impregnar de espíritu humano la materia. El trabajo no es un factor productivo más, no es una mercancía más; el espíritu humano que a través de esa actividad se transmite es la nota esencial del trabajo y que lo eleva muy por encima de los recur­sos materiales y de los instrumentos de capital.[6]

Ese trabajo requiere tiempo. De ahí la escasez del tiempo y que de hecho el concepto de coste de oportunidad se pueda definir como el coste de realizar en un mismo tiempo otra actividad alternativa. Este trabajo humano que es acción requiere usar ese recurso gratuito imprescindible. El tiempo tiene por tanto una referencia marcada­mente humana. Su escasez viene derivada de la escasez del trabajo que se constituye en el medio fundamental para la continua tarea de humanización de la materia. Sólo el hombre es capaz de realizado y ordenarlo. Ello se, realiza mediante la presencia del fin último del trabajo, la humanización, en todos los estadios de ese trabajo.

Para las teorías del valor trabajo lo importante para medir el valor no era esa humanización de la materia sino el esfuerzo al reali­zar esa tarea. Para todo tiempo y lugar, como indicaban Smith y después Ricardo y Marx, es caro lo que cuesta mucho trabajo y mucha fatiga, Y barato lo que requiere poca. Ese trabajo marcaba el valor intrínseco de las cosas y ese era su precio real. El dinero no era más que su precio nominal. Sin embargo, olvidaban la calidad del trabajo, su eficiencia en términos de utilidad al hombre. Olvidaban que el trabajo es causa eficiente, independientemente del esfuerzo, por su capacidad de educir utilidad humana de las cosas. El trabajo en términos de esfuerzo, si no consigue el fin pretendido, no sirve para nada, de hecho no es trabajo. Barrer las hojas del otoño en un camino empedrado en contra de un fuerte viento no sirve para nada por mucho ímpetu que se ponga en tal actividad. Incluso si los fines son negativos, el valor también será negativo y negativo el trabajo. Mejor sería no ejecutarlo.

Lo único que puede humanizar (fin de la economía) es el hom­bre. Nadie ni nada lo puede hacer por él. Y la tarea económica es ésa precisamente: humanizar el universo material, ponerlo al servicio del hombre.

Sólo lo puede hacer el hombre porque sólo él, con su racionali­dad, puede hacer presente los fines en su actuar de forma consciente. El trabajo es trabajo intelectual, además del componente físico, por­que requiere siempre tener en cuenta, incluso en los más mínimos detalles, el fin de las acciones productivas.

[1]  Mises. L., La acción humana, Unión Editorial, Madrid 1986, p. 216.
[2] Choza, «Sentido objetivo y subjetivo del trabajo», en Estudios sobre la «Laborem Exercens», BAC, Madrid 1987, p. 233.
[3] Choza, op. cit., p. 261.
[4] Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento económico, FCE, México 1978, p.30.
[5] Myint. Teorías de la economía del bienestar, Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1962, p. 72.
[6] Ver Alvira, «¿Qué significa trabajo?», en Estudios sobre la «Laborem Exercens», cit.

FONDEMENTS DE LA VALEUR ECONOMIQUE – FUNDAMENTOS DEL VALOR ECONÓMICO

CHAPITRE III

LE TRAVAIL HUMAIN : CAUSE EFFICIENTE DE LA VALEUR.

  1. L’importance du travail dans l’histoire de la pensée économique. – Importancia del trabajo en la historia del pensamiento económico
  2. Le travail :  cause active de la valeur.
  3. La nécessité de prendre en considération les finalités dans le travail. – La necesidad de considerar los fines en el trabajo.
  4. La priorité du travail humain sur les biens matériels.La prioridad del trabajo humano sobre los bienes materiales

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DEFINIR LA ECONOMÍA

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Nada mejor para introducir y adentrarnos en la Ciencia de la Economía que las primeras palabras de Léon Walras en su influyente obra Elementos de economía política pura:

«Lo primero que hay que hacer , al comenzar un curso o un tratado de economía política, es definir la ciencia, su objeto, sus divisiones, su carácter y límites. No tengo intención de eludir esta obligación, pero debo advertir que ello es más difícil y requiere más tiempo de lo que pueda suponerse. La definición de economía política todavía no existe. De todas las definiciones disponibles, ninguna ha logrado el consenso general y definitivo que constituye el signo de las verdades científicas.»

Tratar del concepto y objeto de una ciencia es tratar de definirla del modo más acorde posible. Definir es poner en claro los límites, acotando y determinando algún concepto. Es una proposición que manifiesta algo desconocido o aclara algo confuso siendo por lo tanto uno de los modos de saber junto con la división, la argumentación y la contemplación. Esta tarea es una de las fundamentales de cualquier labor científica y permite orientar a grandes rasgos el hilo conductor de la docencia o la investigación que tiene en la definición o definiciones un punto de referencia importante.

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    ECONOMÍA Y CONDUCTAS ÉTICAS

   En cuanto la persona humana es un ser consciente de su continuidad es perfectamente humano, racional e inteligente intentar condicionar en positivo y por adelantado las elecciones futuras mediante la autoimposición de ciertas reglas o restricciones de la conducta que le permitirán alcanzar sus objetivos últimos más apreciados. Ello implica la selección de un conjunto de preceptos morales que guían las elecciones en el presente y en el futuro empleando recursos intelectuales y emocionales que van dejando como una especie de cuasi-permanentes hábitos que domestican las conductas indeseadas y hacen màs factible alcanzar las metapreferencias. El propósito explícito no será otro que cerrar posibilidades de actuar en formas o modos que son considerados «ineficientes» para llevar adelante el programa de vida preferido. Cada individuo puede reducir libre y conscientemente sus márgenes de opción en la forma que considere màs provechosa dentro de una perspectiva de largo alcance en lugar de ir respondiendo simplemente a lo que vaya apareciendo.

          Aunque con todas las matizaciones y paréntesis que el uso de colectivos implica, podemos hacer un análisis parecido en el caso de una entidad política organizada tal y como indica Buchanan. La historia de esa unidad colectiva, descrita por las «elecciones» hechas en todos los períodos del pasado limitará el conjunto de opciones posibles que pueden ser afrontadas hoy por la colectividad como tal y por los individuos integrados en ella. A su vez, y de ahí la responsabilidad política actual, las elecciones hechas hoy por la colectividad, modificarán y condicionarán las opciones disponibles en el futuro a través de las influencias sobre las restricciones y preferencias.

          Las leyes, instituciones, costumbres, hábitos de conducta y tradiciones de la comunidad tienen una influencia decisiva sobre las variables típicamente económicas y se acaban reflejando en las cuentas del Estado. Detrás de los continuados incrementos de gastos y déficits públicos que engrosan el volumen acumulado de la Deuda Pública, se encuentran muchos hábitos negativos en la ciudadanía y en los políticos que se pueden concretar en una falta de ética auténtica que se resiste a actuar con responsabilidad por sí mismos prefiriendo que sean los demás los que solucionen sus problemas personales. También se produce una preferencia irresponsable del consumo sobre el trabajo y del corto plazo sobre el largo despreciando el futuro e incrementando la carga que tendrán que soportar las generaciones futuras. La situación económica está demandando un cambio moral sustancial y estimulante. Cuanto más se tarde en producir, peor.

(…) sin duda no es salirse del ámbito de la realidad el ver en esos esfuerzos de superación un nuevo brote de aquel llamamiento que formó –con el “misterio” familiar y el culto de la ciudad- las normas de la Primera Edad: “el sentimiento de lo sagrado”.

 Se le creía abolido. Pero hay que confesarlo: el “progreso” no ha destruido a esta llamada suprema, como la química no ha destruido a lo sagrado (o lo secreto) de la MUERTE, ni la fisiología a lo sagrado del AMOR, ni la sociología al del HONOR, ni la técnica a lo sagrado del ARTE. No sólo lo material no ha ahogado a esta palpitación del más allá, sino que además la requiere, la espera, la exige, so pena de dejar reinar, en las delicias de la técnica, los horrores del tedio. Interrogad a los testigos y hasta las imágenes de los Estados Unidos, de Escandinavia, de Rusia… Se quiere hacer del hombre un animal superior. Se le fabrica una colmena perfecta. Y él bosteza…

 Os  homini sublime dedit, coelumque tueri

Jussit ad sidera tollere vultus.

De aquí esta curiosidad inquieta, este apetito por la cultura, esa necesidad de “terciario” (…)

De aquí también esa eflorescencia de místicas que pueden conducir a las peores aberraciones, pero también devolver a un mundo, aturdido de progreso, el sentido de sus fines.

La última lección de nuestro tiempo nos parece, pues, ser, en definitiva, que la economía no basta al hombre. Es la lección de los hechos. Es la promesa del porvenir. Y es también la lección que nos ha legado el más ilustre de los economistas contemporáneos:

 “Así –escribía Keynes en sus Ensayos de Persuasión- el autor de estos Ensayos, a pesar de todos sus “graznidos”, espera y cree todavía que no está lejos el día en que después de relegado el problema económico al segundo plano a que pertenece, el ámbito de nuestro corazón y de nuestro cerebro será ocupado o reocupado por los problemas verdaderos, problemas de vida y de las relaciones humanas, de la creación, de la moral y de la religión”

 J. M. Keynes, Ensayos de persuasión, trad. Franc. N.R.F., 1933, p. 7 citado por Andre Piettre, Las tres edades de la economía, Madrid, Editorial Rialp, S.A., 1962, pp. 372-373.

Marshall  en sus Principios de Economía definía la Economía como:

«el estudio de las actividades del hombre en los actos corrientes de la vida; examina aquella parte de la acción individual y social que está íntimamente relacionada con la consecución y uso de los requisitos materiales del bienestar. Así, pues, es, por una parte, un estudio de la riqueza, y, por otra -siendo ésta la màs importante-, un aspecto del estudio del hombre

No deja de asombrar que, con ocasión de organizar su clásica apología del totalitarismo, Platón contribuyera a la genuina ciencia económica, siendo el primero en exponer y analizar la importancia de la división del trabajo en la sociedad. Al estar su filosofía social fundada sobre la necesaria separación entre clases, Platón procedió a demostrar cómo tal especialización se funda en la naturaleza humana, en particular en su diversidad y desigualdad. Platón hace decir a Sócrates en La República que la especialización hace que «no somos todos iguales, sino que hay una gran diversidad de naturalezas entre nosotros que se adapta a las diferentes ocupaciones».

Como los hombres producen cosas diferentes, se intercambian de modo natural unos bienes por otros, con lo que la especialización necesariamente da paso al intercambio. Platón también señala que esta división del trabajo incrementa la producción de todos los bienes.

[5] Rothbard, Murray N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 41.

CITAS DE LIBROS