Desde la altura abismal de mis 71 años

Desde la altura abismal de mis 71 años -que muchas veces pienso ahora que ha sido un ratito que ha pasado en un santiamén, en un visto y no visto-, cuando  en la memoria van apareciendo retazos sueltos de mi vida en la infancia o en la  adolescencia, en la universidad de alumno y después -mas de 30 años- de profesor de Economía; en mi vida empresarial tan ajetreada con más de 100 personas trabajando para mi en distintos proyectos todos atractivos y más de 500 para el grupo empresarial de mi padre y con todas ellas fracasadas al final y estando ahora con la pensión embargada y arruinado de por vida pero muy feliz; en los 5 años en Tribunal de Defensa de la Competencia donde empecé a ser Excelentísimo señor ya de por vida; y con familia numerosa y tantos nietos a nuestras espaldas con mi mujer, me doy cuenta de la verdad de aquel dicho que un buen amigo del alma me contó hace muchos años:
«Si quieres que Dios se parta de risa con carcajada simpática y acogedora cuéntale tus  planes»