ZAPATERO A TUS ZAPATOS

ZAPATERO A TUS ZAPATOS

Dejando sentado de antemano mi profundo respeto por los sacerdotes, debo reconocer que cuando, alguna vez, asistiendo a una ceremonia religiosa, empiezo a oír hablar de Economía desde el atril del templo, me pongo a mirar inquieto a todas partes, me rechinan los dientes y aparecen síntomas de sudores fríos. La situación embarazosa se complica si la alocución monotemática se alarga con pasión sentimental y mojigata. Supongo que a cualquier sacerdote sensato le ocurriría lo mismo si me oyera oír hablar a mí como economista de la Transubstanciación, la Virginidad de la Madre de Dios o la naturaleza de Angeles, Potestades o Querubines. Los ecos de algunas carcajadas y de la zapatiesta que se podría organizar, podían llegar hasta Sebastopol.

Creo que es mucho mejor que cada uno atienda sus cosas con competencia y que no caigamos en la tentación de querer abarcarlo todo. Algunos eclesiásticos pueden incurrir en el mismo defecto pernicioso que le ocurre al señor Estado: que se mete donde no le llaman, y lo suyo, que es la Seguridad cotidiana interior y exterior, la Justicia y legislar lo mejor posible mirando al interés general y no partidista, lo deja abandonado y manga por hombro.

Deberían dejar de hablar de curas de derechas y curas de izquierdas, de Obispos del Norte y Obispos del Sur. Personalmente reconozco que me cansan las moralinas ético místicas dirigidas a la actividad económica. Adam Smith ya puso de manifiesto la importancia de la especialización y la división del trabajo en toda tarea económica. Por eso creo que lo que necesita la Economía de todos, también de ustedes, es que cada uno se dedique a lo suyo porque, de lo contrario, se pueden despilfarrar los recursos humanos que deberían dedicarse al estudio riguroso y serio de su Ciencia y, en su caso, de su ministerio sacerdotal.

Basta echar una ojeada rápida a la historia económica para resaltar al menos tres meteduras de pata en lo económico protagonizadas por determinado clero bien intencionado pero ignorante. En primer lugar la condena durante siglos de todo tipo de interés sin más y sin conocimiento de sus implicaciones negativas. Menos mal que Tomás de Aquino y la Escuela de Salamanca pusieron un poco de orden en esas drásticas condenas. Pero tuvo que ser un economista, Böhm Barek, quien pusiera en claro tal desbarajuste en su libro Capital e interés.

En segundo lugar cabe citar también el resbalón espectacular del presbítero Malthus, esta vez no católico, con las secuelas seculares y actuales de su Teoría de la Población y con su buena intención puritana. Ha tenido que venir otro economista como Hayek para, desde una postura personal agnóstica, pero desde su indudable solvencia en el conocimiento económico, poner en claro la simpleza pesimista del miedo al crecimiento civilizado de la población por un hipotético y falso agotamiento de los recursos alimenticios.

Sin extenderme más, citar por último el ridículo de la «Ateología de la liberación», con sus resabios marxistas, que estaba dejando a Iberoamérica a la altura económica del betún del subdesarrollo. Ha tenido que caer el muro de Berlín para que, puestas al descubierto las entretelas del socialismo real, haya desbandada generalizada y comiencen estos países hispanos a liberarse de la «liberación» y repuntar así en su actividad económica. Se perfilan ya como una importante región para el desarrollo mundial futuro.

Deberían hacer caso: «zapatero a tus zapatos». No quieran saberlo todo. Para ustedes hablar de Economía puede ser una conducta antieconómica. Mi consejo es que no se metan en esos berenjenales. Dejen que seamos nosotros los que nos tiremos los trastos a la cabeza. Llevo más de 20 años dedicado de una u otra forma a esto y les puedo asegurar que todavía no sé muy bien de qué va. No pierdan el tiempo. Con la que está cayendo, únicamente tratando de limpiar eso que todos llaman corrupción y que ustedes los sacerdotes siempre han llamado pecado, tienen de sobra para ganarse la vida (y el Cielo) sin entretenerse en menudencias coyunturales. Reconozco que cuando les oigo hablar tratando de solucionar desde el púlpito los problemas económicos pienso en ocasiones que quieren monopolizar a Dios como si fuera sólo suyo. Me pasa entonces por la cabeza la idea según la cual creerían algunos de ustedes que ese Dios, de todos, es tonto porque no sabe solucionar los problemas económicos. Grave equivocación.

JJ Franch