8.- Constantes humanas

8.- Constantes humanas

Cuando se  defiende aquí la secularidad se entiende implícitamente una religión que, primero, para ser coherente con sí misma, defiende, antes que nada, la libertad de la conciencia, entendida como la honradez de una búsqueda que puede abrazar la creencia o la increencia. De eso suele derivarse, en las sociedades actuales, un pluralismo religioso, que hay que respetar, precisamente en nombre de la libertad de la conciencia. Pero respetar el pluralismo de hecho no significa que su contrario –el no-pluralismo, la unanimidad- sea un mal. Tanto el pluralismo como la unanimidad son posibilidades respetables y lícitas si derivan del ejercicio de la libertad de la conciencia.
Es preciso aclarar ese punto porque se defiende hoy, como idea generalmente admitida, que hay que fomentar en cualquier caso y en cualquier materia el pluralismo. No es así. El pluralismo en temas no esenciales –gustos, aficiones, etc.- es algo casi natural y se ha dado siempre. El pluralismo político es también inevitable porque la política es una práctica tan aproximada e insegura que apenas conoce soluciones, no ya definitivas  -que para nada hacen falta, además de ser imposibles-, sino ni siquiera muy duraderas[38].
El pluralismo en asuntos más trascendentales o más vitales no siempre resulta lo mejor. Por ejemplo, si en una familia hay unanimidad en un conjunto de valores –como la sinceridad, la lealtad, la ayuda mutua-, no se gana nada, al contrario, introduciendo un factor de pluralismo basado en la falsedad, la deslealtad o el egoísmo.  En un caso más intrascendente: si siete amigos están de acuerdo en que lo mejor en viajar a Roma, no hay pluralismo alguno; lo que no impide que el viaje sea algo agradable, donde todos lo pasan bien.
Por mucho que se alabe el pluralismo –y casi se lo idolatre- siempre se añora la unanimidad. Incluso en política, cuando una medida –por ejemplo, contra la violencia doméstica- es aprobada por unanimidad, sin ningún voto en contra, se da el hecho como positivo.
En segundo lugar, la visión secular de lo religioso se apoya en la prioridad de lo común humano, de una serie de constantes humanas que se han dado en cualquier época y en cualquier lugar porque derivan inmediatamente de la naturaleza humana.
En algunas pinturas rupestres del Paleolítico se puede ver la impresión de la mano de un niño o niña. No cuesta nada imaginar que el hijo acompañaba a su padre y que quería hacer lo que hacía él. Y que el padre le impregnara la mano con uno de los colores con que pintaba. No cuesta nada imaginar eso  porque hoy ocurre lo mismo o algo semejante. “Hermanos de una gran familia, los niños conservan sus rasgos comunes hasta que pierden la inocencia, que es la misma en todas partes”[39].
En La Iliada, Homero relata una escena familiar que también puede ser de cualquier lugar y tiempo, en lo esencial, en el sentido. El héroe troyano, Héctor, llega del campo de batalla y su familia sale a recibirle: su mujer, Andrómaca, el pequeño Astianacte y su nodriza:
“Dijo así y a su hijo los brazos le tendió el ilustre Héctor, pero el niño, inclinándose, volvióse en medio de chillidos, ala regazo de su nodriza de fina cintura, asustado a la vista de su padre, aterrado ante el bronce y el penacho de crines de caballo que tremendo veía pender en lo más alto del yelmo. Echáronse a reír su padre y también su augusta madre. Y, al punto, se quitó de la cabeza el glorioso Héctor su yelmo y, reluciente, en el suelolo puso; y él, entonces, a su hijo querido, después de darle un beso y mecerle en los brazos, dijo a Zeus suplicando y al resto de los dioses…”[40]. Dicha la oración, el relato termina: “Dijo así y en los brazos de su esposa a su hijo puso y ella recibióle en su aromado seno, con lágrimas, riendo. Y al darse cuenta de ello sintió piedad su esposo y le hizo caricias con su mano y le dijo palabras, y a la vez la llamaba por su nombre”[41].
Eso está escrito hace veintiocho siglos, pero el amor materno y paterno que refleja el texto, así como el amor entre los esposos no tienen tiempo: son de siempre y son de hoy.
El segundo ejemplo es una anécdota que cuenta Plutarco en Máximas de espartanos sobre Agesilao, uno de los grandes reyes espartanos. “Era extraordinariamente amante de los niños y se cuenta que en su casa jugaba con los hijos pequeños y se montaba a horcajadas en una caña, como si fuera un caballo. Al ser visto por un amigo, le pidió que no se lo dijera a nadie antes de llegar a ser él mismo padre de familia”[42]. La finalidad de las Vidas paralelas, de Plutarco,  una obra que estuvo presente durante siglos en la educación de los jóvenes, especialmente en países anglosajones, era mostrar rasgos perennes de humanidad (o inhumanidad) en la existencia de personajes famosos.
Son constantes  todo lo que se deriva, para mal o para bien,  de la naturaleza humana, que sigue siendo la misma. Seguimos llamando cainita a un comportamiento basado en la envidia, que puede llegar a la muerte de un inocente. El asesinato a traición tiene siempre la misma esencia, muera por él Viriato, Julio César o John Kennedy. Cuando se lee, en Shakespeare, el diálogo entre Romeo y Julieta en la escena del balcón se entiende sin más, y de modo especial si se está enamorado: por esas palabras no ha pasado el tiempo.
Tampoco pasa el tiempo por los males del mundo. En Troilo y Cresida, Shakespeare pone en boca del deforme Tersites: “¡Lujuria, lujuria! Todavía más guerra y lujuria. Nada sigue tan de moda”[43]. Algunas veces, en la historia, los hombres han pensad que inauguraban una nueva época y que eran capaz de ser originales, desoyendo aquello tan antiguo de “nada nuevo bajo el sol” [44]. Cuando,  a partir de 1967, se fragua la cultura hippy e pone de moda el eslogan, como si se acabara de inventar, de “hagamos el amor y no la guerra”. Aristófanes debió revolverse en el Hades, al ver cómo lo copiaban si citarlo, porque él había hecho de eso una comedia inmortal, Lisístrata. Harta de la guerra del Peloponeso –entre Atenas y Esparta- Lisístrata tiene una idea para acabar con ella: nada menos que una huelga de sexo, por parte de las mujeres de Grecia. Los hombres tendrá que elegir entre hacer el amor o hacer la guerra. “Si en lugar de condescender nos rehusamos, la paz es un hecho” [45].
Otra de las constantes humanas es la rebelión o la resistencia ante las leyes injustas. Ahí, el ejemplo más temprano y memorable es el de Sófocles, en Antigona.  Dos hermanos de Antífona, Eteocles y Polinices, ha muerto en un duelo fratricida por la lucha por el poder en Tebas. Se hace con el poder Creonte, favorable a Eteocles, a quien honra con los ritos fúnebres previstos; en cambio, ordena que el cuerpo de Polinices permanezca abandonado… “Dulce tesoro, dice Antígona, que ha de proporcionar placer a los pajarracos que tengan la suerte de divisarlo y devorarlo”[46]. Antígona se rebela contra esto y da al cuerpo de Polinices las honras debidas. Cuando se entera Creonte, pregunta a Antígona si conocía la prohibición. Ella responde que sí. Y Creonte: “Y aun así osaste transgredir estas leyes”. La respuesta de Antígona es inmortal: “ Es que no fue Zeus, en absoluto, ni tampoco la Justicia aquella que es convecina de los dioses del mundo subterráneo. No, no fijaron ellos entre los hombres estas leyes. Tampoco suponía que esas tus proclamas tuvieran tal fuerza que tú, un simple mortal, pudieras rebasar con ellas     las leyes de los dioses anteriores a todo escrito e inmutables. Pues esas leyes divinas no están vigentes, ni por lo más remoto, solo desde hoy ni desde ayer, sino permanentemente y en toda ocasión y no hay quien sepa en qué fecha aparecieron”[47].
Los escritores clásicos son clásicos porque, al dar bellamente con constantes humanas, permanecen como si fueran de hoy mismo. Es más: algunos de ellos son conscientes de esas constantes y basan su obra en dar con ella. Eso es, por ejemplo, lo que hace tan  imperecedera la obra de Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso. Lo que narra es una larga guerra, pero al fin y al cabo limitada a un espacio pequeño y en un tiempo que no es ya muy remoto. Pero Tucídides ve en muchos episodios de esa guerra algo valedero en cualquier tiempo. Lo dice de manera explícita: “Recayeron sobre las ciudades con motivo de las revueltas muchas y graves calamidades, como las que se suceden y sucederán siempre, mientras la naturaleza humana siga siendo la misma,, con violencia mayor o menor y cambiando de aspecto, de acuerdo con las alteraciones que se presenten en cada circunstancia”[48].
Jacqueline de Romilly, buena conocedora de Tucídides, escribe sobre el método del historiador griego: “Se trata de salir de la narración particular, para alcanzar una ciencia que pueda aplicarse a otras épocas, porque pone el acento sobre ese elemento que motiva la repetición y que él mismo llama ‘lo humano’ (to anthrópinon)[49]
Son esas constantes humanas las que no hay que perder de vista, para evitar caer en las corrientes y con frecuencia superficiales apreciaciones sobre la pérdida de valores, la degradación de las costumbres, la descristianización y, en general, todo lo que alimenta una visión pesimista del futuro. Hay constantes que tiran para abajo, pero hay otras  constantes que tiran para arriba.
Chateaubriand lo expresó bellamente: “La humanidad entera comprende la alegría del hogar, el afecto de familia, la abundancia de la vida, la sencillez de corazón y la religión”[50]. En un pasaje emotivo, una prueba más del amor filial  -otra de las constantes humanas- escribe: “Cuando germinaron en mi alma las primeras semillas de la religión, florecí como un tierra virgen que, liberada de sus abrojos, produce su primera cosecha. Sobrevino una brisa árida y helada y la tierra se secó. El cielo se compadeció y le envió sus templados rocíos; luego sopló de nuevo el cierzo. Estas alternativas de dudas y de fe durante mucho tiempo han hecho de mi vida una mezcla de desesperación y de inefables deleites. Santa y buena madre mía, rogad por mí a Jesucristo: vuestro hijo tiene necesidad de ser redimido más que cualquier otro hombre”[51].
Contra la vigencia de esas constantes se opone a veces la persistencia de las guerras, los genocidios, los crímenes, los engaños, las falsedades, las envidias y, en general, del mal. Pero ya se ha indicado que hay constantes tanto en la línea del mal como en la del bien. De lo que se trata es de fijarse más en las del bien y potenciarlas junto a sus aliadas naturales, la libertad y la religión. Mal habrá siempre; de lo que se trata es de que el bien abunde más que el mal.
La persistencia del mal –que, en cierto modo, es incomprensible- puede entenderse algo refiriéndose una vez más a lo básico: la libertad. Es algo sabido desde antiguo: “Dios creó al hombre desde el principio y lo dejó librado a su albedrío”[52]. El ser humano no es un robot al que se le han dado unas precisas instrucciones, de las que no puede salirse[53].  Es un ser que tiene en sus manos tanto el bien como el mal y, a la vez, que puede cambiar siempre: puede caer en la degradación, pero puede también salir de ella.
[39] CHATEAUBRIAND, Memorias, p. 103.
[40] Homero, Iliada, edición y traducción de Antonio López Eire, Cátedra, Madrid, 1989, p. 288.
[41] Ibidem, pp. 288-289.
[42] PLUTARCO, Charlas de sobremesa, en  Obras morales, III,  Gredos, Madrid, 1987, p. 156.
[43] W.Shakespeare, Troilus and Crecida, Act. V, Scene II “Lechery, lechery; still war and lechery; nothing else hola fashion”, cita por la centenaria edición The Complet Works of William Shakespeare,  Oxford University Press, 1908,   p. 753.
[44] Eclesiastés, I, 10. El texto sigue: “Si alguno hay que diga: Mira eso sí que es nuevo, aun eso ya sucedía en los tiempos que sucedieron”.
[45] Aristófanes, Las once comedias, Porrúa, México, 1989, p. 209. Los argumentos de  Lisístrata son de hoy. “Nosotras soportamos mayores penas y dobles (que los hombres). Primero parimos a los hijos y después los despachamos a la guerra” (p.218).
[46] Sófocles, Antígona, 20-30, en Esquilo.Sófocles. Eurípides. Obras completas, Cátedra, Madrid, 2004, p. 527.
[47] Antígona, 449-459, pp. 538-539.
[48] Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso,  III, 82, Alianza, Madrid, 1989, pp.
261-262.
[49] Jacqueline de Romilly, ¿Por qué Grecia?, Debate, Madrid, 1997, p. 146.
[50] Memorias…, p. 1478. De la religión afirma también que es “patria universal” (p.1335), y siempre va unidad a la libertad: “Tengamos fe en la religión y en la libertad, las dos únicas cosas grandes del hombre; la gloria y el poder son deslumbrantes, pero no grandes” (p. 1278).
[51] Ibidem, p. 1394.
[52] Eclesiástico, 15, 14. Este libro bíblico fue compuesto entre el 200 y el 170 a. C.
[53] Curiosamente, cuando se escribe sobre los robots es muy frecuente hacerlos también “libres”, al rebelarse contra sus autores. Esa es la trama del relato de Arthur  C. Clarke, El centinela (1948), en él se basa la película Odisea en el espacio.2001  (1968), de Stanley Kubrick.

Revolución, mundo moderno, cristianismo y libertad

Historia de un equívoco

                                                                 Rafael Gómez Pérez