4.1.- Población y ecología humana – Apartado 1 – Capítulo IV – Sobre la población, la ecología y los recursos – Crisis económicas y financieras. Causas profundas y soluciones.

CRISIS ECONÓMICAS Y FINANCIERAS. CAUSAS PROFUNDAS Y SOLUCIONES.

Capítulo IV

SOBRE LA POBLACIÓN, LA ECOLOGÍA  Y LOS RECURSOS 

Apartado 1 

 Población y ecología humana

          No es necesario calentarse la cabeza con intensidad para llegar  a la evidente conclusión de que cuanto ocurre sobre la superficie de una región, de un país o de la totalidad del planeta Tierra se refleja en el número, estructura y calidad diversa de su población. Si, además, miramos hacia el futuro, todo ese galimatías real de complejas circunstancias que concurren en los diversos grupos humanos que componen ese país se despliega en el porvenir repercutiendo de mil modos en la historia y las características de las generaciones sucesivas. No es nada sorprendente entonces que grandes pensadores afirmen que de todas las ciencias sociales la más importante es la Demografía. La Demografía trata y reflexiona sobre el acontecer de la vida humana, y la vida humana se gesta en la familia.

          Sin embargo, en las teorías macroeconómicas generalmente aceptadas, los procesos circulares input-output, donde el nuevo output se convierte en bien intermedio y en input para una nueva unidad económica, quedan truncados precisamente en la familia. Los consumos familiares, siguiendo a Carl Menger,[1] fundador de la cada vez más influyente Escuela Austríaca, se convierten en bienes de primer orden, es decir en bienes finales que transmiten derivadamente su valor a los bienes intermedios de segundo, tercer, cuarto orden…etc. Quedan ordenados así los distintos bienes según la relación causal respecto a los bienes de primer orden.

          Esa conexión entre los diversos bienes para dar el idóneo cumplimiento a las necesidades, aspiraciones y objetivos humanos, se convierte en la tarea económica primordial. Toda la ordenación productiva queda marcada y valorada en el último estadio de consumo donde los individuos, exclusivamente en cuanto consumidores, operan basándose en sus propias y originales escalas de preferencias, es decir, en sus apreciaciones y aspiraciones singulares. La utilidad marginal decreciente opera en estas demandas variables individuales y, también por la vía marginal, se establece el cómo valorar y justipreciar, a través de su productividad marginal, la contribución de cada uno de los factores productivos de órdenes superiores.

          La complementariedad entre los distintos bienes intermedios y su capacidad para ser transformados en otros de órdenes inferiores, resulta vital para crecer en la riqueza de opciones demandadas. Un bien de orden superior que esté integrado en el factor productivo Tierra sólo podrá denominarse con propiedad bien económico si se puede conjugar con un específico tipo de trabajo humano y con la ayuda de los instrumentos de capital idóneos para transformarse en un bien inferior más cercano a la satisfacción de necesidades consumidoras. Si, además de su capacidad para ser transformado, no hay disponible el trabajo humano necesario, desaparecerá su cualidad de bien económico. Al menos en esas determinadas circunstancias de lugar y tiempo.

          En todo este razonamiento el trabajo se suele considerar como un factor productivo más y se le aplican los mismos criterios y planteamientos economicistas, estáticos y materiales que al factor Tierra o al factor Capital. Con un reduccionismo inaceptable se supone dado de forma homogénea y cuantitativamente estable derivada del crecimiento o descenso de la población activa. Pero si de lo que se trata es de dar una mejor respuesta a las necesidades y aspiraciones humanas, el trabajo no se puede considerar un factor productivo más sino  que debe ser  el factor por antonomasia que necesariamente tiene que estar activamente presente en todos los estadios del proceso productivo. Y ello tanto si hablamos del sector primario agrícola como del sector secundario industrial como, especialmente, del sector servicios. El trabajo como afirmaba Von Mises es el factor radicalmente más escaso. Si de lo que trata el proceso económico es de la humanización de las condiciones de vida, el trabajo humano es el requisito radicalmente imprescindible.

          El trabajo además no es homogéneo, ni es estático, ni está dado en cantidad ni sobre todo en calidad. El trabajo se forja especialmente en la familia. No sólo en el amplio período educativo sino también en los cada vez más amplios períodos llamados de ocio y tiempo libre que existen en la vida normal profesional. Con la decisiva influencia de la informática y las comunicaciones es creciente además la posibilidad de realizar muchas tareas profesionales en el hogar sin desplazarse al lugar formal de trabajo. El diseño y organización idónea de actividades en el ámbito familiar resulta decisivo para la formación y mejor prestación de los servicios laborales.

          En esa tarea creativa «empresarial» que se realiza en  el ámbito doméstico pueden ponerse en acción muchos hábitos operativos éticamente positivos como por ejemplo: 1) el temple y el dominio personal y familiar que implica una cierta ordenación razonable en las diversas actividades hacia lo que se considera que es lo mejor; 2) la austeridad creadora que evita a las personas caer por completo en lo material fortaleciendo la voluntad y aumentando la libertad para conseguir su plenitud humana personal y profesional; 3) la firmeza y fortaleza de ánimo  para acometer proyectos de vida positivos manteniendo cotidianamente la constancia en el esfuerzo; 4) la mentalidad y actividad emprendedora que se la ha apropiado la empresa con carácter exclusivo y privativo cuando es el rasgo vital definitorio de todo sujeto económico que trata de hacer rendir al máximo sus recursos humanos; 5) la justicia en cuanto disposición cotidiana que inclina de modo firme y permanente a dar a cada uno lo suyo; o 6) en fin, el sentido común prudente que no deja de ser audaz y que consiste en ese hábito intelectual que nos indica la medida idónea del actuar en cada caso concreto.

          En los razonamientos habituales se considera que los bienes comprados por las economías domésticas en los mercados proporcionan satisfacción y utilidad por sí mismos y directamente. Pocas veces se investiga con más profundidad cómo circulan y son utilizados esos bienes en la familia una vez comprados. Puede resultar más realista y fructífero en ese ámbito «empresarial» del hogar suponer, al estilo en que lo hace Gary Becker,[2] pero sin utilizar su cuantificación en funciones de utilidad, que el tiempo, el medio ambiente humano relacional y los diferentes bienes de consumo adquiridos en los mercados son a su vez factores de producción, inputs, que son usados para la obtención de otras «mercancías» que a su vez acaban potenciando la mejor vivencia y la actividad del factor humano. Es decir que en el ecosistema multipersonal del hogar, los bienes de consumo y el tiempo, se convierten en materias primas necesarias para incorporar valor añadido al factor humano y repercutir positivamente en su despliegue posterior en las correspondientes actividades profesionales en el ámbito de la empresa. El mundo empresarial debería ser el primer interesado en ese idóneo aprovechamiento del tiempo y de los bienes escasos en el mundo familiar.

          Se cierra así el círculo productivo en espiral creciente de valor añadido entre los bienes y servicios producidos en el ámbito empresarial y los bienes y servicios producidos en el hogar que repercuten especialmente en la mejora en cantidad y calidad del capital humano de la sociedad. Todo bien de consumo será más o menos valioso en tanto en cuanto sea utilizado para conseguir capacidad de generar riqueza en el futuro a través del trabajo humano. Y todo trabajo, sea en horario empresarial o en horario familiar, será más o menos valioso también según su capacidad operativa de generar más o menos riqueza material y humana a su alrededor en el futuro.

          Desde estos puntos de vista queda patente, y adquiere plena vigencia, la moderna teoría de la población de Hayek que plantea nítidamente en su último libro La fatal arrogancia: A medida que se intensifican los procesos de intercambio y se perfeccionan los medios de comunicación y transporte, el aumento demográfico no puede sino resultar favorable a la evolución económica, ya que favorece una más acusada diversidad laboral y una aún más elaborada diferenciación y especialización, todo lo cual sitúa a la sociedad ante la posibilidad de aprovechar recursos económicos antes inexistentes y elevar así notablemente la productividad del sistema. La aparición de nuevas habilidades laborales, sean éstas de índole natural o adquirida, equivale, de hecho, al descubrimiento de nuevos recursos económicos, muchos de los cuales pueden gozar de carácter complementario en relación con otras líneas de producción, lo cual experimenta una ulterior potenciación debido a la natural tendencia de las gentes a aprender y practicar esas nuevas habilidades, puesto que ello les facilita el acceso a superiores niveles de vida. Cualquier zona más densamente poblada puede, por añadidura, recurrir a tecnologías que no hubieran sido aplicables de haber estado la región menos habitada.[3]

          La familia, en lógica consecuencia de la teoría de la población hayekiana, en cuanto que es generadora y conformadora de vidas futuras, se convierte en la célula básica y nuclear de todo el proceso de desarrollo económico en nuestra compleja civilización del conocimiento. La expansión demográfica puede así iniciar procesos de ininterrumpida aceleración hasta constituirse en el factor que fundamentalmente condicione cualquier ulterior avance de la civilización, en sus aspectos materiales o espirituales.[4]

[1] Menger, Carl, Principios de economía política (Madrid: Unión Editorial, 2.ª ed. 1997), cap. 1.
[2] Becker, Gary, Tratado sobre la familia (Madrid: Alianza Editorial, 1987).
[3] Hayek, F.A., La fatal arrogancia (Madrid: Unión Editorial, 2.ª ed. en Obras Completas de F.A. Hayek, 1997), p. 345-346.
[4] Hayek, F.A., La fatal arrogancia (Madrid: Unión Editorial, 2.ª ed. en Obras Completas de F.A. Hayek, 1997), p. 346.

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