Imposibilidad del control eficaz gubernamental en la sociedad plural. – Apartado 2 – Capítulo  VII – Justicia y Economía

JUSTICIA Y ECONOMÍA.

Capítulo  VII 

Limitaciones a los gobiernos y a los Estados desde la Ley Natural

Apartado 2

Imposibilidad del control eficaz gubernamental en la sociedad plural.

 Aquella sociedad plural que Hayek añoraba y que con más o menos perfección se hizo realidad en algunas naciones libres en momentos puntuales de la historia de la humanidad,

 se basaba en el genio de muchos hombres y no en el de un solo hombre; no se instituyó en una generación, sino durante un largo periodo de varios siglos y muchas generaciones de hombres. Pues…nunca ha existido un hombre poseedor de tan gran genio que nada se le escapara; ni los poderes convenidos de todos los hombres, viviendo en un determinado momento, podrían hacer todas las previsiones de futuro necesarias, sin la ayuda de la experiencia y la gran prueba del tiempo. Ni la Roma republicana ni Atenas, las dos naciones libres del mundo antiguo, podrían, por lo tanto, servir de ejemplo a los racionalistas. [1]

 Y para que aparezca con nitidez el contraste entre la sociedad plural del mundo libre y la racionalista que intenta controlar y planificar desde las cúspides del poder todo lo posible, pone de ejemplo a Esparta que el mismo Descartes citó ensalzando su sistema:

En opinión de Descartes, fuente de la tradición racionalista, Esparta fue quien proporcionó el modelo, pues su grandeza “no se debió a la preeminencia de cada una de sus leyes en particular…sino a la circunstancia de que, emanadas todas ella de un único individuo, tendían a un fin único.” Y Esparta llegó a constituir el ideal de libertad tanto para Rousseau como para Robespierre y Saint Just y la mayoría de los actuales partidarios de la “democracia social” o totalitaria.[2]

 Aquellos ejemplos puntuales de Atenas y de la Roma republicana los actualiza para las sociedades complejas de nuestros días y los expande hasta considerar la enorme potencia creadora y de invención práctica que la libre interacción humana mundial genera al  transmitir  información continuamente y en todas las direcciones:

Nuestra civilización avanza en la medida en que logra hacer el mejor uso posible de la infinita variedad de capacidades individuales, circunstancia que al parecer singulariza a la especie humana y le otorga posibilidades no compartidas por ninguna otra especie animal.[3] Para poder hacer uso de la información dispersa entre los innumerables sujetos que se hallan distribuidos a lo largo y ancho del globo, es necesario dejar que las impersonales señales del mercado determinen cómo debe ser utilizada dicha información tanto en interés de cada individuo como en el de toda la colectividad[4].

 Esa concatenación y simbiosis armónica de las capacidades individuales de millones de personas que autogeneran, reordenan y transmiten nueva información desde los distintos ámbitos de libertad es absolutamente imposible que pueda ser controlada desde las distintas instancias de poder. Y si se trata de controlar de forma agobiante desde los oligopolios gobernantes, el sistema se degrada y puede llegar a destruirse:

(…)

La concepción del mercado como proceso, con su énfasis en los aspectos se dispersión y subjetividad del conocimento humano y en la complejidad esencial de los fenómenos sociales, está en línea con la afirmación de que los políticos rara vez (si acaso) tienen el conocimiento suficiente para intervenir eficazmente en la economía. Además, muchas intervenciones (en particular las asociadas con la planificación central) tienen el efecto negativo demostrable de impedir que los precios relativos cumplan su función coordinadora. La concepción del mercado como proceso conduce, como mínimo, a adoptar una postura escéptica sobre la efectividad de las medidas de política económica y, en muchos casos, justifica el más rotundo pesimismo al respecto.[5]

Juan de Mariana captó en cierta medida ese proceso y esa imposibilidad de control de la información autogenerante que tiene su origen en la subjetividad de las personas que actúan al hilo de sus preferencias y de su libre responsabilidad, y en las que de una u otra forma siempre está más o menos presente la ley natural. Así, Mariana es muy escéptico acerca de la posibilidad de coordinar de forma centralizada debido a la subjetividad y dispersión de la información:

 Es loco el poder y mando Roma esta lejos, el General no conoce las personas, ni los hechos, a lo menos, con todas las circunstancias que tienen, de que pende el acierto. Forzoso es se caiga en yerros muchos, y graves, y por ellos se disguste la gente, y menosprecie gobierno tan ciego que gran desatino que el ciego quiera guiar al que ve[6].

Además, añade a continuación en el mismo epígrafe 97 que el tipo de gobierno tiene que cambiar conforme aumenta una comunidad en tamaño. De leyes concretas y despóticas se debe pasar a leyes políticas y generales[7].

Si en aquellas sociedades de entonces menos pobladas, muchos menos complejas y menos abiertas ya se producía esa concatenación de la información diseminada[8] que quedaba truncada por las tendencias absolutistas de unos u otros, en la actualidad que vivió Hayek –hoy aún más- esos procesos coordinadores espontáneos desde la libertad responsable son tan vitales que en su mantenimiento y perfeccionamiento está la clave del proceso civilizador[9].

 Pero ese proceso enriquecedor generalizado se puede truncar y degradar por el afán intervensionista desmedido que puede llegar a ser tiránico incluso en democracia rememorando aquel gobierno injusto con leyes injustas que no mira al bien común y que nuestros escolásticos criticaron con dureza. El gobierno tiránico, déspota o Leviatán, coartando la libertad de elección de tantos y tantos ciudadanos en sus actividades económicas, da lugar a un retroceso imponente sobre lo que podría haber sido si las reglas del buen hacer espontáneo en sus contratos y en sus relaciones económicas no estuviese gravemente constreñido por el agobio estatalista.[10].

Aquella falta de confianza en la capacidad intrínseca de coordinación que tienen los mercados y las interacciones humanas que respetan los principios generales de la ley natural, acaba en inflación burocrática que trata de controlar cuanto pueda estar en su mano según los intereses de quien gobierna. Ese incremento de los aparatos de control burocrático -con ampliación también de lo legislado en muchos ámbitos- no es otra cosa que falta de confianza en la libertad personal y en la responsabilidad de las gentes que siempre lleva aparejada la libertad. La expansión burocrática no es otra cosa que falta de convicción en la existencia de esos criterios generales de comportamiento no diseñados por la razón humana. No es otra cosa, en definitiva, que falta de convicción en la potencia y en la fuerza económica de la libertad personal siempre creativa e innovadora. Es un intento de hacer realidad un imposible. El imposible de controlar el destino humano. Nunca ha sido -y nunca será- el ser humano dueño absoluto de su destino. Su capacidad mental avanza a lo largo de un proceso que a la humanidad lanza hacia lo desconocido e impredecible, situando al hombre así ante la posibilidad de alcanzar nuevas cotas de conocimiento[11].

 Hayek deriva muchas conclusiones de esa capacidad coordinadora de la información diseminada entre millones de personas y la aplica por ejemplo a otras instituciones[12], no cayendo en la disyuntiva radical entre el Estado y el resto: En una comunidad libre, el Estado constituye sólo una de las muchas organizaciones que pueblan el entorno social, aunque sea precisamente aquella que debe realizar la labor de facilitar un marco efectivo dentro del cual puedan ir surgiendo los diversos órdenes autogenerantes. También lo aplica a los procesos en el ámbito local de gobierno[13].

Lo que se nos viene a decir desde la doctrina de nuestros juristas y moralistas del siglo XVI –actualizada de forma laica a mi entender por Hayek- es que  el Estado está compuesto también por personas que se equivocan y que, además, se pueden corromper igualmente. Y que ello da lugar a que las repercusiones sean mayores porque mayores son las responsabilidades. Se nos viene a decir que muchas veces las notas disonantes y más estridentes provienen de la intervención desmesurada, homogénea y monopolizante del Estado que no deja que se despliegue aquel sentido universal y personal de la justicia que está latiendo en las conciencias de las gentes:

Es necesario disponer de un vocablo que exprese que la voluntad de la mayoría sólo deberá ser impuesta sobre el resto de los ciudadanos si, dando testimonio de su buena fe, la mayoría se compromete a respetar en todo momento algún esquema de tipo general. Deberá el citado vocablo hacer referencia, por lo tanto, a un sistema de gobierno en el cual lo que respalde el poder no sea simplemente la fuerza, sino la probada convicción de la justicia de lo que la mayoría decreta. A este respecto conviene advertir que el término griego democracia deriva del vocablo «pueblo» (demos) y de uno de los dos que hubiera sido posible utilizar para hacer referencia al concepto «poder».[14]

 

[1]   F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1998p. 87.
[2]  F.A. Hayek, Ibid.,  p. 87.
[3]  Friedrich A. Hayek. Derecho, Legislación y Libertad. El orden político de una sociedad libre, V. III, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982,  p.  302.
[4]  Friedrich A. Hayek. Ibid., p. 303.
 [5] Introducción al Volumen IX de la obras completas de Hayek donde Bruce Caldwell, V. IX,  p. 48.
[6] Juan de Mariana (En el Discurso de las enfermedades de la Compañía): pp. 605 (96 y 97) Tomado de notas inéditas de Gabriel Calzada.
[7] Juan de Mariana (En el Discurso de las enfermedades de la Compañía) epígrafe 97 p. 605 Tomado de notas inéditas de Gabriel Calzada.
Y respecto a la dificultad de corregir errores cuando la dirección de una gran institución se limita a una sola persona nos dice: Yo tengo por cierto género de ventura acertar en la fundación de una congregación y comunidad; porque lo que al principio parece bueno, la experiencia suele mostrar que es dañoso para adelante y que es forzoso retirarse por una parte, y por otra muy dificultoso el hacerlo, por no decir imposible, mayormente cuando el gobierno se reduce de todo punto a una cabeza, como se hace en nuestra religión.[7] Porque, además, la elección centralizada carece de información y tiende a cometer errores: Este inconveniente tienen las elecciones que se hacen sin información, ó por la de uno, o por la de pocos
[8]  (…) que el hecho de que el orden global muestre mayor regularidad que lo acontecido a nivel individual implica procesos de ajuste de tipo mutuo y general.    Lo que ahora importa es poner de relieve que ese orden basado en la materialización de ciertas expectativas habrá existido siempre hasta cierto punto  con anterioridad a que alguien se ocupara de garantizar, de manera más adecuada, la estabilidad de las  correspondientes expectativas. Friedrich A. Hayek. Derecho, Legislación y Libertad. El orden político de una sociedad libre, V. III, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982,  p. 201.
[9]  Friedrich A. Hayek. Derecho, Legislación y Libertad. El orden político de una sociedad libre, V. 3, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982,  p. 280.
Hoy en día, la mayoría de nuestros contemporáneos -entre quienes me temo procede incluir a muchos economistas- sigue sin advertir que ese alto nivel de especialización que la dispersión de la información requiere sólo puede darse si se hallan presentes esas señales de tipo impersonal que el mercado genera y en virtud de las cuales cada uno sabe lo que ha de hacer en orden a adaptar su conducta a determinadas realidades acerca de las cuales carece de directa información
[10]   Friedrich A. Hayek. Derecho, Legislación y Libertad. El orden político de una sociedad libre, V. III, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982,  p. 33-34.
El hecho de que, por circunstancias hoy al parecer meramente accidentales, sean más tarde dispares las posibilidades de éxito de los distintos miembros de una nutrida y amplia población, hállase íntimamente ligado a la naturaleza de ese proceso de descubrimiento que tan fundamental resulta al correcto funcionamiento del mercado. Si los poderes públicos, en algún momento, llegaran a equiparar plenamente las oportunidades de cuantos en la sociedad se hallan integrados, el orden de mercado habría perdido lo que constituye su impulso fundamental. A tal fin, por añadidura, el gobierno, lejos de limitarse a equiparar cuantas circunstancias sociales de él dependieran, veríase en la necesidad de manipular también cuantas otras pudieran condicionar el éxito personal de los diversos actores.
[11]   Friedrich A. Hayek. Derecho, Legislación y Libertad.  El orden político de una sociedad libre, V. III, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982,  p. 309.
Tal demostración de que algo más grande que los designios de los individuos podían surgir de los chapuceros esfuerzos de los seres humanos representó en cierto aspecto incluso un mayor desafío a todos los dogmas planificadores que la última teoría de la evolución biológica. Por primera vez se demostró la existencia de un orden evidente que no era resultado del plan de la inteligencia humana ni se adscribía a la invención de ninguna mente sobrenatural y eminente, sino que provenía de una tercera posibilidad: la evolución adaptativa.
[12]  Dicho lo anterior sobre los peligros que comportan la extrapola­ción del uso de la razón y la injerencia «racional» en los órdenes espontáneos, no quisiera abandonar la discusión de este tema sin dedicarle unas matizaciones cautelares. El mensaje fundamental que he intentado transmitir a lo largo de mi argumentación queda refleja­do en mi insistencia en el carácter meramente espontáneo de las normas que facilitan la formación de estructuras que disponen de la capacidad de auto-organizarse. No deseo, sin embargo, que el énfasis puesto en la espontaneidad que debe caracterizar a estos órdenes induzca a pensar que las organizaciones de tipo deliberado no tienen ningún papel fundamental que desempeñar en esta clase de órdenes. Hayek, La Fatal arrogancia. Los errores del socialismo, T.O. (The Fatal Conceit: The Errors of Socialism). Obras completas, vol. I, Madrid, Unión Editorial, S.A.,  1.990, p. 76.
[13]  Friedrich A. Hayek. Ibid., p. 29.
Por muy adecuada que tal metodología sea para el tratamiento de los procesos encaminados a resolver materias planteadas a nivel local -nivel en el cual cuantos en el mismo intervienen se hallan más o menos familiarizados con los detalles que afectan a los temas en cuestión-, en el ámbito de la Gran Sociedad la aplicación de los aludidos métodos forzosamente ha de producir resultados en extremo paradójicos, dado que el elevado número y la complejidad de los problemas que a tal nivel se suelen suscitar supera ampliamente la posibilidad de remediar la ignorancia que con relación a los mismos los ciudadanos tengan, por la vía de una más adecuada transmisión de la información existente, sea hacia el propio elector, sea hacia sus representantes políticos democráticamente elegidos.
[14]   Friedrich A. Hayek. Derecho, Legislación y Libertad. El orden político de una sociedad libre, V. 3, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982,   p. 82.

JUSTICIA Y ECONOMÍA.