LA SOLIDARIDAD ES COSA DE CADA CUAL

             Desde que me contaron que el dinero ilegal ya no se llama dinero negro sino de otra forma que ya no desvelaré, he decidido no insistir demasiado en el tema de la corrupción. Empieza a oler tan mal que produce náuseas y miedo a las epidemias contagiosas.

          El agigantamiento, hasta cotas insospechadas hace sólo veinte años, del Estado del Bienestar, Protector, Providencialista y Pastoral, ha llevado a una situación, incluso psicológica,  en que cuando se habla de solidaridad se piense automáticamente que es al Estado a quien compete tal tarea.

          Estos meses atrás que nos tocó la dura tarea técnica, administrativa y burocrática de rascarse los bolsillos para atender a la Hacienda Pública a través de la Declaración del Impuesto sobre la Renta, todo ciudadano piensa, con cierta naturalidad, que una vez cumplidas sus obligaciones fiscales finalizan sus obligaciones éticas y morales hacia la sociedad. Saenz de Miera nos dice que el Estado a través de su política redistributiva se hace cargo (aparentemente) de la solidaridad social, y este valor, esencial para la sociedad, pierde fuerza, o desaparece, entre los ciudadanos, cuando es algo imposible de escindir en el ser humano. El hombre se abandona a sí mismo cuando piensa que la solidaridad la paga con los impuestos. En esta crisis todos somos responsables (unos más que otros) en tanto que integrantes de la sociedad y como sostenedores, por acción u omisión, de la misma ideología que el Estado de Bienestar mantiene en este tema.

          Siguiendo una acepción del Diccionario podíamos decir que solidaridad es una relación entre las personas que participan con el mismo interés en cierta cosa. Ampliando y concretando el principio podíamos decir que todos participamos con parecido interés en el negocio de la vida y,  por lo tanto, todos deberíamos ser solidarios salvando diferencias ideológicas, raciales, sexistas, regionales o económicas. Hay que olvidarse definitivamente, si no lo hemos hecho ya, de que ese ente de razón que llamamos Estado o Gobierno, nos va a sacar de esta crisis económica, moral, cultural e incluso patriótica (aunque sea con el patriotismo mundial que a todos nos corresponde). Es la hora de que cada uno, por su cuenta, aporte lo mejor de sí mismo en el beneficio común. La quiebra del Estado no es una mera figura retórica sino que es una realidad con la que desgraciadamente tenemos que enfrentarnos con valentía, libertad y solidaridad. Hay que tener en cuenta que para que exista la solidaridad de cada cual, lo primero que se necesita es libertad, libertad para hacer lo que creemos es, en cada momento, el bien-hacer.