1.- La Revolución francesa y sus secuelas

1.- La Revolución francesa y sus secuelas

La descristinianización es una realidad en Occidente, sin necesidad alguna de compararla con épocas anteriores. Se nota en las opiniones, en las costumbres (persistentes  injusticias sociales, alto nivel de delincuencia, aborto, pornografía, etc.) y en la no asistencia a los ritos religiosos. En España, donde casi  el 80% de la población se confiesa católica, asiste a misa los domingos un 18%[1].

Dejando a un lado las cifras (una cosas son las cifras y otra las conciencias, que sólo Dios puede leer y se supone que sin mirar las encuestas) parece claro que en los dos últimos siglos el prestigio de lo cristiano en Occidente ha venido a menos. Permanece como una tradición más o menos venerable y venerada gracias a la casi omnipresencia de los templos cristianos desde Rusia a Portugal, desde Suecia a Grecia o España, del arte pictórico, de la música sacra y de una poderosa literatura:  hasta el XVIII e incluso el XIX la casi totalidad de los autores –de Dante a Corneille, de Shakespeare a Dostoievski- eran de fondo cristiano.

El punto de inflexión histórico y simbólico fue la Revolución Francesa de 1789, preparada, en algunos de sus contenidos intelectuales por la llamada Ilustración que tiene lugar en ese siglo con la obra de ateos declarados –Diderot, Holbach, La Mettrie-, deístas enemigos de los cristianos (Voltaire) o partidarios   -lo que era mucho al lado de lo anterior- sólo de una religión del sentimiento y del corazón (Rousseau). En el periodo más duro de la Revolución, el Terror, el 10 de noviembre de 1793, una ¿señorita? que encarnaba a la Diosa Razón fue entronizada nada menos que en la hermosa y gótica catedral de Notre Dame.

La Revolución y sus secuelas (incluso la dictadura napoleónica) fueron interpretadas por muchos como el inicio de un orden nuevo (y era cierto) o, lo que se entendía como lo mismo, el mundo moderno. Y en contra de ese mundo (como reaccionario, como queriendo volver –retrógrado- a lo anterior estaría el cristianismo. Ya  que la Revolución se había hecho en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, el cristianismo estaría en contra de esas tres grandes realidades humanas.

Todo esto es un gran equívoco, una simplificación que, sin embargo, se ha prolongado hasta el día de hoy. Este ensayo trata de demostrarlo.  

[1] Este dato es siempre poco concreto. Habría que contar sólo la población adulta y a la vez descontar a la población anciana que, por causas evidentes, no pueden acudir a los templos. El dato ofrecido  resulta de combinar cifras de La Iglesia católica en España. Estadísticas, Editorial Edice, 2006 y de los Eurobarómetros del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), el último de 2009. Si se tiene en cuenta los que van alguna vez al mes, el dato subiría a un 20%.

Revolución, mundo moderno, cristianismo y libertad

Historia de un equívoco

                                                                 Rafael Gómez Pérez