4.- Y qué es de la igualdad

4.- Y qué es de la igualdad

La suerte de la igualdad ha sido siempre más difícil que la de la libertad. En primer lugar, porque existen desigualdades naturales (en inteligencia,  altura, peso, color de la piel, etc.) que son inevitables, ya que vienen con la dotación genética; en segundo lugar, porque otras desigualdades  (en posición social, renta, etc.) son consecuencia del estudio, del mérito, de la constancia y nadie puede legítimamente quejarse de que otros las tengan y ellos no, si no realizan parecido esfuerzo.
La desigualdad es una constante en la humanidad. Descontando algunos pueblos primitivos de cazadores recolectores, nómadas, las mayoría de los pueblos estudiados en antropología social establecen desigualdades, entre ellas la esclavitud. Después, hasta bien entrado el siglo XIX la esclavitud ha existido en la tierra[20]  y, lo que es más, justificada incluso por personas que se consideraban de una notable piedad cristiana.
Así, durante muchos siglos estuvieron en vigor los privilegios de clase: la gente nacía noble o plebeya, siendo imposible pasar de la primera a la segunda categoría y siendo posible, alguna vez, por privilegio real, pasar de la segunda a la primera. La otra clase la formaba el clero y, en general, las personas de instituciones religiosas. Ese era aún el panorama del Ancien Régime con el que se enfrenta la Revolución francesa; por eso en la Asamblea Constituyente hay tres grupos: el de los nobles, el del clero y el “tercer estado” o pueblo (en general, formado por burgueses y artesanos, no por el pueblo “bajo”)[21]. Es cierto que ni toda la nobleza era igualmente poderosa y rica, ni la mayoría del clero –rural o de zonas pobres- contaba realmente con poder. Pero existían privilegios fiscales, exenciones que favorecían invariablemente a los ricos.
La situación de desigualdad en el Ancien Régime era insoportable y, incluso solo por ese aspecto, se explica el surgir de la Revolución. Pero es muy probable que, como ya notó Chateaubriand, existía desde mucho antes una aspiración a una mayor justicia (igualdad), una democratización de las costumbres, un mayor sentido de la dignidad personal, que chocaba contra las prácticas de obligada servidumbre. De un modo plástico, la Revolución reflejó esa aspiración con la abolición de los títulos y de los tratamientos, empleando solo el sencillo ciudadano o ciudadana[22].
         Como en el caso de la libertad, la mayor fuente de igualdad, en su origen, fue el cristianismo, aunque, como en el caso de la libertad, las realizaciones históricas estuvieron a veces en las antípodas de la inspiración originaria. Una de las cosas que más asombran en los Evangelios es la sencillez, la ausencia de retórica, el hecho de que la mayoría de los personajes sean gente, por así decirlo, “del Tercer Estado”. En nacimiento mismo de Cristo es algo tan  poco preparado que resulta accidental: la madre se pone de parto mientras busca inútilmente una posada. Después, durante treinta años aproximadamente, la vida de Cristo es la del hijo de un carpintero y carpintero él mismo[23]. Al elegir a los discípulos, todos, con la excepción de Mateo, empleado de la Hacienda de entonces, eran gente del pueblo llano, y la mayoría  pescadores.
Trata a todos por igual y algunos se escandalizan porque habla con gente mal vista: publicanos y pecadoras. Llega a decir a los del “clero” judío nada menos que “ los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los cielos”[24]. Se disgusta cuando ve en los discípulos la discusión sobre algo tan corriente en el ser humano, desde siempre: querer imponerse a los demás, ser el mayor. “Si alguno quiere ser el primero, ha de ser el último de todos y el criado de todos”[25]. Y después de lavar los pies a los discípulos, labor que esta propia de siervos, les dice; “ejemplo os di, para que, como yo lo hice con vosotros, así vosotros lo hagáis”[26].
Los textos podían multiplicarse con el ejemplo de las enseñanzas de Pablo de Tarso[27] y de los primeros escritores cristianos. El clima de igualdad se advierte enseguida tanto en la Didaké, en el siglo I,   como en la Epístola a Diogneto, del siglo II. La imposición a otro de la desigualdad es un signo evidente de soberbia, el vicio peor y origen de grandes injusticias.
San Agustín, en el siglo V,  dice en uno de  sus sermones: “Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano”[28]. San Gregorio I, papa del 590 a 604, se definió como “servus servorum Dei”, siervo de los siervos de Dios.
No se puede ocultar que los cristianos –salvo una minoría- se adaptaron en cada tiempo a los modos y maneras dominantes y adoptaron las desigualdades vigentes, aunque –como se vio antes hablando de la fraternidad- procuraron aliviar las situaciones más injustas e hirientes. Pero siempre el espíritu fundador llevaba más a la igualdad que a la desigualdad y, si se entiende en un sentido profundo y no de simple politiquería, el cristianismo llevaba en su seno la tendencia a la democracia. Lo vio acertadamente Tocqueville cuando escribió: “Pienso que se hace mal al considerar la religión católica como un enemigo natural de la democracia. Entre las diferentes doctrinas cristianas, el catolicismo me parece una de las menos contrarias a la  nivelación  de las condiciones. Entre los católicos, la sociedad religiosa se compone solamente de dos elementos: el sacerdote y el pueblo. El sacerdote se eleva por encima de los fieles; por debajo de él todo es igual”[29].
Chateaubriand  lo dijo también de manera eficaz: “En lugar de recordar los beneficios y las instituciones de nuestra religión en el pasado, haría ver que el cristianismo es el pensamiento del futuro y de la libertad humana; que este pensamiento redentor y mesiánico constituye el único fundamento de la igualdad social y que solo él puede establecerla, porque, junto a la igualdad, plantea la necesidad del deber correctivo y regulador del instinto democrático”[30].
La larga época del dominio temporal de los Papas supuso un inconveniente para el desarrollo de la inspiración originaria de igualdad. Si el Papa era un soberano también político no podía ceder en honores y dignidad a los demás. Poco a poco se fue revistiendo el papado de los signos de poder temporal. Por eso, cuando en 1870 le fueron arrebatados con violencia al papa sus estados, lo que al principio pareció el mayor de los males se reveló muy pronto como el mejor de los bienes. Más podía el Papa hacer por la independencia de la Iglesia desde el exiguo Estado Vaticano que desde su antiguo dominio del centro de Italia[31].
[20] De forma legal; de forma ilegal sigue existiendo hoy en la trata de blancas, en la explotación del trabajo de mujeres y niños, etc. Y hasta hace muy poco en otras culturas, como la India, los parias, la casta inferior, eran en realidad esclavos.
[21] En el libro ¿Qué es el tercer estado? Ensayo sobre los privilegios, de Emmanuel  Sieyes, de 1789, escribe: “No examinaremos la situación de servidumbre que el pueblo ha soportado durante tanto tiempo, ni el de coacción y humillación en que se le mantiene todavía. Su condición civil ha cambiado; debe cambiar aún; es completamente imposible que el cuerpo de la nación o incluso un orden particular llegue a ser libre, si no lo es el Tercer Estado. No se es libre por privilegios, sino por los derechos que pertenecen a todos” (Alianza, Madrid, 1989, p. 92).
[22] Aunque fue una victoria efímera. Esa “horizontalidad” en el trato fue una exageración revolucionaria que no volvería a darse en Francia (ni en la mayoría de los países), ni siquiera en nuestros días.
[23] Mateo, 13, 54: “¿No es este el hijo cel carpintero?”
[24] Mateo, 21, 31.
[25] Marcos, 9, 35.
[26] Juan, 13, 15.
[27] Epistola a los Colocenses, 3, 9-11: “No mintáis los unos a los otros, ya que os habéis despojado del hombre viejo y revestido del hombre nuevo, que se va renovando en orden al pleno conocimiento, conforme a la imagen del que lo creó, donde no hay griego ni judío, circuncisión e incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo, libre, sino todas las cosas y , en todos, Cristo”.
[28] SAN AGUSTÏN, Sermón 340, 1.
[29] La democracia en América, I, p. 280. Y añade: “Una vez que los sacerdotes son apartados o se alejan del gobierno, como han hecho en los Estados Unidos, no hay hombres que por sus creencias estén más dispuestos que los católicos a trasladar al mundo político la idea de la igualdad de las condiciones” (p. 281).
[30] Memorias… p. 422-423. Pero tiene  también en cuenta cómo se puede falsear la igualdad: “Una experiencia diaria nos hace reconocer que los franceses están instintivamente inclinados al poder; en absoluto aman la libertad, y solo la igualdad es su ídolo. Ahora bien, la igualdad y el despotismo mantienen vínculos secretos” (p. 828). Y en otro lugar: “La nación francesa no ama en el fondo la libertad, pero adora la igualdad; no admite lo absoluto sino para ella, y su vanidad le ordena no obedecer sino lo que se impone a sí misma” (p. 1370). Y aún: “(Francia) está constantemente loca por la igualdad” (p.1411).
[31] Algunos signos exteriores del antiguo poder permanecieron aún vigentes durante casi ochenta años: la tiara de tres coronas (que, por simbólica que fuera, resultaba excéntrica); la silla gestatoria, sustituida por el mucho más democrático “papamóvil”; y los increíbles flabelos o abanicos de plumas de avestruz, que hacían pensar en los faraones egipcios. Recuerdo el rostro entre asombrado y preocupado de Juan XXIII, en sus primeras apariciones, con la tiara y en la silla gestatoria. Él, tan llano en el trato, no quiso, por respeto a la tradición, suprimir esos signos. Lo hizo su sucesor, Pablo VI.

Revolución, mundo moderno, cristianismo y libertad

Historia de un equívoco

                                                                 Rafael Gómez Pérez