2.- La fraternidad

2.- La fraternidad

Es muy difícil acusar al cristianismo de no fraternidad pues fue casi el inventor del concepto y, lo que es más importante, de la práctica. Nadie en el mundo antiguo –ni siquiera gente tan profunda y honesta como Buda, Confucio y Sócrates- dijo jamás algo como “amaos los unos a los otros como yo os he amado”. No simplemente amar al prójimo como a uno mismo (que estaba  ya prescrito en el Antiguo Testamento), que ya es mucho, sino,  por decirlo de otro modo, con una perífrasis: “intentad amar a los demás como los ama el mismo Dios”.
Se dirá que una cosa es la teoría y otra la práctica. Así es. Si se leen simultáneamente los Evangelios y una objetiva y equilibrada historia de la Iglesia, a cada momento se advertirá la diferencia entre el ideal enseñado por Cristo y la realidad practicada por los cristianos. Algunas páginas de la historia de la Iglesia  -las de los cismas, algunos papas y muchos eclesiásticos del Renacimiento, etc.- son duras de leer, por la indignidad que refieren.
Todo es cierto.  Pero si se  sigue leyendo  se verá que a la vez fueron cristianos los  que fundaron los primeros hospicios, hospitales y escuelas; quienes salvaron a muchos de la esclavitud buscando dinero para redimirlos; quienes cuidaron a gente que nadie quería, como los leprosos. Si junto a estos había otros, también cristianos, que eran crueles, déspotas y explotadores  hay que decir que esa es la general condición humana en cualquier sitio y en cualquier tiempo.
La Revolución francesa, que alardeaba de fraternidad, guillotinó a 20.000 personas, la práctica totalidad inocente[2]. Y no principalmente nobles y clero (el 14% del total), sino a gente de clase media y trabajadores (el 86% restante). No sólo a gente que consideraba, sin razón, enemigos, sino entre los mismos “hermanos” revolucionarios: entre otros muchos, Danton, Robespierre, Sain-Just, Brissot, Hébert, Desmoulins, Fabre… Extraña fraternidad que acabó en un baño de sangre.
Hasta bien entrada la Edad Media y, más aún, hasta la Edad Moderna es la Iglesia quien funda los primeros hospitales, leproserías, escuelas, etc. como una consecuencia del mandamiento cristiano de la caridad. En una época tan temprana como 325 el Concilio de Nicea ordena que en cada diócesis haya un xenodoquio, para albergar a extranjeros, pobres y enfermos. El más famoso fue el fundado en 370 por San Basilio. Se extendieron pronto por toda Europa. En 580 el obispo de Mérida, Masona funda el suyo. El  Hotel de Dieu, en Paris, es de 650. El de Santo Spirito, en Roma, de 717.
A la vez, desde el mismo siglo IV, en Bizancio, los Caballeros de San Lázaro fundan leproserías que poco a poco se extienden por el resto del mundo occidental. Durante toda la Edad Media la atención a los enfermos fue obra principalmente de órdenes como los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén o los Caballeros Teutónicos. Probablemente el primer manicomio  fue  el Hospital de Ignoscents, Foll e Orats, fundado en 1409 por el mercedario valenciano Juan Gilabert Jofré (1350-1437).
Esa tradición continuó en los siglos siguientes y bastaría nombrar, entre muchos, la labor de San Vicente de Paúl, Santa Luisa de Marillac, San José de Calasanz,  San Juan Bosco y, hasta hoy mismo, la Madre Teresa de Calcuta[3] o la tarea de Cáritas, en 162 países.
Quien desee tachar a la Iglesia católica de insuficiente fraternidad lo tiene muy difícil. Todos los tipos de centros asistenciales en Occidente han empezado siendo cristianos y así siguieron durante, en algunos casos, más de quince o dieciséis siglos. En realidad, ante tanta evidencia histórica, no han sido frecuentes los ataques o críticas a la Iglesia en ese sentido.
[2] Uno de los mejores estudiosos de la Revolución Francesa, François Furet, tanto en  La Révolution Française, de 1965, como en el Dictionnaire critique de la Révolution française, de 1992,  calcula ese número de  los guillotinados entre 1789 y 1800.
[3] Entre lo más reciente de la bibliografía sobre el tema, S. CANTERA MONTENEGRO, Historia breve de la caridad y de la acción social de la Iglesia,  Vozdepapel, Madrid, 2005.

Revolución, mundo moderno, cristianismo y libertad

Historia de un equívoco

                                                                 Rafael Gómez Pérez