11.- La verdadera trascendencia

11.- La verdadera trascendencia

         Es esencial, por eso, tener una idea verdadera de la trascendencia espiritual.

El Diccionario de la Academia no es especialmente avispado al definir el sustantivo trascendencia. La primera acepción, es “penetración, perspicacia”, algo no muy en el uso corriente del idioma. La segunda es “resultado, consecuencia de índole grave o muy importante”, que ciertamente se usa en ese sentido. La tercera (señalando que es una acepción filosófica): “Aquello que está más allá de los límites naturales y desligado de ellos”.

El Diccionario de Maria Moliner, como de costumbre, es más perspicaz, aunque la primera acepción (“despedir una cosa olor penetrante”) tampoco sea muy usual. Sí en cambio la segunda, difundirse, como en la frase “procuraron que no trascendiera la noticia”.  La tercera es “extenderse o comunicarse a otras cosas o a un ámbito más amplio las consecuencias o los efectos de un hecho o circunstancia.  Añade que “en la filosofía de Kant, traspasar los límites de la experiencia sensible”.

Tanto el diccionario de la RAE como el de María Moliner omiten cualquier acepción espiritual, aunque en el segundo está implícita en la frase que pone como ejemplo de “extenderse”: “Su sentimiento religioso trasciende a todos los actos de su vida”.

Un análisis etimológico da, en cambio, pistas interesantes. El verbo latino transcendere, del que deriva nuestra trascender (que también puede escribirse transcender), es un compuesto del verbo scando, que significa subir y de la preposición trans, uno de cuyos significados es “a través de”. Transcendere, en latín, pude traducirse por atravesar o, más exactamente, subir atravesando”. Transcendere Alpes, es atravesar los Alpes, subiendo,  naturalmente.

La trascendencia espiritual o religiosa no es, por tanto, algo paralelo (y quizá algo extraño) a lo secular. No es una huida del mundo. Es, por el contrario, subir a otro nivel (el espiritual), pero atravesando todo lo natural. Así se entiende, quizá mejor, la expresión secularidad trascendente.

No se piense que esto es una invención reciente. En el pasado, algunos espíritus lúcidos, expertos en humanidad, ya se dieron cuenta de esto. De hecho, en Shakespeare –una vez más él- se puede leer algo equivalente. Y en una de sus obras más conocidas, Hamlet. La Reina está tratando de que Hamlet acepte la muerte del padre. “Sabes que es natural que muera lo que vive; que atravesamos la vida hacia la eternidad (passing through nature to eternity” )[63]Passing through es atravesar, transcendere, trascender.

Las acusaciones de que el cristianismo llevaría a una renuncia a la vida, a una especie de destierro no tienen base ni en los Evangelios ni en la historia de la Iglesia. El testimonio de la Epistola a Diogneto, en el siglo II, es definitivo. Es una bella descripción de la principal paradoja cristiana: ser de este mundo  y trascender este mundo: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. A la verdad, esta doctrina no ha sido por ellos inventada gracias al talento y especulación de hombres curiosos, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente. Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña. Se casan como todos; como todos, engendran lujos, pero no exponen los que nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo”[64].

En la historia de la Iglesia no se ha dado nunca, desde el punto de vista institucional, la enseñanza de un apartamiento del mundo como condición de la fe. Más bien, en algunas épocas, como el Renacimiento, se dio, por parte de muchos, una mundanización viciosa. Y, antes, durante doce siglos, eran los cristianos en  Europa (con la excepción de España, donde compartían el protagonismo con los musulmanes) los que  hacían la historia, porque no había otra. El relativo aislamiento o enrrocamiento, como se vio anteriormente, se da sólo a partir de finales del siglo XIX.

La idea de que los cristianos “no son de este mundo”, a pesar de chocar con la realidad, puede haber estado alimentada por la retórica –por otra parte muy bella- de algunas oraciones católicas, como la Salve.

La oración fue compuesta probablemente en el siglo X, cuando la condición de los europeos no era especialmente feliz, pero su valor va más allá de ese siglo.  Vale la pena comentarla, porque no puede carecer de valor lo que ha servido y sirve de consuelo a millones de personas.

Ad te clamamus, éxules filios Hevae. Ad te suspiramus, gementes et flentes, in hac lacrimarum valle,  a ti clamamos, los desterrados hijos de Eva. A ti suspiramos, los que gimen y lloran en este valle de lágrimas”.  Sólo quien no ha llorado o no ha sufrido nunca podrá negar que este mundo sea, entre otras cosas, un valle de lágrimas. Como en muchos valles hay también amenidad, arroyos de aguas claras, frondosas sombras, y también tormentas, rayos, desgracias, muertes …

¿Por qué desterrados?  Puede parecer que una consideración de este tipo moviera al cristiano a huir de la Tierra a la que pertenece. El cristianismo tendría entonces la tentación de construir una especie de mundo paralelo, ilusorio, “opio del pueblo” (Marx) y tendrían razón los que, en contra de eso, se han aferrado a lo que aquí como único y trágico horizonte (Camus, Sartre) o como la verdadera patria: “Esta vida, ¡tu vida eterna!” (Nietzsche).

No es así. El hombre nace en la Tierra,  es de tierra. Tanto hombre como humano vienen de humus. Nadie podrá nunca suprimir esto. La Tierra es nuestra patria verdadera. Como lo es, porque en ella nació,  la de Cristo. Pero, siendo la verdadera patria, no es  la patria definitiva.

Los desterrados hijos de Eva hace referencia, no a un destierro de esta Tierra, sino de aquel Edén que estaba pensado como definitiva patria. Desterrados de aquella tierra que estaba pensada en la felicidad y en la inmortalidad. Ser un desterrado  del Edén no significa dejar de vivir. Millones de personas, a lo largo de la historia del mundo, han tenido que vivir en un suelo distinto de aquel en el que han nacido. La vida sigue, porque la vida sigue siempre. Pero Pablo de Tarso ya recordaba que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la futura”[65]. Porque el destierro no es  lo permanente –y cada momento salen de esta vida muchos miles de personas-,  hay que buscar lo definitivo. Escribió Pindaro: “Efímeros somos, ¿qué es uno? ¿qué no es? Sueño de una sombra, el hombre. Mas cuando llega, otorgado por Zeus el esplendor, por encima se sitúa de los hombres”[66] . El cristianismo añade a eso que el hombre está destinado a la eternidad.

[63] Acto I, escena II, en W. Shakespeare, Hamlet, edición bilingüe,  Cátedra, Madrid, 1992, pp. 122-123.
[64] Texto y comentario de Johannes Quasten en www.holytrinitymission.org
[65] Hebreos, 13, 14.
[66] Píndaro, Pítica, VIII, 95-100.

Revolución, mundo moderno, cristianismo y libertad

Historia de un equívoco

                                                                 Rafael Gómez Pérez