7.- Secularización y secularidad

7.- Secularización y secularidad

La puesta en claro de la hondura y la belleza de la religión, y más en concreto  del cristianismo, choca con ese general apartamiento de la creencia que, después de más de  dos siglos de desarrollo, parece establecido en las sociedades occidentales, y que tuvo su inicio real y simbólico en la Revolución francesa, por más que estuviera precedido por el trabajo anticristiano de autores como Diderot, Voltaire, d’Alembert, La Mettrie y Holbach, sólo en Francia, habiéndose dado también en Inglaterra, Holanda, Alemania y otros países de Europa.
Ese descreimiento no  fue algo inevitable ni, ahora, es irremediable. Desde el principio, como se ha visto en el caso de Chareaubriand, Tocqueville o Manzoni,  hubo quienes se dieron cuenta del proceso y advirtieron sobre sus posibles desviaciones. Eran personas que sabían matizar, pero es una experiencia común que quien  matiza, cuando no es ignorado, es despreciado. Desde siempre, quizá para identificar mejor al enemigo, se suele pensar con un pensamiento dicotómico, para el cual las cosas son, absolutamente, de una forma o de otra.
Antes de seguir, es preciso aclarar –matizar- algo esencial. Aunque descristianización y secularización funcionen a veces como sinónimos, no lo son; son, o pueden ser en cierta medida, contrarios.
Descristianización  es algo que se entiende sin más: disminución o pérdida de las creencias y costumbres cristianas. El peso de las palabras y de su uso hace que secularización siga teniendo en el lenguaje del magisterio de la Iglesia un sentido claramente negativo; a lo más, se presenta como un reto[36]. En realidad la secularización  es un fenómeno bifronte: trae consigo un rechazo del clericalismo y de la confusión entre política y religión, una valoración de lo secular, lo de este mundo, los modos corrientes y generales de vida. Todo eso puede quedarse ahí, evolucionar hacia un indiferentismo religioso e incluso degenerar en descristianización; pero puede también dar paso a una secularidad trascendente, una real inserción de la fe en los modos comunes de vida y, en ese sentido, ser un vehículo de cristianización.
Lo que se produce a partir sobre todo del XIX es una descristianización. Pero de forma lenta y larvada, al principio apuntada solo por los espíritus más lúcidos,  se da un principio de  secularización que, vivida hasta el fondo, como secularidad trascendente,  sería el antídoto de la descristianización. O dicho de forma lapidaria: superar la descristianización con la secularidad.
La secularidad está en las antípodas de la beatería, por la que siente una irresistible repulsión. La beatería es la contaminación de lo secular con los modos de lo eclesiástico, no con la profundidad de la fe.
Es la beatería (sin olvidar que hay beatos laicistas y hasta beatos de lo alternativo) la que silencia o desprecia los verdaderos valores humanos, sobre todo cuando manda políticamente su beaterio. En esto, Chateaubriand fue también ejemplar: ayudó como pocos a la Restauración de los Borbones cuando Napoleón fue definitivamente vencido; pero pudo ver cómo el nuevo régimen empezaba a poner obstáculos a la libertad, sobre todo a dos que él amaba especialmente, la libertad de pensamiento y de prensa . Escribe entonces: “Hoy está de moda acoger la libertad con una risa sardónica, mirarla como una antigualla caída en desuso junto con el honor. Yo no sigo la moda; pienso que sin libertad no hay nada en el mundo; ella da valor a la vida, y aunque fuese el último en defenderla, no dejaría de proclama sus derechos”[37].
[36]  En los textos papales secularización tiene siempre un cariz negativo, siendo, a lo más un reto. En una entrevista con ocasión de su viaje a Portugal, en mayo de 2010, Benedicto XVI emplea el término de secularismo, ya con un cariz positivo: “La presencia del secularismo es algo normal, pero la separación, la contraposición entre secularismo y cultura de la fe es anómala y debe ser superada. El gran reto de este momento es que ambos se encuentren y, de este modo, encuentren su propia identidad” (cfr. Agencia Zenit, en www. zenit.org). Ese secularismo es casi equivalente a lo que en el texto se llama secularidad,
[37] Memorias…, p. 831.

Revolución, mundo moderno, cristianismo y libertad

Historia de un equívoco

                                                                 Rafael Gómez Pérez