9.- Sin miedo a la revolución

9.- Sin miedo a la revolución

         Revolución en su sentido originario no es más que el movimiento completo de un planeta en su órbita. Es decir, volver al principio. Lo cual llevaría a aquellas entre cínicas y escépticas palabras de Fabrizio a su tío, el príncipe di Salina en Il Gattopardo: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”[54].
Desde la francesa, la principal acepción de la palabra revolución es la de un cambio profundo y radical contra un antiguo estado de cosas. Y se suele asociar con la violencia. Pero revolución puede referirse a cualquier cambio profundo, aunque no se realice en tiempos breves; por eso se habla a veces  de una revolución silenciosa.
Por otro lado, revolución es un concepto de contenido instrumental. Una revolución no se juzga por el hecho mismo de darse sino por lo que trae en relación a lo anterior. Una revolución muy festejada, por ignorancia y por cierto papanatismo, en boca de intelectuales europeos[55] en los años sesenta del siglo XX, la  revolución cultural de Mao,  fue en realidad una masacre, una injusta persecución a cientos de miles de inocentes y una destrucción de una parte del verdadero patrimonio cultural chino[56].
Con una visión amplia del concepto de revolución, no hay duda alguna de que el cristianismo lo fue; de manera lenta, pero progresiva fue cambiando toda una sociedad, simultáneamente con la sangre de sus mártires y con el trabajo intelectual de los primeros escritores cristianos. No sólo eso: se trató de una revolución cuyos efectos y consecuencias se extendieron por todo el mundo y llegan hasta el día de hoy.
Uno de los rasgos esenciales de cualquier revolución es su oposición, más o menos radical o prolongada, a un estado presente de cosas que se estiman no bueno y, con más propiedad, represor de la libertad y de la justicia. En los años sesenta del siglo XX se acuñó para esa oposición, sobre todo cuando venía de gente joven, el término de contestación, ya existente en el idioma con el sentido, entre otros (como responder, contestar a una carta) de replicar. La contestación puede ser violenta y agresiva, pero puede ser también pacífica, como en el caso de la objeción de conciencia.
El presente estado de cosas, descrito muchas veces por personas de buenas costumbres como apocalíptico, no difiere mucho de otros estados anteriores en la historia del hombre, en cuanto que son representaciones de constantes humanas perversas o sencillamente menos buenas. Las circunstancias nuevas son dos: por un lado, el aumento espectacular de la población, con lo que muchos fenómenos ahora son fenómenos de masa; y, por otro, el eco, aún mayor, que los medios de comunicación –especialmente Internet (que es algo más que eso) y la televisión- dan a lo escandaloso y espectacular. Males de siempre, viejos como el mismo mundo, son presentados como el final de una evolución que ha ido de mal en peor. Pero no es así.
Basta leer la historia anterior, en busca de similares “profecías”  apocalípticas y se verá, una vez más, que no hay apenas nada nuevo, salvo las circunstancias y los instrumentos. Estas “profecías” tienden a generalizar y, de una situación más o menos extendida, suelen hacer una categoría universal. Sodoma y Gomorra, en el relato bíblico, eran un pudridero de vicios, algunos casi surrealistas, como el de querer sexo con los dos ángeles que visitan a Lot[57]. Pero Lot y su familia pudieron escapar y llegarían a otra parte donde no pasaba lo que en Gomorra y Sodoma. Los males morales actuales de Occidente no se dan de la misma forma en África o en India o en el mundo islámico. Los males occidentales de hoy  son los propios de una cultura cansada, sin apenas renovación demográfica, habituada a vivir bien (mejor que el resto de la humanidad) y que, en algunos sectores de población, ha “regresado” de manera apenas consciente a los antiguos dioses del paganismo: el poder (Zeus), el placer (Afrodita), el vértigo  de la orgía (Dionisos) y el dinero (Hedes y Hermes).
Con frecuencia, esos males se ven representados sobre todo en la juventud y después se extienden al resto de la sociedad, olvidando que los “desórdenes” juveniles es otra de las constantes humanas. Las juergas y hasta los actos vandálicos del joven y bello Alcibíades (450-404 a.C.) eran proverbiales en Atenas[58]. En la cristiana Edad Media, especialmente a partir del siglo XIII la vida disoluta y propensa al exceso de vino de los goliardos (clérigos vagabundos y estudiantes)  ha dejado una interesante poesía que musicó Carl Orff[59].
Sean los que sean los males occidentales, casi la única contestación que queda en pie es la que puede hacerse desde el cristianismo. Desde hace tiempo el cristianismo ha ido siendo situado fuera del sistema y en cuanto a su influencia social ha quedado en minoría[60]. Pero precisamente por eso, la crítica a los vicios y males  sistema sólo puede venir –exceptuando algunos grupos aún más minoritarios- de los cristianos: ellos se pueden oponer, a la vez a las injusticias sociales y al aborto, a la guerra y a la invasión de lo pornográfico, a la corrupción política y al escándalo de algunos clérigos.
Esa oposición teórica y práctica sería una verdadera revolución. Gran parte de lo que en Occidente se entiende por derecha ha decidido hace tiempo, por motivos electorales –es decir, de poder-,  no hacer nada contra algunos de los vicios morales extendidos; y la izquierda por su parte ha olvidado las exigencias más claras de la justicia social para sustituirlas por  medidas que favorecen el individualismo egoísta, de modo especial en el terreno sexual.
[54] Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El Gatopardo (1958), cita por Alianza, Madrid, 2004, p. 32. Novela esencial para entender algunos cambios sociales y políticos en la segunda mitad del  siglo XIX.
[55] Paradigmático es que un intelectual tan afilado y lúcido en algunas cosas, como Jean- Paul Sartre (1905-1980) no viera error alguno en la política de Mao, incluso después de la muerte de este (1976) cuando pudo hablarse en China con una relativa libertad.
[56] Desde la muerte de Mao (1976) se han multiplicado las obras que lo retratan en su realidad y no en el mito. Por ejemplo, Juan Chang y Jon Halliday, Mao. La historia desconocida, Taurus, Madrid, 2006.
[57] “Llamaron a voces a Lot y le dijeron: ¿Dónde están los hombres que han venido donde ti esta noche? Sácalos, para que abusemos de ellos” (Génesis, 19,5).
[58] Jacqueline de Romilly, Alcibíades, Barcelona, Seix Barral, 1996. En El banquete, de Platón (edición de Carlos García Gual, Alianza, Madrid, 1989), al final del diálogo llega Alcibíades acompañado de un estruendo “como de juerguistas” y se oye su voz, de “muy borracho” (…) “coronado con una espesa corona de hiedra y violetas y llevando en la cabeza cintas en gran número” (p. 99).
[59] Cfr. Carmina Burana, Baracelona, Seix Barral, 1981. Uno de esos poemas empieza: Bibit hera, bibit herus,/bibit miles, bibit clerus,/bibit ille, bibit illa,/bibit servus cum ancilla, bebe el señor, bebe la señora/bebe el soldado, bebe el clérigo; bebe aquel, bebe aquella,/ bebe el siervo con la criada… Los goliardos recorrían las calles de las ciudades, alborotando y bebiendo. Tampoco el botellón es un invento reciente. Ni la Edad Media, como quiere el tópico, una época oscura, tiste y mojigata.
[60] Rafael Gómez Pérez, La minoría cristiana, Rialp, Madrid, 1976; reedición de 2009.

Revolución, mundo moderno, cristianismo y libertad

Historia de un equívoco

                                                                 Rafael Gómez Pérez